Ocio y cultura

Jardín de emociones en el Falla

El teatro gaditano acoge una doble sesión del solemne y eficaz drama familiar "Las cosas que sé que son verdad"

Escena del baile de la obra "Las Cosas Que Sé Que Son Verdad" / Teatros del Canal

Escena del baile de la obra "Las Cosas Que Sé Que Son Verdad"

Cádiz

Las rosas son flores muy bonitas, pero requieren de muchos cuidados. Pasa como los hijos. Nacen y crecen, pero nunca dejas de preocuparte por ellos. Es verdad que los hijos a diferencia de las flores pueden moverse, pueden ir y venir, pero hay algo que les retiene siempre, que les vincula eternamente. Y los padres no dejan de estar pendientes de ellos, aunque no siempre se les eche el agua que justamente necesitan. A veces, uno no llega. Otras veces, se pasa. Esta metáfora preside físicamente "Las cosas que sé que son verdad", la obra con la que Verónica Forqué ha vuelto a actuar en el Teatro Falla de Cádiz 32 años después de haberlo hecho con "Ay, Carmela". Un drama solemne y eficaz, algo previsible, pero rotundo en su construcción.

"Las cosas que sé que son verdad" es un drama escrito por el escritor australiano Andrew Bovell, con adaptación de Jorge Muriel y dirección de Julián Fuentes. Como en obras anteriores, como la celebrada "Cuando deje de llover", Bovell radiografía el interior de una familia. En este caso, la formada por el matrimonio Frank (Verónica Forqué) y Bob (Julio Vélez), ella enfermera, él mecánico, que han tenido cuatro hijos (Pilar Gómez, Jorge Muriel, Borja Maestre y Candela Salguero). Y todo tiene como escenario ese jardín de rosas. Porque es ahí donde esa familia se unió y, de algún modo, también se va a separar.

Está la hija menor que regresa al jardín para sentirse querida, porque no se ve con madurez para alejarse. Está el hijo que se escondía en el árbol para observarles a todos y esconderse de sí mismo. Está el otro hijo acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo en ese jardín, mimado por su madre, pero al que ese jardín le parece poco. Y está la hija, la mayor, que ha visto poblarse de hermanos su propio reino, y se ha dado cuenta de lo difícil que es mantener bonito y seguro todo aquello.

La obra se construye entre monólogos correlativos de cada hijo, cargados de intensidad, y diálogos familiares, que funcionan con gran fluidez. Así vamos sabiendo que los problemas y leves rencillas de la familia (los celos entre hermanos, pequeños piques en el matrimonio) esconden historias mucho más graves. La trama está bien administrada, avanza con interés, aunque los dramas estén algo forzados y avancen sobre caminos ya recorridos. Todo se verbaliza, todo se subraya, en el que es, quizá, uno de los pocos lastres de la obra, el exceso de palabra. Por eso llaman la atención la escena de baile al ritmo de "Losing my religion", de REM, o aquella en la que los hijos visten al padre. Cuando la música toma el protagonismo.

Aún así, todo está bien construido y contado, de forma que la obrase desenvuelve sin que pesen demasiado los 120 minutos que dura. Verónica Forqué (premio Max a la mejor interpretación protagonista por este papel) brilla llevando a su terreno a esta madre controladora. Carga esa imagen de madres que han entregado sus vidas para el cuidado de sus hijos y que tienen la solución para todo, pero que cuando no encuentran esa solución se fuman los cigarrillos que hagan falta hasta hallarla. Es imposible ser perfecta. Así que esa madre se encuentra con unos hijos a los que quiere, pero que no la dejan ser libre. Para los que desearía tener las palabras certeras, pero que no siempre encuentra. A los que adivina que tienen problemas con solo verles acercarse. Sueña con no depender de ellos, pero no termina de enseñarles a volar. Y en medio de esto se ha perdido muchas cosas. Y se ha dado cabezazos contra ese árbol plantado literalmente en medio del jardín, en medio del escenario. La fuerza de la Forqué no impide que el resto de reparto resuelva sus personajes con solvencia y equilibrio.

El título "Las cosas que sé que son verdad" responde a un listado que la hija más pequeña se propone realizar para intentar dar estabilidad al mundo que se le tambalea alrededor. Porque, en realidad, pocas cosas hay que sean verdad absoluta. Sí lo es el vínculo que se crea en torno a una familia. Ese jardín de flores que uno riega y cuida para que brillen en un intenso color, pero que después tienes que resignarte a que no sean como tú has pretendido. La decepción, la culpa, el rencor, las oportunidades perdidas, el sacrificio, la felicidad nunca conseguida, el amor con fecha de caducidad. De todo eso habla esta obra.

El Falla, que no consiguió completar el aforo posible, respondió con un considerable aplauso y de pie al reparto. Es una obra que deja un poso triste, por el desenlace final, y que replantea las estructuras familiares, pero termina reivindicándolas. Porque ese jardín, aunque acabe con las rosas destruidas, seguirá siendo el jardín de todos y cada uno de los que lo habitaron.

Pedro Espinosa

Pedro Espinosa

En Radio Cádiz desde 2001. Director de contenidos de la veterana emisora gaditana. Autor del podcast...

 
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