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Firma de opinión de Marisa Vadillo.Redes Sociales

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Córdoba

Hace unos días voló por los corrillos de Whatsapp el vídeo de un chaval rompiendo los adornos de Navidad en la ciudad. Un vídeo en el que, además, se pedía que lo compartieras para denunciarle, para encontrarle.

Es cierto que el vídeo es lamentable, tan lamentable como cualquiera a su edad hemos podido ser en algún momento. Al margen de las responsabilidades evidentes del chaval, no podemos ignorar otras cuestiones. La tragedia de hoy también es la hipervigilancia de las redes sociales, la tiranía del juzgar a los demás, la diversión de compartir las críticas, la salvajada de tener ‘amigos’ que te graban en cualquier situación.

Pienso en sus padres, pienso en la decepción que sería para mí ver a alguno de mis hijos así, juzgado públicamente en redes sociales por un acto lamentable. Me pregunto dónde está el límite, ¿nos gustaría que se compartiera un vídeo así nuestro o de nuestros hijos?

Yo no lo compartí, pero se lo enseñé a mis hijos de 9 y 11 años, les avisé que si algún día me llega un vídeo así de ellos ya podían salir corriendo hasta que escucharan hablar portugués. Pero sé, en el fondo, que les diga lo que les diga están vendidos. Sé que esa generación es más frágil en cierto modo, y que pueden equivocarse algún día y a la que le cae de sus padres se unirá el juicio público de todo el mundo. Que están expuestos por sus propios amigos que los graban, que están exponiéndose ellos mismos en redes sociales mostrando lo más frívolo y superficial de ellos mismos. Una generación que creen que deben ser modelos en Instagram, que le tiran besos a una cámara que les enfoca a ellos mismos, que consideran que deben vivir experiencias para subirlas, compartirlas y olvidarlas, o que quizás, para su desgracia, nunca conozcan lo que es un vínculo de amistad profunda y real. Esas a las que das tu tiempo y construyes en todas la situaciones, no las virtuales o efímeras con quienes compartes videojuegos.

Les mando desde aquí un abrazo a esos padres que, seguro, después de una vida sacando a su hijo adelante, pagando extraescolares, apoyándole y criándole han visto cómo todo ese trabajo queda resumido a un video estúpido de algo que no tendría que haber pasado. Qué difícil es ser padre en estos tiempos donde las tecnologías les educan para ser monos de feria. Y todos parte del circo.

 
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