Sin un duro, pero sin quejarse
Negocios hosteleros rurales en Santa Cruz de los Cuérragos, Linarejos o Manzanal de Arriba, sobreviven a la pandemia tirando de reservas y mucha filosofía

Sin un duro, pero sin quejarse: El reportaje de Pepe Lera en Manzanal de Arriba un año después del confinamiento
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Zamora
Junto con los núcleos despoblados, o con habitantes que resisten en esos lugares en los que acaban los caminos (antaño míseros y hoy preciosos), hace un año también nos acercamos a algunos pequeños negocios rurales que quedaron varados en el confinamiento que impuso la pandemia: Un centro de turismo rural en Santa Cruz de los Cuérragos, un hotel en Linarejos y un camping 3 estrellas en Manzanal de Arriba. Los tres establecimientos están dentro del municipio de Manzanal de Arriba. Los tres en la Reserva de la Biosfera Meseta Ibérica.
Más información
El primer destino es Santa Cruz de los Cuérragos, otro lugar maravilloso donde, o se llega o se marcha, pero no se pasa... Es domingo, hace un día espléndido y esta vez el propietario del centro de turismo rural, Fernando, nos recibe con el mandil puesto, porque, a diferencia de hace un año, hoy tiene clientela y está preparando los oportunos servicios del día. Hay que ir levantando el negocio, dice.
Fernando es un tipo muy locuaz y transmite que en el último año se ha adaptado a las circunstancias: “sin un duro” confiesa. Y como donde no hay, tampoco se gasta, ha pasado su tiempo pintando (era profesor de pintura antes de dejar Madrid para fundirse con la naturaleza de Santa Cruz), leyendo y “con mis lobos”. “Como un monje”, añade.
Pero no se queja de ello, al contrario. Tiene todo pagado, recuerda, y reflexiona que no es justo quejarse estando donde quiere estar, mientras en otros lugares se ven verdaderos dramas provocados por la pandemia.
En Santa Cruz de los Cuérragos no han cambiado grandes cosas. De hecho casi no ha cambiado nada. Casi… Porque le llega un panadero más el jueves. Pero Fernando aprovecha para reivindicar que, al menos, algo cambie. Verbigracia, que mejoren la carretera que lleva a Santa Cruz, estrecha, en mal estado y asomada al precipicio de “los infiernos”, sin ninguna protección. Y también que puedan disponer de telefonía móvil. “A ver si lo escuchan en la Junta de Castilla y León”, concluye.
Dejamos Santa Cruz para seguir camino hasta Linarejos. Allí, como a Fernando, encontramos afanado en la cocina a José, el regente del hotel rural El Caserón, a cuya espalda podemos avistar Peña Mira, el punto más alto de la Sierra de la Culebra. Hoy también tiene clientela que atender. Hace un año lo encontramos aprovechando el confinamiento para realizar tareas de mantenimiento del local. Este fin de semana tenía el hotel al 50 por ciento de ocupación: 3 habitaciones. En realidad, nos cuenta que el verano salvó algo la situación, pero luego llegó noviembre y vuelta a cerrar.
A diferencia de Fernando, José tiene más costes en su hotel y tiene un empleado, al que tuvo que enviar al ERTE un par de meses. Pero tampoco se queja, porque el dueño del local es comprensivo y si hay algún atraso en el pago, no hay problema: es su hermano. Concluye que hay que tomarse la situación con filosofía, aunque no olvida quejarse por la falta de ayudas.
Seguimos camino hasta Manzanal de Arriba. Tras tomar un desvío a la entrada de Manzanal, llegamos al Camping Los Molinos, a la orilla del embalse de Valparaiso. Es un camping que también tiene bar y restaurante. Mario y Cosmina, sus regentes, están tomando el café tras acabar los servicios de comida del día. Un año después, en el camping hay algo de animación. Pero el último año ha sido complicado, dice Mario.
La supervivencia ha sido el destino de muchos negocios del sector, pero Mario reflexiona que están para algo más que sobrevivir. “También hay que ganar dinero”, dice.
El camping ha estado abierto poco más de un par de meses. Hay poco movimiento y sólo queda confiar en el verano. Ahora la clientela es de cercanía y de fin de semana. En este último año, la gente de la zona ha permitido mantener el negocio de terraza y restaurante.
Es lo que hay, concluye Mario, mientras su esposa, Cosmina se levanta para atender la llegada de unos clientes.
Sí, un año después de la pandemia, esto es lo que hay.