Lo que debemos a Enrique
La muerte del que fue alma de la transformación del Cerro del Moro reaviva la importancia de la lucha por un Cádiz mejor
Cádiz
Con la muerte de Enrique Blanco se va un poco de la dignidad de Cádiz. Su lucha, unida siempre a la de su esposa Carmen Natividad, forma parte irremediablemente de la historia gaditana. Porque sin ellos Cádiz hubiese sido peor. La ciudad les debe su compromiso, el que llevó a volcar el esfuerzo diario de toda su familia en el bien de los demás. Su lucha sin descanso por cambiar las cosas. Su inconformismo. Estaban convencidos de que su barrio, el Cerro del Moro, merecía más. Lo creyeron y, lo más importante, consiguieron que otros también lo creyeran.
Eran dos adolescentes, de apenas 15 años, cuando Enrique y Carmen se unieron como novios ya para siempre. Y fue en esa época, a finales de los 70 del pasado siglo, cuando tomaron contacto con los problemas de su barrio. Todo en torno a la parroquia del Cerro del Moro, donde los vecinos rezaban, sin duda, por casas más dignas, por más pan en las mesas, por espantar los fantasmas que empezaban a surgir. La droga. La delincuencia. Los graves aldabonazos de la pobreza. Y ellos dos hicieron suyos esos ruegos.
Ahí conocieron al sacerdote Gabriel Delgado. "Tenían 15 o 16 años. Se creó un grupo juvenil, organizábamos campamentos con los chicos del barrio. Fue la semilla de la inquietud que tenían de trabajar por los demás". Era la misma época en la que se encontraron con otro sacerdote, Jesús Maeztu, hoy Defensor del Pueblo Andaluz. "Yo tenía 25 años cuando llegué al barrio. Me presenté voluntario para trabajar en el mundo obrero y barriadas marginales y me ofrecí al obispo Añoveros".
Maeztu asegura que Enrique y Carmen le ayudaron a entrar en el barrio. "Yo venía de la Pontificia de Salamanca. Ellos me ayudaron a conocer a los vecinos, a recorrer sus calles. Fueron mis maestros".
Enrique se hizo más visible gracias a su labor sindical desde Talleres Faro, como presidente del comité de empresa. Era una potente factoría que auxiliaba a los astilleros en diversas tareas, hasta que a mediados de los ochenta entraron unos inversores. Supuestamente era para relanzar la empresa, pero la hundieron. Dejaron pérdidas terribles y a todos los trabajadores en la calle. Pero Enrique Blanco no se rindió.
Se inició así una larga lucha, un encierro de meses en el que participaron las familias de los trabajadores, niños incluidos. Su lucha fue la de toda una ciudad. Y sirvió para que la empresa sobreviviera. La actividad la asumieron los propios operarios y Enrique Blanco fue elegido gerente. Le compraron un traje. Pero no se lo puso nunca. Los guerreros no llevan corbata.
Aquella lucha por los trabajadores la simultaneó siempre con la batalla por su barrio. El Cerro del Moro estaba destinado a ser un gueto marginal. Levantado entre gente humilde. "Eran casas de 45 metros cuadrados, hacinadas, era imposible tener una convivencia sana allí", recuerda Maeztu. Y Enrique y Carmen, junto a otros, lucharon por que aquello cambiara. "Él fue el presidente de la comunidad de vecinos y pensó siempre antes en los demás que en sí mismo. De hecho, cuando se construyeron las nuevas casas, él se quedó con una de las peores", explica el hoy Defensor del Pueblo.
Consiguió convencer a las administraciones, a todas, de la necesidad de invertir, de impedir el aislamiento, de ayudar a los vecinos a no aceptar el destino que les parecía encomendado por su lugar de residencia. "El Cerro del Moro le debe su transformación. Dialogó con las administraciones públicas hasta convencernos de lo que había que hacer", recuerda el socialista Fermín del Moral, que le trató cuando era viceconsejero en la Junta de Andalucía. "Carmen llamaba Concha a la consejera y, con su desparpajo y naturalidad, consiguió que calara su mensaje".
Después llegó la enfermedad, la esclerosis, el encierro involuntario dentro de casa de la pareja, la lucha íntima por la dignidad de la vida. Hasta que esta semana Enrique Blanco se ha marchado de ese barrio del que nunca se fue. En su muerte, todo son elogios y reivindicaciones a su figura.
"Es un día triste por la despedida, pero de gratitud con Enrique y su familia", asegura Gabriel Delgado, quien intervino en su funeral con un sentido mensaje en defensa de la utopía. Carmen y él nunca dejaron de batallar porque creían firmemente que lo que reclamaban era posible. Frente al conformismo de una ciudad que no confía en sí misma, ellos sí creyeron. Pensaron que Cádiz podía ser mejor y lo dieron todo por conseguirlo. Es lo que se le debe a Enrique Blanco. Y lo que se le sigue debiendo a Carmen Natividad.
Pedro Espinosa
En Radio Cádiz desde 2001. Director de contenidos de la veterana emisora gaditana. Autor del podcast...