Una espera esperanzadora
Comentario inicial de David Perdomo, en 'Hoy por Hoy Las Palmas'.
Una espera esperanzadora
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Las Palmas de Gran Canaria
Llevamos 15 meses donde hemos tenido que tomar distancias unos de otros y acostumbrarnos a hacer cola para todo. Primero para ir al supermercado, luego para hacernos PCR... pero ahora las colas tienen un sabor esperanzador. Por ejemplo, la que me tocó a mí hacer ayer. Les sitúo.
Faltaban 10 minutos para las 11 de la mañana, en los exteriores del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. Entre ambulancia y ambulancia, llegaba yo tan feliz para recibir mi primera vacuna. Y me encuentro con una fila más grande que para entrar en los túneles de Julio Luengo.
"¿Es el último?", le pregunté a un señor que escuchaba la radio, que asintió con la cabeza y con cara de resignación, pero no de enfado. Yo creo que nadie estaba molesto allí. Y fíjense que eso es raro en una cola tan larga. Pues a esperar que me tocó. Pronto llegó una mujer, de unos 40 años, que se colocó detrás y luego un matrimonio de unos 60. Se iban a vacunar juntos de su segunda dosis.
"Yo no tuve ningún problema con la AstraZéneca", nos decía, la señora, a mí y a la mujer que estaba justo detrás, "Yo quiero que me vuelvan a poner la misma". La chica nos contó que a ella le iban a inyectar la segunda de Pfizer y que la primera dosis ni la había notado. Las dos intentaban, así, darme ánimos porque, hasta ayer, no recibía una vacuna desde niño. Esta mujer me contó que ya tenía ganas de que pasara todo. Su pareja era auxiliar de enfermería, casualmente en el Negrín, y llevaba unos meses sin parar. Me explicó cómo fueron los primeros meses de la pandemia. Ella y sus dos hijos se tuvieron que ir de casa un mes porque él trabajaba en el área COVID, con mucho esfuerzo y, sobre todo, con mucho miedo. "Aún así tuvimos suerte, nunca se contagió", me contaba mi compañera de espera.
La cola avanzaba, no iba lenta, pero parecía que nunca iba a acabar. Tras más de media hora, cuando ya estábamos cerca de la puerta, aparece un sanitario. Gritó que los que iban a recibir la segunda dosis de Pfizer tenían que subir a la cuarta planta. Así que mi compañera de fila, la mujer del auxiliar, se despidió de nosotros, con resignación, pero no con enfado, ya les digo que de eso no había en la cola. A los pocos minutos, y tras 40 de espera, ya entramos a por nuestra vacuna. El señor de la radio se fue hacia el centro de la sala, a mí me mandaron al fondo y al matrimonio al otro extremo de la habitación. Tras el pinchazo nos reencontramos en la sala de espera, ya alejados unos de otros. Pese a la aguja y la tardanza, todos los que estábamos allí teníamos una especie de sonrisa boba, jamás hubo una mala cara. Es curioso porque esa cola, que avanzó a cuentagotas, ha sido una de las más bonitas en la que he estado. Sin nada de enfado. Porque al final de la fila nos esperaba un regalo lleno de esperanza.