Diario de una adolescente en tiempos de covid: "La vida se nos escurre entre los días"
María González López, de solo 17 años, nos encandila una semana más con sus fabulosas letras en este tiempo de pandemia
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Aranda de Duero
Pasan los días, febrero se convierte en una masa indeleble de sucesos idénticos, pero agitados. Como si fuesen los obuses que remueven los cimientos de esta sociedad despoblada de paz.
A pesar de ello, en los escaparates, bajo el mismo fogonazo avergonzado se miran los transeúntes, pero nadie se encuentra. El brillo que hace existir el reflejo se ahoga de oscuridad,convirtiéndose en un escondite de la realidad. La velocidad de esta vida que elegimos nos puede en esta carrera de fondo, sin meta.
En los soportales de la plaza se refugia de la lluvia un mirlo desubicado, no sabe cómo volver a alzar el vuelo,el techo está demasiado bajo y la pista colapsada de pasos sin rumbo.
Los charcos bautizan los zapatos de prisa, como una celebración en busca de la supervivencia. Son las secuelas de un terremoto por alcanzar un pódium tan alto como la azotea de los rascacielos de la capital, tan vacío que ni la niebla se atreve a abrazar.
Salpicadas de angustia las gabardinas enfrascan a sus dueños, son el escudo ante el desgaste del tiempo que habita más allá de los relojes. Entre sus sombras juega el Sol al despiste, a secar una yaga incurable, la prisa.
Los niños con sus babies de gamas vivas se preguntan por qué mamá y papá no dejan de hacer fichas ni cuelgan el teléfono o el fin de semana se quedan en el sofá viendo películas de Disney a su lado. Son dudas que se resuelven con la edad, cuando la ropa se vuelve del color del dinero.
En las miradas soñolientas de muchos aún se acuna el sueño de esa noche huyendo del olvido, al exilio de la monotonía de una oficina. Nadan en el café las palabras que uno se traga contra sí mismo porque las 7 de la mañana no es una hora decente para declarar la guerra a nadie.
La obsesión por el instante supura en las entrañas de los que usan los relojes como mapas, siendo víctimas del caos moderno, esclavos de su propia libertad. Siendo todos presos de esta perfección sin juicio ni ruido, a cadena perpetua.
Mientras doy con mi cámara vieja en el bolsillo de la chaqueta, me queda una fotopor gastar, un recuerdo por coleccionar.
En las 37 que venían en el carrete he podido encerrar un invierno y los destellos fugaces de una primavera turista por febrero, los almendros parpadeando la juventud en sus flores, las risas domando la pena y los atardeceres encendiendo las luces de la ciudad.
Cuando sea mayor, si es que aún puedo pronunciar esta frase, las observaré, sabiendo que en su brillo sí me reflejo, ya que en ellas reside pausada la vida, esa misma que hoy se nos escurre entre los días infectada de ansia.