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Buscando a María Moliner en La Punta

La relación de la autora del Diccionario de Uso del Español con Valencia fue muy intensa. Bibliotecas, institutos y una perdida calle de La Punta nos recuerdan su paso por nuestra ciudad.

Luis Fernández callejeando por La Punta

Luis Fernández callejeando por La Punta

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Valencia

En la mermada huerta de La Punta, en la zona del camino del Canal casi lindando con la catastrófica Z.A.L., se construyó en 2012 un pequeño barrio residencial cuyas calles fueron rotuladas a propuesta de la Concejalía de Cultura con el nombre de personalidades relevantes de nuestra ciudad que fueron silenciadas durante la dictadura franquista. De esta manera y de forma sorprendente, personajes de la talla del escritor Juan Gil Albert o del pintor José Manaut e incluso de viejos conocidos de nuestro nomenclátor como el doctor Simarro o Amalio Gimeno, figuran entre el callejero de este recóndito grupo de viviendas. Un total de 12 ilustres personajes fueron seleccionados para denominar estas calles, entre ellos, el de la filóloga María Moliner (Zaragoza, 1900 – Madrid, 1981)

A pesar de no haber nacido en nuestra ciudad, la relación de María Moliner con Valencia fue intensa. Llegó aquí a principios de los años 30, donde empezó a ejercer como directora del proyecto de bibliotecas populares y formando parte de las Misiones Pedagógicas de la República destinadas a difundir la cultura general en las zonas rurales. También en Valencia colaboró con la Escuela Cossío, una institución pedagógica seguidora de los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, impulsora a su vez de la coeducación, la enseñanza ligada a la naturaleza, el aprendizaje y la laicidad. En ella, María Moliner impartía actividades de lectura a niños de entre 7 y 9 años, así como Literatura y Gramática, además de formar parte de su Consejo Director y de la Asociación de Amigos.

En 1936 fue nombrada directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia y dos años más tarde, ya como vocal del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico, redactó las directrices del proyecto del Plan de Bibliotecas del Estado. Residió en nuestra ciudad durante 16 años y su compromiso con la difusión de la cultura fue incuestionable. Después de la Guerra sufrió represalias políticas y fue degradada hasta 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios. Pero antes de rendirse, en 1946 empieza a esbozar las primeras fichas de su diccionario total, el famoso Diccionario de Uso del Español, conocido popularmente por el nombre de su autora, y que vio la luz en 1966.

Bibliotecas, institutos y, desde ayer, un monolito situado en la Gran Vía, nos recuerdan el paso de esta gran mujer por nuestra ciudad. También una lejana calle de La Punta, cerca al renacido chalet de Sancho, lo único que queda en pie de aquel paraíso entre la huerta y la playa de Nazaret que fue engullido por el mal llamado progreso.

 
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