Camino con otros

Asturias

Mis pies caminan sobre unos viejos zapatos de mi hermano de igual forma que mi hijo mayor utiliza mi calzado cuando viene a casa. Mi hija la pequeña es más de algunas prendas, muy seleccionadas, de abrigo, alguna incluso de las que heredé de mi padre cuando se nos murió allá hará la friolera de 30 años. De mi madre, aprendí a cocinar y me atrevo incluso ahora a modernizarle la plana, cosa que me aguanta entre divertida y estoica, como casi todos ellos. El resto son las camisas que le han ido quedando estrechas a Jaime Poncela, el emotivo raciocinio incansable de Herminia Álvarez, las novelas de Faulkner, Cervantes y Pérez de Ayala, la más que lingüística de Alarcos y Gutiérrez Ordoñez, la literatura según Caso, Peláez, Cachero y algunos más de la UNED, la dirección escénica de Andrés Lima y los obras dramático-narrativas de Juan Mayorga.

Eso y algunas otras cosas más, muchas o pocas, ya no sé, que otros podrán rellenar sustituyendo las anteriores por las suyas. Y no cambiaría nada salvo que estas semanas una orden un tanto sospechosa y discutible me impidió este sábado en Avilés comprarle a Carlos José unos zapatos a los que les había echado el ojo y que iban a sustituir el desportillado calzado en el que conduzco mis pasos. Por si fuera poco ya de domingo en Gijón la persiana a media asta de un bar que frecuentaba con los amigos de cuando éramos guapos —como cantaba elevando el gran Brel a Jef— ahora que somos viejos y feos, me indicó que pese al cierre algunos siguen abiertos para algunos, claro, aunque a baja escala. Muro adelante, mientras caía inexorable la noche, en este país de hábito enólico que ya solo sabe a pueblo de años sesenta y huele al estercolero de su historia, recordé que entre la herencia de mi padre también nos transita aquel ahora tan a propósito "me cago en la ley seca".