El estado prostitucional
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Comentario Chema Caso 04.11.20
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Asturias
Putas y putos, puteros y puteras, de intensidad y frecuencia variables, como los aires y el viento, somos todos. Salí con estos pensamientos el sábado pasado del Jovellanos después de dos horas y media, formato pues grande, de una función teatral épica: Prostitución de Andrés Lima que nos repasa en las putañerías y putadas de este putal putativo, según queremos creer.
Más acá, en el significado, y más allá de las formas malsonantes, la nueva maravilla de Lima gira acerca de cuatro intérpretes que entran por el pasillo central de la platea para animar un puñado de testimonios que conforman los personajes, en torno a los veinte, incluidos algunos, en la función de Gijón, tres, del público. Y ello es por la virtuosa y desnuda forma musical de Laila Vallés, con la maestría proteica de Carmen Machi y Nathalie Poza, a la que se incorpora Carolina Yuste y desde la lección lúcida y lucida de Valentín Álvarez, igual que los proletarios vestuario y escenario de Beatriz San Juan, creo que con un guiño de ida y vuelta para El mago de Mayorga.
Lo más curioso de Prostitución con su enumeración y requiebros de textos e intertextos está para mí en cómo termina, en la escena final, pero no por lo que cuenta sino por su síntesis. Después del catálogo barroco de cómo nos vendemos y cómo violentamos, fundamento este del montaje, a través de testimonios, el propio Andrés Lima, solo voz, y Lucía Juárez, imagen y voz, interpretan la única escena grabada, escrita por Juan Cavestany. Tras las representaciones de lo real, la imitación y reproducción creativa de esta última son si cupiera más desoladoras en mitad del desaliento. Así es el estado prostitucional.