El micromentario de Pepe Belmonte: 'Con más Gloria que pena'
Columna de opinión del catedrático de Literatura de la UMU para el programa Hoy por hoy Murcia
El micromentario de Pepe Belmonte: 'Con más Gloria que pena'
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Murcia
Con más Gloria que pena, todo hay que decirlo, pasó la Semana Santa murciana con mucha expectación en la calle, con muchos turistas que, poco a poco, y a pesar de que aquí no sepamos vender lo nuestro -siempre anclados en la dichosa marinera-, descubren las bondades de una tierra que, desde tiempos remotos, ha dado al personal ajeno lo que le quita al propio, como queda reflejado en el famoso blasón del Palacio de Almudí.
Me quedo, de entre todas las procesiones que han desfilado por las calles de la ciudad de Murcia, con la más modesta, con la más sencilla, con la más humilde y sobria: la Procesión del Silencio, la nocturna del Jueves Santo.
Y me quedo, de entre tanta imagen esplendorosa, que a veces lucen más que el sol, con esa bonita talla barroca del Cristo del Refugio, realizada en el último tercio del siglo XVII, por alguien del que ni siquiera sabemos su nombre, para ahondar aún más si cabe en el misterio.
Luces apagadas a lo largo de su corto recorrido, aunque nadie se atrevió a desconectar los luminosos de los muchos negocios que hay durante ese trecho. Y, en ocasiones, poco silencio. Mucho hablar entre la gente que asistía al recogido espectáculo, muchas luces de los móviles, e idas y venidas sin recato de los que se encargan del alquiler de las sillas. Cinco euros por una hora de espectáculo. Negocio redondo.
Para mi gusto, y siento tener que decirlo, sobran los cánticos de corales, los orfeones, los auroros y hasta las tunas, que rompen con sus instrumentos y sus voces la magia del instante.
Cuentan los biógrafos del torero de Triana Juan Belmonte, tan amigo de la meditación, que, en cierta ocasión, unas horas antes de una corrida en las Ventas, acompañado de su cuadrilla, mientras saboreaba un café en una terraza, uno de los suyos, que aún no conocía a fondo al maestro, después de casi media hora sin que nadie dijera ni una sola palabra, se atrevió a exclamar en su lenguaje andaluz: “¡Qué bueno es el zilencio!”. A lo que Juan Belmonte, con su habitual calma, mirándolo fijamente a los ojos, respondió: “Zí, es bueno… Pero es mejó estar callao”.
Pepe Belmonte