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El cuenco en los dineros y la historia de la acuñación de monedas en Cuenca

Desde los talleres en tiempos de las taifas musulmanas hasta la ceca junto al río Júcar

Tesorillo de la calle Alcázar conservado en el Museo de Cuenca. / cultura.castillalamancha.es

Tesorillo de la calle Alcázar conservado en el Museo de Cuenca.

Cuenca

¿Se acuñó moneda en Cuenca? ¿Era habitual que las ciudades acuñaran moneda? ¿En qué periodo histórico ocurrió? ¿Qué moneda se acuñó? ¿Existieron otras cecas en la provincia de Cuenca? A estas y otras preguntas respondemos en este programa de El archivo de la historia que coordina Miguel Jiménez Monteserín y que emitimos los jueves cada quince días en Hoy por Hoy Cuenca.

El cuenco en los dineros y la historia de la acuñación de monedas en Cuenca

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MIGUEL JIMÉNEZ MONTESERÍN. Aunque vaya poco a poco cayendo en desuso, sobre todo entre los más jóvenes, la moneda en sus distintas versiones es uno de los instrumentos de que nos valemos con mayor frecuencia en nuestra vida ordinaria. A todos nos son familiares tanto los pequeños discos metálicos, destinados realizar pagos menores, como los trozos de papel de valor superior destinados a las compras de mayor cuantía. Tales piezas son una forma concreta de dinero, paralela a otras como las tarjetas de crédito o de débito tan extendidas y denominadas coloquialmente “dinero de plástico”, los saldos que arrojan nuestras cuentas bancarias, las transferencias que desde ellas realizamos, etc.

En no muchos años hemos asistido a un cambio profundo en cuanto a los medios de cambio empleados para remunerar el trabajo, adquirir bienes y servicios, ahorrar, etc. Con todo, el presente no es sino un estadio más en la evolución histórica de tales medios basada en convenciones económicas y en acuerdos políticos. Para empezar, es necesario señalar que unas y otros sirven para generar entre los usuarios confianza hacia las monedas, objetos a los que se reconoce un valor garantizado por quien las manda acuñar válidamente ejerciendo con ello una prerrogativa propia de quien ostenta la autoridad política. La moneda es, en principio, un instrumento físico al que un poder soberano atribuye u otorga de manera convencional un valor que la sociedad acepta. Ahora bien, para hacer este más firme, al confeccionarse históricamente las monedas de metales considerados preciosos por su escasez, el valor legal de cada pieza había de corresponderse sin divergencias con el atribuido al metal. Las marcas impresas en las monedas: efigies, emblemas, nombres, lugares, fechas, etc. respaldan y corroboran tan sólo esta paridad. Del mismo modo, en estos sistemas monetarios metálicos del pasado se establecen equivalencias puramente convencionales también al relacionar proporcionalmente el oro, la plata y el cobre, haciendo de las piezas de estos dos metales arbitrarios subdivisores legales de las de oro. Tan sólo cabe aludir de pasada al complejo respaldo que sustenta a los sistemas monetarios actuales cuando se prescinde en ellos del patrón oro como referencia de valor.

Cereales y ganado eran moneda de cambio

No es este el momento de evocar la existencia de cecas acreditadas por los hallazgos arqueológicos en las ciudades romanas de nuestra provincia persistentes luego en el contexto de la monarquía visigoda hasta la invasión musulmana a comienzos del siglo VIII. En ella, como en el resto de la Península, el sistema monetario bajoimperial subsistió a duras penas en el reino visigodo para hacerse después cada vez más precario en los reductos del espacio cristiano no sometidos al poder del califato omeya. En el espacio septentrional peninsular se impondría una economía cuyas transacciones menores emplearían de manera habitual un trueque más o menos tasado en función de la escasez o la categoría atribuida por los consumidores a los diferentes productos que a los mercados llegaban. Las medidas legales de cereal y las cabezas de ganado constituían por su parte referentes de valor aceptados como pago en los tratos de cuantía media.

En el mundo musulmán peninsular, inserto en un espacio económico mucho más dinámico y de mayor alcance geográfico, circulaban en cambio las monedas de oro y plata de una ley y valor garantizados, según las épocas, por los soberanos islámicos del califato, almorávides y almohades más tarde. Dado que entre cristianos y musulmanes hubo relaciones comerciales y dado también que no faltaron las operaciones militares orientadas al saqueo del adversario, consecuencia de unas y otras fue la presencia de monedas musulmanas en los reinos cristianos septentrionales. Fueron estas muy escasas, sin embargo, hasta el siglo XI, reducidas a respaldar en ellos, muy de tarde en tarde, negocios de envergadura notable, como donaciones otorgadas, préstamos o pagos realizados por reyes y magnates laicos y eclesiásticos. La dependencia política de los reinos de taifas musulmanes hizo que el dinero acuñado en ellos fluyese con cierta abundancia hacia Castilla y que aquí se atesorase habitualmente el oro y circulara moderadamente la plata en las transacciones mercantiles de importancia junto a sus divisorias de vellón para las menores.

Monedas en la taifa de Cuenca

La taifa conquense, independizada de la toledana, tuvo también su propia producción monetaria a lo largo del siglo XI en forma de piezas fraccionarias de una ley muy cambiante en cuanto al contenido real de plata. Tales diferencias se explican porque cada vez resultaba más difícil proveerse de ella a consecuencia de su drenaje hacia los reinos cristianos del norte, perceptores de las parias, tributos abonados por los señores de las taifas como garantía de protección recibida de aquellos. Por otro lado, parece probable que también se acuñase en Huete moneda musulmana.

El maravedí de oro

Mientras que, en los reinos cristianos orientales, Navarra, Aragón y Cataluña, las escasas acuñaciones realizadas intentaban seguir el modelo monetario del otro lado de los Pirineos creado en la época carolingia, en Castilla triunfarían las piezas avaladas por su semejanza auténtica a las más acreditadas que entre los andalusíes circulaban. Tras la toma de Toledo en 1085 Alfonso VI mandó acuñar moneda de vellón para agilizar allí las operaciones mercantiles. Se trataba de piezas menudas de poco valor dado que su aleación mezclaba cobre y plata, ésta casi siempre en proporción inferior. Fue, sin embargo, Alfonso VIII quien realizó una operación de prestigio político al crear en 1172 el maravedí de oro cuya primera factura lo hacía formalmente semejante a su modelo, la dobla almohade, ambos de 3,8 gramos de peso. Dicho esto, conviene recordar que, no obstante la singularidad de que los reinos castellanos tuviesen monedas propias de metal precioso, en contraste con la escasez padecida entonces en el resto de Europa, dado el enorme valor de tales piezas su circulación sería muy episódica y desde luego por completo ajena al funcionamiento de la economía ordinaria de las gentes. Lo cual contrasta con el abundante uso de la moneda áurea puesto de manifiesto a veces en los filmes a los que se pretende otorgar carácter histórico.

Otra cosa sería la moneda fraccionaria. No cabe duda de que los voluminosos negocios realizados en torno a la renta fiscal agraria o la ganadera bascularían sobre la moneda fuerte, mientras que, para realizar las operaciones cotidianas, mucho más menudas, resultaba imprescindible disponer de medios de pago de poco valor, acuñados en el citado vellón.

La figura del cuenco en las monedas

Cabe pensar que tan pronto logró afianzarse el dominio cristiano sobre la ciudad de Cuenca en los albores del siglo XIII, junto a las normas jurídicas orientadas a regular la vida urbana y el dominio de la ciudad sobre la extensa Tierra que le fue adjudicada, bien pudo el monarca Alfonso VIII intentar proveer a las necesidades del mercado local autorizando que en Cuenca se acuñasen unas monedas de plata llamadas dineros con la intención de apoyar la creciente importancia que la ciudad iba cobrando como centro ganadero y textil estrechamente vinculado con el ámbito levantino y el meridional. Tales monedas parecen poderse identificar por una C, aunque el signo inequívoco que identifica a las sucesivas acuñaciones conquenses a partir del último cuarto del siglo XIII sería el cuenco, situado en algún punto de ellas como emblema parlante de la ciudad, cuyo topónimo árabe Kûnka había evolucionado a Cuenca en el habla de sus nuevos pobladores. El mismo cuenco aparecería en los sellos que empleasen el Concejo y el Cabildo catedral y aún se tardarían muchos años en verlo transformado en cáliz.

¿Dónde estaban los primeros talleres?

Constatado el hecho de que en nuestra ciudad se emitieron monedas, surgen algunas preguntas. La primera acerca de la ubicación del local donde el metal era transformado en piezas de curso legal avalado por la Corona. Varias cosas han de tenerse en cuenta. En primer lugar, siendo una regalía exclusiva del monarca autorizar la producción de monedas, cabe pensar que sería al comienzo el Alcázar, sede del dominus villae, representante del rey en la ciudad, el ámbito seguro donde se realizarían las oportunas maniobras. Allí, además de fundir los metales y realizar con ellos las láminas necesarias, la labra de las monedas consistiría en imprimir los signos e inscripciones que las autenticaban mediante presión individual sobre una plancha o un fragmento recortado de ella, confeccionándose así “dinero de martillo”. No hay muchas referencias a la posterior ubicación de la ceca. Es probable que fuese la residencia de los Hurtado de Mendoza, Guardas Mayores de la ciudad desde comienzos del siglo XV, situada precisamente en el Alcázar, aunque la necesidad de disponer de espacio suficiente para un trabajo en el que debía participar un equipo amplio de obreros especializados hizo ir buscando ubicaciones más vastas en espacios más bajos de la ciudad, dentro y fuera del recinto amurallado. Nada confirma ni desmiente que la calle de La Moneda deba su apelativo a la existencia en ella de tales talleres. Tampoco ha sido posible localizar el lugar donde, en torno a 1480, el tesorero de la Casa de la Moneda Alfonso González de Guadalajara,

“fiçiera fazer a sus propias despensas una casa, en la ribera del río, para afinar e sacar en ella, de los vellones que en ella se afinaban, la plata, para labrar en ella quartos e reales qu’el señor don Enrrique [IV], nuestro hermano, en ella mandaba labrar”.

Es posible que fuese el Júcar el río aludido y que en él se procediera a lavar las escorias procedentes de fundir en el crisol la plata para recuperarla pura, separándola del cobre con que había sido mezclada antes convirtiéndola en vellón de muy poca calidad durante el agitado reinado de Enrique IV, el monarca castellano antecesor de Isabel la Católica.

La Casa de Moneda

En cuanto a su organización, la Casa de Moneda constituía una entidad de carácter público cuya complejidad interna derivaba, así del carácter técnico de las operaciones que en él se realizaban, como de la salvaguarda de privilegios de que sus autoridades y oficiales gozaban. Formaban los monederos, considerada la suma importancia de sus tareas, una corporación urbana privilegiada, organizada además en cofradía exclusiva –la de la Santísima Trinidad-, que venía a sumarse a las que componían el entramado social de la ciudad, autónomas a la vez que trabadas entre sí por los numerosos intereses que compartían sus respectivos integrantes. Al menos desde mediados del siglo XIV, como singulares vasallos suyos, fueron eximidos por el rey –de Enrique II en 1369 es el primer testimonio en un momento de clara dificultad política- de las cargas fiscales municipales y regias que pesaban sobre el resto de vecinos, se les liberaba asimismo del deber de recibir huéspedes por orden municipal y mientras que tenían jueces y fuero propio y capacidad de transmitir tales privilegios a sus viudas e hijos, gozaban además de libre derecho para que sus ganados pudiesen pastar en cualquier lugar del reino. El director de la entidad era el tesorero, nombrado directamente por la Corona entre los hombres de negocios cercanos a la administración o arrendamiento de sus rentas fiscales. De él dependían el maestro de la balanza, el escribano, los guardas, el ensayador, el emblanquecedor, el criador y el fundidor, además de un cuerpo de cuarenta y tres monederos que se mantuvo sin cambios hasta que los Reyes Católicos intentaron sin éxito elevar a ochenta su número, equiparándolo en parte con el de otras cecas del reino. La especial condición jurídica y fiscal de los monederos les convertía en un grupo homogéneo, políticamente singular por su vinculación directa al monarca, al que, además de orfebres y otros menestrales, aspiraban pertenecer gentes acomodadas del ámbito mercantil o ganadero debido a las ventajas económicas señaladas, ocasionando la protesta de los regimientos urbanos debido a que tal restricción en el número de los contribuyentes y el hecho además de que con frecuencia fuesen ricos tales monederos obligaba a repercutir los impuestos regios sobre los no privilegiados, elevando sobre ellos la presión fiscal de manera harto gravosa. A ello se añadía que con mucha frecuencia eran nombrados monederos gentes sin la habilidad profesional que había de exigírseles, siguiéndose de esto la necesidad de nombrar como sustitutos a oficiales adecuados.

Por otra parte, no sólo velaba la ciudad por un reparto equitativo de los impuestos. Para verificar la buena factura de las monedas designaba veedores que complementaran las tareas supervisoras de los oficiales propios de la ceca al tiempo que se vigilaba que no se alterase la ley de las piezas o que hubiese maniobras por parte de los responsables de la institución que permitieran la salida masiva de moneda camino del vecino reino aragonés privando de tales medios de pago al comercio.

La Ceca del río Júcar y su actividad de 1661 a 1728

Urgió la Corona en ocasiones la labra de moneda para atender a las necesidades generales del reino, particularmente con ocasión de los conflictos bélicos internos y externos que le afectaron, pero la realidad es que en Cuenca parece que tan sólo debieron labrarse monedas de vellón a lo largo del tiempo en que, aun de manera intermitente, se mantuvo activa la ceca. Durante el Seiscientos fueron numerosas las operaciones de resello de la moneda de cobre circulante, recogida con el objeto de revaluarla artificialmente, incrementando con ello la inflación. Buscando ampliar su producción con el concurso ahora de la energía hidráulica, en 1661, la Casa de Moneda fue trasladada a las inmediaciones del puente de San Antón, construyéndose allí un edificio dotado de artefactos modélicos beneficiarios de la fuerza del caudal del Júcar de lo que aún da testimonio la gran presa destinada a hacerle llegar este mediante un caz.

Su actividad se interrumpiría definitivamente en 1728, quedando despojado de maquinaria el edificio y disponible para instalar en él, bastantes años más tarde, la fábrica de paños a que ya hemos hecho referencia en un programa anterior.

Paco Auñón

Paco Auñón

Director y presentador del programa Hoy por Hoy Cuenca. Periodista y locutor conquense que ha desarrollado...

 
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