Dos panaderos carlistas fueron ejecutados en Vitoria en 1836
Durante la primera guerra carlista dos panaderos, uno guipuzcoano y el otro alavés,fueron ejecutados en Vitoria por ayudar a desertar a soldados británicos.
El ajusticiamiento del panadero José Elosegui
El 29 de setiembre de 1833, María Cristina, viuda de Fernando VII, fue proclamada regente y reina de España, por la minoría de edad de Isabel II. Carlos María Isidro, hermano del rey fallecido, no estuvo de acuerdo con el nombramiento y dos días más tarde se autoproclamó monarca con el nombre de Carlos V, lo que dio paso a la primera guerra carlista.
Intervinieron en la confrontación fuerzas francesas, portuguesas y británicas a favor de María Cristina, para ayudar a las tropas liberales en su lucha contra los carlistas. Inglaterra no quiso mandar tropas de su ejercito regular, pero permitió que se enviara a España un destacamento de voluntarios, que se encuadraron en la “Legión Auxiliar Británica”, en la que se integraron muchos pobres, delincuentes y gente sin trabajo.
Entre finales de 1835 y principios de 1836, llegaron a Vitoria unos 8.000 soldados británicos, a una ciudad con unos 10.000 habitantes. Fueron alojados en iglesias y conventos, entre ellos los de San Francisco, Santo Domingo, San Antonio y Santa Cruz, a los que se convirtió en cuartes, tras desalojar a los religiosos. Los oficiales ingleses se alojaron en casas particulares y posadas, dictándose las correspondientes disposiciones para obligar a acogerlos, cuando los ciudadanos se negaban a ello.
Emplazamiento de los conventos / plano 1836 / Archivo de Álava
Emplazamiento de los conventos / plano 1836 / Archivo de Álava
Emplazamiento de los conventos / plano 1836 / Archivo de Álava
Las tropas inglesas fueron bien recibidas, pero con el paso del tiempo hasta su marcha en abril de 1836, las relaciones entre ciudadanos y soldados se encresparon.
El panadero carlista
En Vitoria los ingleses venían registrando entre sus tropas la deserción de algunos soldados de su legión, que se pasaban a los carlitas, y tuvieron indicios fundados de que tenia algo que ver en ello José Elosegui, un convencido carlista, el cual tenía una tahona en Vitoria y suministraba pan a las tropas británicas. Estuvieron observando y vigilando sus pasos bastante tiempo, principalmente por parte de un cuartel-maestre alojado en la casa de Elosegui. Aunque al principio el panadero estuvo reticente, llegó un momento en que el militar inglés ganó su confianza y le manifestó sus deseos de desertar y pasarse a las filas carlistas, junto con otros compañeros. El panadero se ofreció a recomendarles ante Bruno Villarreal, militar carlista alavés que llegó a ser Mariscal del Ejército Carlista del Norte, y facilitarles un contacto para conducirles ante su presencia.
Concertado el día para su marcha, el cuartel-maestre y cinco soldados, -todos falsos desertores-, salieron por la calle Portal del Rey con dirección a Agurain, acompañados de Elosegui y de Andrés López de Ocáriz, uno de los empleados de confianza de la panadería, quien sería el encargado de enseñarles el camino. Al traspasar el muro del recinto de defensa de la ciudad por el hornabeque de Santiago (3), que estaba situado a la altura del hospital civil (D en el plano), uno de los ingleses preguntó a Elosegui si llevaba encima la carta de recomendación que había prometido para Bruno Villarreal, y aunque el panadero manifestó que no era necesaria, aquel insistió en llevarla. Elosegui, dejándolos en el sitio, se dirigió a su casa diciéndoles que iba a por ella y que pronto la traería.
Recinto defensivo de Vitoria en 1836 / Archivo de Álava
Recinto defensivo de Vitoria en 1836 / Archivo de Álava
Recinto defensivo de Vitoria en 1836 / Archivo de Álava
Los ingleses esperaron un buen rato, y viendo que tardaba, dijeron a López de Ocáriz que podrían continuar andando, y ya en zona descampada esperaron otro rato, para ver si Elosegui llegaba con la carta. Pero el panadero no se presentó con la misiva, y los ingleses arrestaron al ayudante del panadero, dado que estaba demostrada la implicación de ambos en facilitar las deserciones. Seguidamente Elosegui fue capturado, siendo ambos entregados a la autoridad militar.
Acusado de envenenamiento
La Legión Británica venía sufriendo un alto índice de soldados fallecidos a causa del tifus, y la enfermedad no se había conseguido atajar. Los ingleses apuntaron que la causa de las muertes no era la pandemia, sino el pan presuntamente envenenado por Elosegui, que suministraba a las tropas inglesas.
A este respecto Alexander Somerville, un militar inglés perteneciente a la legión, escribió en sus memorias: “No puedo decir si es cierto, pero la causa de la repentina enfermedad y muerte de los soldados, se atribuyó a José Elgoez (5) , quien fue llevado inmediatamente atado a la plaza con un pedazo de pan negro colgado de su cuello, y tras ser sujetado los hombres comenzaron su represalia. Se seleccionaron ocho o diez de los hombres más fuertes del batallón, cada uno armado con un bastón largo, y lo golpearon en la espalda y los hombros, hasta que el culpable cayó al suelo inerte y sin sentido”.
En cinco días se instruyó la causa, y tras la celebración de un consejo de guerra “exprés”, José Elosegui y Andrés Díaz de Ocáriz fueron sentenciados a muerte, siendo ejecutados mediante “garrote vil” el 28 de marzo de 1836, en la Plaza de Occidente o Plaza Vieja – hoy Plaza de la Virgen Blanca-, donde se levantó el correspondiente patíbulo. Tenían entonces 37 y 35 años de edad, respectivamente. El ajusticiamiento fue presenciado por soldados ingleses de caballería e infantería que había en esta ciudad, con la asistencia de numerosos ciudadanos.
Al militar ingles Somerville, no le gustó mucho la actitud de los sacerdotes presentes en el patíbulo, que asistieron religiosamente a Elosegui y su compañero en la ejecución, ya que dejó escrito en sus memorias lo siguiente: “A pesar de la gravedad del melancólico espectáculo, no pude dejar de escuchar con sorpresa a los sacerdotes asistentes, que sin duda eran carlistas, exhortando a los espíritus que partían de los dos prisioneros con las palabras: "Monta al Cielo!, ¡Monta al cielo!, ¡Sube al cielo!, ¡Sube al cielo!.
Con el ajusticiamiento se pretendía dar un escarmiento, y en un diario de Madrid se escribió entonces al respecto: “La brevedad y oportunidad del castigo han dejado en el público aquella fuerza del ejemplo y aquellas sensaciones saludables que corrigen y sirven de muy útil freno en la sociedad”.
La Plaza Vieja de Vitoria en 1854 / Archivo Municipal
La Plaza Vieja de Vitoria en 1854 / Archivo Municipal
La Plaza Vieja de Vitoria en 1854 / Archivo Municipal
El testamento de Elosegi
El 27 de marzo, el día anterior a ser ejecutado, José Elosegui otorgó su testamento ante el escribano Juan Antonio de Moraza, en el que especificaba todo lo que debía hacerse tras su muerte. Por su larga extensión, destacamos lo que nos ha parecido mas notable del documento.
En el declaraba ser creyente católico, deseaba que su cuerpo hecho cadáver fuera amortajado con el hábito de de San Francisco y que fuera sepultado en el cementerio público de Vitoria. Quería que su entierro y oficios fúnebres se celebraran en la Iglesia Parroquial de San Vicente de esta ciudad, a cuya feligresía pertenecía. Declaraba que de su matrimonio con María Josefa Múgica, tenía por sus hijos a Hermógenes, Josefa Francisca, Gervasia y Gregoria Elosegui Múgica.
Detallaba todas las deudas que tenia y con que personas, para que fueran satisfechas puntualmente, y precisaba las cantidades que se le debían y quienes eran los deudores. Atendiendo al amor que profesaba a su esposa, le legaba el quinto de sus bienes esperando que le tuviera presente en sus oraciones.
Era consciente del panorama que se le presenta a la viuda de su compañero de fatigas carlista, que iba a ser también ejecutado, y establecía “que a Andrés López de Ocáriz empleado en la panadería, se le abone el salario de este mes, y el del siguiente de abril al respecto de nueve reales de vellón diarios, que percibirá su esposa, a quien se la entregará también la cantidad de doscientos reales de vellón de sus propios fondos, para que atienda en parte a las necesidades de su estado y la subsistencia de su familia”.
Impulsado del afecto que profesaba a su madre Engracia de Uranga, suplicaba a su mujer y a sus hijos, que la atendieran en su subsistencia del mismo modo con que lo había hecho el, “para que al fin de sus días tenga algún desahogo y le tenga en sus oraciones”.
Deducimos que su fe religiosa era acentuada, pues junto con José Elosegui, estampan su firma en el testamento como testigos varios religiosos, quizás también carlistas: Vicente de Aberásturi, canónigo y cura de Iglesia Colegial de Santa María; Inocencio de Santa María y Manuel Patricio de Orella, curas párrocos de San Pedro y San Vicente; el licenciado Paulino Antonio del Mármol, abogado de los Tribunales Reales y canónigo de la Colegiata de Vitoria.
Firma de Elosegi
Firma de Elosegi
La firma de Elosegui en su testamento / Archivo de Álava
Inscripción de defunciones
En el libro de inscripciones de la vitoriana parroquia de San Vicente, figuran registrados los fallecimientos de José Elosegui y Andrés López de Ocáriz, ocurridos el 28 de marzo de 1836, constando un dato relevante: “murieron y a las tres y media de su tarde al sufrir la pena de garrote vil en la plaza de Occidente, por causas políticas”. Aparece anotado que recibieron los santos sacramentos de la penitencia y comunión y que a las cinco de la misma tarde fueron conducidos sus cadáveres acompañados de la “cruz sacristán de la parroquia y Cofradía de la Caridad”, al cementerio de Santa Isabel donde fueron sepultados. Los días 11 y 16 de abril se celebración sus funerales en la parroquia de San Miguel, por hallarse ocupada la de San Vicente, de donde eran feligreses.
Firma las inscripciones de defunción Manuel Patricio Orella Pérez de Nanclares, párroco de San Vicente en aquel momento, que posteriormente llegaría a ser canónigo de la Catedral de Pamplona.
Las familias
El panadero Josef Gracian (José) Elosegui Uranga (4), fue bautizado (1799.02.08), en la parroquia San Pedro Apóstol de Igeldo en Donostia, siendo hijo de Josef Elosegui Amaz y de Graciossa Uranga Arrillaga.
José se casó con María Josefa Múgica Arzamendi (1818.02.08), en la parroquia de San Vicente Mártir de Donostia, la cual había sido bautizada (1791-03-20) en la misma parroquia donde contrajo matrimonio. Era hija de Alejandro Ignacio Múgica Ariztaran y Francisca Xaviera Arzamendi Aburruza.
Al ser ejecutado, José Elosegui dejo cuatro hijos todos ellos bautizados en Donostia: Josefa Francisca (1819.01.08), Hermógenes (1824.02.22), Gervasia (1825.06.20) y Gregoria (1834-05-09). Sus retoños tenían 17, 12, 10 y casi 2 años, respectivamente.
El panadero, había ejercido de tal en Gipuzkoa, antes de trasladarse a Vitoria. En el Archivo de la Real Cancillería de Valladolid, consta en un expediente del año 1831, que tuvo un litigio en Donostia con Francisco Blasco, al objeto de “exigir el pago de cierta deuda, procedente de un convenio que demandante y demandado tuvieron para el suministro de pan al ejercito español”.
Poco tiempo después del fallecimiento de Elosegui, su viuda e hijos se trasladaron a vivir a San Sebastián, donde en 1837 su viuda Josefa Múgica, firmó el documento de división y partición de los bienes de su difunto esposo.
Andrés López de Ocáriz Uriarte, el ayudante del panadero, fue bautizado (1801.02.07), en la parroquia de Bikuña (Álava). Era hijo de Juan Ramón López de Ocáriz López de Arregui y de Simona Uriarte Sarabiarte. Andrés se casó con Eustaquia Matea González de Alaiza Arrue (1827.01.29), celebrándose la ceremonia en la parroquia de Ezkerekotxa (Álava), de donde era la novia. Eustaquia Matea falleció (1870.09.22) en Lubiano (Álava).
El matrimonio tuvo dos hijos, Pedro Ramón (1828.11.26) y Salustiana (1833.06.09), los cuales tenían 7 y 2 años respectivamente, cuando su padre fue ajusticiado.
La epidemia
La Diputación de Álava, preocupada por el alto nivel de fallecidos que registraba la Legión Británica, encargó dos informes a otros tantos médicos de Vitoria. Uno de ellos fue redactado por el doctor Luis Orive, que ya tenía una experiencia previa adquirida como galeno en otra pandemia anterior, la del cólera devastador del año 1834, cuando acudió diariamente a los hospitales vitorianos civil y militar, para supervisar la atención a los enfermos. Orive, firmó el informe citado el 18 de marzo de 1836, 10 días antes de la ejecución de los panaderos Elosegui y López de Ocáriz.
La primera frase del informe es tajante: “La enfermedad que desgraciadamente ha hecho tantos estragos en la Legión Británica, es sin duda alguna el tifus”. Dice que a su llegada a Vitoria, los ingleses, presentaban un buen aspecto de robustez, de lozanía y de disciplina militar, y que fueron alojados en cuarteles sanos y limpios. Seguidamente analiza el modo de vida de las tropas y escribe que al poco tiempo de llegar a Vitoria el contingente “empezó a desarreglarse, entregándose a todo genero de excesos que solo podrá creer el que los haya observado de cerca. Insaciables en las bebidas espirituosas no bastaba a estos soldados la ración de buena carne, pan y vino que se les daba. Dominados por esta violenta pasión necesitaban recursos para sostener una nueva necesidad, así que vendían ropas, zapatos y camisas, siendo muy pocos los que en el día vistan esta prenda tan necesaria para la limpieza y para el abrigo”.
Respecto a la situación de los hospitales y su alimentación, escribe: “Estos infelices, pasaban a los hospitales a ser victimas de la porquería, de la inmundicia y de las consecuencia de un abandono de que apenas habrá ejemplo. Colocados estos establecimientos en los mejores locales de la población hubieran sido el consuelo de esta humanidad afligida, si habrían tenido camas y ropa con que abastecerse y buena dirección en los que administran. Hacinados de dos en dos en el suelo o en camas de un mal jergón y mantas, que si bien estaban limpias al principio, eran pronto asquerosísimas. Perjudicial el hábito de comer la carne casi cruda, el exceso con que se han entregado a todo genero de alimentos y aun a semillas repugnantes a los nacionales, como yero y rica, que encontraban en las aldeas.”
Es también critico con la actuación de los “autosuficientes” médicos ingleses, que Orive considera debieran haber tomado nota de la practica que se llevaba a cabo en los hospitales de los soldados nativos, donde la afección de la epidemia era infinitamente menor: “Debieran haber consultando amistosamente con los médicos españoles que conocen mejor que ellos las causas locales; habrían hecho comparaciones y de ellas consecuencias fundadas no en teorías, sino en la experiencia, única antorcha que nos guía en la práctica.”
La Legión Británica en Vitoria / Charles Vanzeller
La Legión Británica en Vitoria / Charles Vanzeller
La Legión Británica en Vitoria / Charles Vanzeller
Pelegrín Pagés, el otro medico informante, que firmó sus conclusiones el 20 de marzo, abunda en las mismas causas que su colega, respecto a las causas que permitían la expansión del tifus. Dice que la imposibilidad de mudarse y asearse impregnó los pocos vestidos que llevaban de la transpiración cutánea y de los olores de las demás secreciones de tal modo, que “dieron un olor particular a los soldados de dicha Legión, que basta pasar al lado de ellos para conocerles sin verles: en este estado de ediondez (2) han estado metidos mas tiempo de lo que fuera de esperar.” Consideraba que la falta total de higiene y el hacinamiento de la gente, habían causado los contagios y los estragos por la enfermedad.
Se calcula que los solados británicos acantonados en Vitoria eran unos 8.000 y que fallecieron por la enfermedad unos 1.500.
Conclusión
De la tajante afirmación del médico Orive, de que la causa de las muertes era sin duda alguna el tifus, se deduce que los dos panaderos vascos no tuvieron nada que ver en la alta tasa de fallecimientos en las tropas británicas, y que el envenenamiento del pan de que se les acusó, no existió. Fueron los chivos expiatorios, que vinieron de perlas a los responsables de la Legión Inglesa, para encubrir sus responsabilidades.
AGRADECIMIENTO
Mostramos nuestro agradecimiento a las empleadas del Archivo Histórico Diocesano de Vitoria, del Archivo de Álava y del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz, por las facilidades dadas para la consulta de documentos que interesaban.
Se permite reproducir el presente artículo, siempre que se cite a su autor y el medio en que se ha publicado.
(1) La ilustración que reproducimos, fue publicada en las memorias del militar británico Alexander Somerville. El pié de la ilustración dice: “Ejecución de José Elgoez por envenenamiento de las raciones de la Legión Británica, con vistas a Santa Clara, calle principal de Vitoria”. El verdadero nombre del panadero es José Elosegui Uranga. La entonces calle de Santa Clara, es la actual calle Prado, y se llamaba así por la existencia de un convento ya desaparecido, con ese nombre.
(2) Hediento, fétido, apestoso, pestilente, maloliente, hedentino.
(3) Durante la primera guerra carlista Vitoria tuvo un recinto fortificado para su defensa, con foso, aspilleras y muralla. En puntos estratégicos del recinto, se colocaron: fuertes, baterías, hornabeques y baluartes. El original del plano es obra del militar Ignacio de Villasana, del cual se conserva una copia fotográfica en el Archivo de Álava, que es la que aquí se reproduce.
(4) En algún documento su segundo apellido aparece como Ulanga.
(5) En realidad su nombre era José Elosegui Uranga