La foto revelada
Sección de 'Ver con los oídos' de Leandro Betancor, en 'Hoy por Hoy Las Palmas'
Las Palmas de Gran Canaria
Sé que parecerá increíble pero lo que ahora cuento es verdad. Tan verdad como que hoy es martes, agosto y luna nueva.
Adquirí este chaquetón en la conocida boutique de ropa usada de la Rue de Rivoli. Pero pasó todavía algún tiempo hasta que hallé aquella foto en el bolsillo de la solapa. Ignorado hasta que un día, al meter allí mi pluma, noté como que tropezaba con algo dentro.
La foto tenía el tamaño justo para encajar en aquel bolsillo y pasar desapercibida.
La imagen de aquella trenza y aquel brazo me resultaba familiar y me dejó pensando sobre quién era la propietaria de semejante melena y, por un instante, deliré también con la posibilidad de que que estuviera firmada por algún afamado fotógrafo.
Descubrí que en la parte posterior había una dirección apuntada, Rue de Savoie 10, 4A.
Para mi sorpresa esa calle no estaba lejos de mi barrio y, aunque había oído hablar de ella, no fue hasta aquel día que la caminé por primera vez.
Pocos metros antes de llegar al número 10 confieso que me puse algo nervioso, sintiendo un pálpito extraño, como intuyendo que algo como lo que pasó iba a pasar.
En el interfono de la finca el 4A estaba borrado y en su lugar había un garabato como de lagartija, amarilleado por el tiempo y como si alguien hubiera pasado el dedo por encima y lo desdibujara.
Tras unos segundos mirando aquel timbre me decidí a pulsarlo pero nadie contestó. Pulsé dos veces más, pero no hubo respuesta.
Resignado a no resolver aquel misterio concluí que yo solito me había inventado aquel laberinto sin salida. Era sólo una foto.
Sin embargo, al cruzar la calle para volver a mi barrio escuché gritar a una mujer mi nombre, ¡Antoineeeeeeee!. La voz venía de arriba. ¡Antoineeeeeeee! . Otra vez.
Miré hacia arriba y la vi a ella: Matilde. Mi amor de juventud a quien creía viviendo en Italia. Bajó apresuradamente por las escaleras y al abrir la puerta -ambos con cara de sorpresa- nos abrazamos sin saber muy bien qué decir. Le hablé de la foto que me había llevado hasta allí y me contó que su padre la había traído a Paris al finalizar el instituto, en uno de sus viajes, y aprovechó para hacerle unas fotos en el estudio de su tío, que era justamente la casa que ella ahora ocupaba. Resolvió el misterio de la foto al reconocer mi abrigo: me dijo que su tío siempre se llevaba pruebas de los revelados en los bolsillos.
Escribo esto en la mesa del Café Procope donde hemos quedado. Hoy es nuestra cuarta cita.
Como la trenza de su antigua melena, nos hemos vuelto a enredar.
Y esta vez será para siempre.
Aquí llega, en cámara lenta... Me guardaré estas letras en el bolsillo de la solapa.