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Mario Ocaña

Día de Reyes

El que más recuerdos me trae a la memoria y más me hace disfrutar

Mario Ocaña / Mario Ocaña

Mario Ocaña

De todos los días de fiesta que disfrutamos en estas fechas es, sin duda, el día de Reyes el que más recuerdos me trae a la memoria y más me hace disfrutar. Son, claro está, recuerdos e imágenes de una infancia cada año más lejana para mi pero no por ello menos presente. Yo me crié en eso que ahora se llama “ la parte baja de la ciudad”, o sea, en La Caridad que, cuando yo era un chiquillo, era el centro demográfico y económico de Algeciras.

Día Reyes

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No era raro raro ver, cuando llegaba la Navidad, a piaras de pavos pasando delante de mi casa camino de la plaza de abastos guiados por paveros que manejaban largas cañas para llevarlos ordenadamente. Mi calle – la calle Castelar – se convertía, por unos días, en una sucursal de la plaza de la Palma y en ella se montaban tenderetes desde el quiosco de Antonio Moya, en una esquina, a la zapatería de Hidalgo, en la otra. Zambombas y panderetas; rollos de serpentina y antifaces para la fiesta de fin de año; zapatos y cualquier mercadería suceptible de ser comprada o vendida, se apilaba en las aceras por las que deambulaba la gente con prisa, a veces corriendo, para ver y escuchar los villancicos que cantaba alguna rondalla popular que desfilaba al son de panderos y botellas de anis de El Mono. En los escaparates de algunos comercios titilaban luces de colores y los productos se cubrían con papel de orillo y guirnaldas hechas a mano.

Pero, sin duda, el día supremo, era el día cinco de enero, cuando los pajes reales exponían por toda la calle aquella cantidad inimaginable de juguetes. Con los ojos de la ilusión de par en par contemplabamos los caballos de cartón, los trenes y los coches de hojalata y cuerda, las muñecas de cartón que poco a poco fueron dando paso a las de plástico, los soldaditos de goma, las peonzas de lata pintadas de circulos de colores, las cocinitas, las ropas de vaqueros del far-west y las pistolas de triqui-traque, los siempre presentes Juiegos Reunidos, y un largo etcétera.

Esa tarde subíamos a Correos, en la calle que entonces se llamaba José Antonio, y echábamos la carta gracias a que tu padre te levantaba para llegar a la boca del buzón y te ibas a dormir con un pellizco en la barriga y unas ganas locas de que pasase la noche. Antes habíamos dejado, en la mesa de mi padre, tres copitas de anís para los Reyes y tres cubos de agua para los camellos.

Es, por antonomasia, la noche de la ilusión que ahora seguimos disfrutando gracias a los más pequeños de la familia y a los Reyes que, como todos los años, ya seamos analógicos o digitales, siguen haciendo que ningún niño se quede sin juguetes en un día tan hermoso como el de hoy.

 
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