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Reivindicar el consenso y el pacto

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Que la transición sigue con nosotros parece un hecho evidente. A pesar de los años transcurridos y de que en la última década han arreciado las críticas contra ella el modelo transicional sigue contando entre la opinión pública con una valoración mayoritariamente positiva. Al fin y al cabo, ya sabemos lo importante que es ganar en la lucha por el relato y lo que se lleva ahora, a pesar de los últimos logros del gobierno de coalición con la ley laboral y los presupuestos, es descalificar y deslegitimar, o aprovechar la coyuntura para sacar tajada. Y esto viene a cuento de la añoranza de aquel tiempo fundacional que supuestamente tuvo en el consenso y el pacto su principal seña de identidad.

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Lo primero que tendremos que aclarar es si verdaderamente hubo un espíritu de la Transición, quién lo encarnó y cuanto duró. El parteaguas de aquel periodo fue la primera convocatoria electoral, la del 15 de junio de 1977. Antes, los gobiernos de la monarquía, élites procedentes del franquismo, manejaron la sala de máquinas y no se caracterizaron por una política incluyente con las fuerzas nacionalistas o de izquierdas cuasi clandestinas. No olvidemos que el proceso, de la ley a la ley, se basó en una fórmula de continuismo legal. Ante la creciente presión de la calle, con innumerables manifestaciones y huelgas, la respuesta represiva fue de una contundencia extrema. A partir de los resultados de los comicios, el gobierno Suarez, con 165 escaños, no se apoyó en la oposición, lo hizo en los 16 escaños de la Alianza Popular de Fraga, 13 de los cuales habían sido ministros de Franco.

Se ha hablado mucho del consenso de aquel periodo, pero, aunque es mucho mayor el ruido que las nueces, no lo practicaron todos ni duró demasiado. En aquel tiempo corto pero intenso sí se alcanzaron acuerdos básicos como la Amnistía, los Pactos de la Moncloa, la Constitución y los primeros acuerdos autonómicos. Sin embargo, ya el año 1979 fue el comienzo del declive de la UCD y de un Suarez vapuleado por sus propios compañeros y por una Alianza Popular que precipitó su caída a la espera de hacerse con el botín de sus votos. No digamos de la oposición ejercida por el PSOE de Guerra y González que ahora también se apuntan a reivindicar aquel espíritu. Curiosamente, los primeros en reclamar aquella política y logros como la Carta Magna fueron los conmilitones de Fraga, aunque cinco de sus 16 diputados no la votaron.

El fallido golpe de estado de 1981 y el triunfo electoral del PSOE en 1982 cambiaron por completo el decorado, pero la estabilidad estructural apenas duró quince años, después de los cuales empezó un clima de crispación que, con algunas pequeñas treguas, nos ha acompañado hasta ahora.

Por tanto, aquel clima de integración y acuerdo, el sagrado consenso como clave de bóveda del llamado espíritu de la transición duró poco y tuvo mucho que ver con el contexto y el pasado traumático, más que con convicciones rotundas que nunca estuvieron prestas a tratar cuestiones como la República, el laicismo o una auténtica memoria histórica que pusiera el foco en la dictadura y sus desatinos y no lo blanqueara.

Por tanto, no nos dejemos llevar por el escoramiento hacia posturas tan conservadoras de quienes participaron en la política de aquel periodo ni mitifiquemos unas políticas que ni fueron las únicas posibles ni infalibles, aunque, por descontado, no sean las causantes de los problemas actuales. Lo de ahora tiene que ver más con la menguante política posterior y el cortoplacismo y estrechez de miras de quienes se niegan a admitir otras políticas posibles.

 
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