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José Rico Pavés ya ha tomado posesión como obispo de la Diócesis de Asidonia Jerez

Especial Trabajadera toma de posesión Monseñor José RIco Pavés como nuevo Obispo de la Diócesis Asidonia Jerez

Especial Trabajadera toma de posesión Monseñor José RIco Pavés como nuevo Obispo de la Diócesis Asidonia Jerez

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Jerez de la Frontera

Monseñor José Rico Pavés ha tomado posesión este sábado cuarto obispo de la Diócesis de Asidonia Jerez. José Rico Pavés, granadino de 54 años que ejercía como obispo auxiliar de la Diócesis de Getafe ya es el máximo representante de esta joven diócesis con poco más de cuarenta años de vida.

La ceremonia sse ha celebado en la Catedral de Jerez y además del Nuncio en España, monseñor Bernardito Cleopas, una veintena de obispos de todo el país han acompañado a Rico Pavés en esta ceremonia tan especial.

José Rico Pavés nació el 9 de octubre de 1966 en Granada. El nuevo obispo de Jerez realizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Toledo. Fue ordenado sacerdote el 11 de octubre de 1992. Es licenciado en Teología Dogmática y doctor en Teología Patrística por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma.

Su ministerio sacerdotal lo desarrolló entre Granada y Toledo, compaginando la labor pastoral con la docencia. En el momento de su nombramiento episcopal era director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española, cargo que desempeñó desde 2001 al 2013.

Fue nombrado obispo auxiliar de Getafe el 6 de julio de 2012 y recibió la consagración episcopal el 21 de septiembre del mismo año en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerro de los Ángeles.

 Quien no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío (Lc 14, 33).

Seguir a Jesucristo implica llegar a comprender que con Él lo tenemos todo. Para quien sigue a Jesús, poner a la familia después de Él, cargar con la propia cruz, calcular las propias fuerzas y renunciar a todos los bienes son siempre respuestas de amor a Quien nos ha amado hasta el extremo. El Señor solo nos pide lo que primero nos da. Nos pide todo porque Él se nos da del todo. Esta es la Gracia, el Don inmerecido, de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9).

La Iglesia nos invita hoy, a través de la Liturgia, a fijar la mirada de fe en el testimonio y la intercesión de san Ignacio de Loyola. Lo hacemos, además, cuando estamos conmemorando el quinientos aniversario de su conversión: quien aspiraba a recibir la gloria de este mundo en la milicia al servicio del rey temporal, recibió la gracia de la conversión que le llevó a comprender que nuestra felicidad está en hacerlo todo para mayor gloria de Dios. San Ignacio se dejó seducir por el Señor, gustó su bondad y fue convertido en imitador de Cristo: buscó lo que Él buscó y amó lo que Él amó (cf. EG 267). Experimentó así que posponer la familia a Cristo no significa amarla menos, sino amarla con la plenitud que solo Él nos puede conceder; comprendió que la cruz que Cristo nos pide cargar es yugo suave y carga ligera si descansamos nuestro corazón en el suyo; entendió que calcular y medir las propias fuerzas antes de grandes empresas requiere siempre discernimiento previo, es decir, búsqueda de la voluntad de Dios y uso de las cosas de este mundo en tanto en cuanto nos ayudan a alcanzar el fin para el que hemos sido creados; comprobó, finalmente, en su propia vida que, renunciando a todos los bienes para ser discípulo de Cristo, el Señor le desveló el secreto para alcanzar amor: memoria interna de tanto bien recibido y ver a Dios en todas las cosas, para en todo amar y servir.

El Señor ha querido en su Providencia que, al celebrar la memoria litúrgica de san Ignacio de Loyola, comience mi ministerio episcopal como obispo de esta Diócesis de Asidonia-Jerez. ¿Cómo no ver aquí un recordatorio claro de que la única motivación que debe orientar mi entrega apostólica es la mayor gloria de Dios y la santificación de los fieles que me son confiados? El Derecho designa esta celebración como “toma de posesión canónica de la diócesis” y la Liturgia nos instruye sobre el significado de esta expresión. “Tomar posesión” no es un acto de dominio sino de obediencia, no es una apropiación sino un despojamiento, no es un ejercicio de exaltación personal sino de servicio en comunión. Tres gestos sencillos nos lo recuerdan: la presencia del nuncio y de mis hermanos obispos; la entrega de la sede y el báculo; y la acogida de los fieles que representan los diferentes estados de vida en la Iglesia diocesana.

Ha comenzado la celebración con la presidencia del Nuncio Apostólico, que hace presente al Sucesor de Pedro, principio de unidad en el colegio episcopal. Con Pedro y bajo Pedro el nuevo obispo está llamado a desempeñar su ministerio, como sucesor de los apóstoles, en comunión con los demás hermanos obispos. En el ejercicio del ministerio episcopal, la Iglesia me pide obediencia, es decir, abrazar la voluntad de Dios, reconocida en las disposiciones del Papa, para ser cumplida desde el vínculo de la fraternidad episcopal. Doy gracias de corazón al Señor Nuncio por su presencia y cercanía, y en él renuevo mi adhesión cordial al Papa Francisco que nos llama a poner a la Iglesia en estado de misión, saliendo al encuentro de las heridas de nuestros contemporáneos, para llevar a todos la alegría del evangelio. Extiendo mi gratitud a los obispos que hoy me acompañan, de forma especial al Cardenal Arzobispo de Madrid, Don Carlos Osoro, Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española y Metropolitano de la Provincia eclesiástica que me ha acogido durante nueve años, y al Arzobispo de Sevilla, Don José Ángel Saiz Meneses, Metropolitano de la Provincia que hoy me recibe. Mi gratitud se hace filial al mencionar a Don Joaquín y a Don Ginés, que en Getafe me han tratado con corazón de padres. Gratitud admirada a Don José Mazuelos, mi predecesor, y en él a los muy queridos y recordados Don Rafael Bellido y Don Juan del Río. Lo que ellos han sembrado, espero cosecharlo para seguir sembrando en la continuidad serena de la Sucesión Apostólica. Gratitud originaria a los arzobispos de Granada, donde nací a la vida eterna, y de Toledo, donde la Iglesia me formó sacerdotalmente. Gratitud, en fin, confiada a Don Federico Mantaras, Administrador diocesano durante los últimos meses, que ha conducido la Diócesis con prudencia y discreción. Pido a mis hermanos obispos que me sigan sosteniendo con su oración, palabra y ejemplo, para que, en el signo de la obediencia, vivida en unidad, manifestemos al mundo la bondad del Corazón de Cristo, el Buen Pastor.

La “toma de posesión” es también un despojamiento, como expresan paradójicamente los signos de la presidencia, la sede y el báculo, que remiten al triple ministerio de la santificación, la enseñanza y el gobierno. En las acciones sacramentales, en las palabras que pronuncie, en las decisiones que adopte, el Pueblo de Dios espera reconocer a Cristo su Señor, que se entrega por amor a cada uno de sus fieles sin reservarse nada para sí. Si el camino del Buen Pastor ha sido el del abajamiento para levantar a todas y cada una de las ovejas que el Padre le ha confiado, así también ha de ser el camino del obispo. Pedid al Señor que mi alegría esté puesta en vuestro crecimiento espiritual y que al final de cada día experimente el gozo de quienes se saben “siervos inútiles que solo han hecho lo que tenían que hacer”. Doy gracias a Dios de todo corazón por la presencia de las autoridades civiles, judiciales, académicas y militares, que honran a la Diócesis de Asidonia-Jerez con su participación en esta celebración. Dirijo mi saludo lleno de afecto a la Sra. Alcaldesa y a los miembros de la corporación municipal de Jerez, a los Alcaldes y representantes de los diferentes municipios de la diócesis, a la Delegada del Gobierno de Andalucía, a los Sres. Diputados nacionales de la Provincia de Cádiz y representantes de la Junta de Andalucía. A los políticos que hoy nos acompañan les tiendo mi mano amiga para trabajar, cada uno desde su ámbito y competencia, al servicio de las personas de nuestra sociedad. Saludo también afectuosamente a las autoridades judiciales, al Señor Almirante y miembros de las Fuerzas Armadas y Seguridad del Estado, a los miembros de la Academia San Dionisio y a las Autoridades académicas y universitarias. Cuenten con mi colaboración leal y respetuosa en la búsqueda del bien común, y en el cuidado de aquellos que pasan por la grave prueba de la soledad, de la enfermedad o del desempleo. Nuestra contribución en la construcción de una sociedad más justa se llama evangelización. Y esto es lo que deseamos seguir impulsando, conscientes de que nada hay más humanizador que evangelizar.

La “toma de posesión” es, en fin, la expresión visible de la belleza de la Iglesia diocesana que recibe y acoge a su pastor. En el saludo de una representación de fieles se simboliza la totalidad de la Diócesis, porción del Pueblo de Dios que camina en esta tierra. Nada puede el obispo sin sus fieles. Su ministerio es servicio en comunión. Cuando el Papa nos está llamando a visibilizar en la Iglesia su dimensión sinodal, considero un regalo de la Providencia ser recibido en esta Diócesis. Para “caminar juntos” -esto es la sinodalidad- el obispo debe trabajar sin descanso por la comunión entre sus fieles y con el resto de la Iglesia universal. Doy gracias a Dios por vosotros, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. A todos os pido que me ayudéis a ser vuestro obispo. Rezo por vuestra fidelidad y os ruego que elevemos nuestras súplicas al Señor para que nos bendiga con santas y abundantes vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio y al compromiso laical. Cuento con los sacerdotes, para llevar el amor del Corazón de Cristo a todos, a los de dentro y a los de fuera de la Iglesia, al estilo del Buen Pastor, contemplando por dentro los misterios divinos, sosteniendo por fuera las cargas de nuestro pueblo fiel. Cuento con los diáconos para llegar a los más necesitados y cuidarlos como al mayor tesoro de la Iglesia. Cuento con las personas consagradas para proclamar con fuerza al mundo que hemos sido creados para el Cielo y que solo Cristo puede colmar los anhelos de nuestro corazón. Cuento con las contemplativas para sostener con sus manos elevadas la vida de quienes en la Iglesia afrontan cada día el combate de la fe. Cuento con los seglares para reconducir todas las cosas a Cristo, sembrar la semilla del evangelio en los hogares, en las escuelas, en los trabajos y en las instituciones sanitarias, sociales, políticas y culturales. Cuento con los movimientos y asociaciones de fieles en la riqueza de su diversidad, especialmente cuento con las Cofradías y Hermandades. En la persona del presidente que termina su mandato y del recién elegido de la Unión de Hermandades de Jerez saludo con enorme afecto y gratitud a todos nuestros cofrades. No me cansaré de repetir que confío mucho en el poder evangelizador de las Hermandades y Cofradías. Trabajaré para que las Cofradías sean verdaderas escuelas de vida cristiana y ámbitos de caridad generosa, donde se ejercite el amor que hace fraternidad, los esposos fortalezcan su vida matrimonial, los hijos crezcan en la fe de sus mayores y la sociedad entera se enriquezca de una fe que sale a la calle para proclamar a todos la grandeza del amor de Dios que se nos ha revelado en los misterios de la vida de Cristo y de su Santísima Madre.

Empujado por el amor de mi familia, probada ahora por la enfermedad de mis padres, y sostenido por la oración de los muy queridos fieles de las diócesis donde el Señor me ha ido llevando, en Granada, Toledo y Getafe, pongo mi ministerio episcopal en manos de la Inmaculada Concepción, Patrona de la Diócesis de Jerez, a la vez que acudo a la intercesión de su Patrono, san Juan Grande, para que en el cumplimiento de la tarea que ahora la Iglesia me encomienda solo busque la mayor gloria de Dios y la santificación de los fieles que me son confiados. Que san Ignacio de Loyola me ayude a poner en esta única motivación el principio y fundamento de mi ministerio episcopal. Pedid al Señor que me conceda ser vuestro obispo al estilo de san José: enamorado siervo de María Santísima, custodio del Redentor, trabajador silencioso y servicial, y padre en la sombra. Que, en mis palabras y silencios, en mis acciones y forma de padecer, resuene siempre la oración de la gente sencilla: ¡Nada sin María! ¡Todo con Ella! Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

 

 

 

 

 
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