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Me duele en el alma

La Firma de Guillermo Granja

"Me duele en el alma", la Firma de Guillermo Granja

"Me duele en el alma", la Firma de Guillermo Granja

02:29

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El pasado 10 de noviembre los españoles hemos hablado en las urnas y, como siempre, no nos hemos equivocado. Hemos decidido un parlamento más dividido aún que el que surgió el 28 de abril y, salvo los grandes reajustes que se han producido en el centro y la derecha, no se han dado cambios significativos.

A primera vista y sin ser analista político, está claro que, para garantizar la gobernabilidad de este país, es necesario que se produzcan pactos entre distintas formaciones. A la misma conclusión llegué después de las elecciones de abril y así lo expresé en un comentario de la temporada anterior.

Hasta finales del mes de julio todo el mundo daba por seguro que el PSOE y Unidas Podemos llegarían a un acuerdo para formar gobierno y que intentarían que perdurara durante toda la legislatura.

No fue posible en ese momento y tampoco se intentó antes de que finalizara el plazo para que se convocasen nuevas elecciones. Por eso, el martes 12 de noviembre me llevé una gran sorpresa cuando, en menos de 40 horas, ambos partidos llegaron a un pacto que, en principio, podría servir para acudir con garantías a la investidura y, con los apoyos necesarios, asegurar la gobernabilidad para los próximos cuatro años.

La primera pregunta que me hice es ¿nos toman por tontos? Y la segunda fue ¿cómo es factible que algo que en 5 meses no lograron hacer posible se resuelva tan rápidamente?, teniendo en cuenta además que han perdido un buen número de diputados.

Al día siguiente, me enteré de un suceso que en principio no tiene ninguna relación con este tema, pero que hizo que mi indignación llegase a límites insospechados. A un hospital privado de Valladolid habían derivado 80 pacientes desde la sanidad pública, en el último mes, para recibir las sesiones de radioterapia que necesitan, logrando con ello que la sanidad privada también se colapse en este apartado.

Las elecciones del 10 de noviembre nos han supuesto un coste de unos 200 millones de euros, que, a la vista de cómo se han desarrollado los hechos, nos podíamos haber ahorrado y destinar ese importe a la sanidad pública, a los servicios sociales o a la educación. Pilares básicos de nuestro sistema de bienestar social.

Por ello, me duele en el alma que aquellos que se invisten de la bandera de lo social nos tomen el pelo y que hagan posible lo imposible, pero con un importante coste económico para todos.

También me duele en el alma que algún partido critique de manera feroz que Amancio Ortega destine recursos propios para la sanidad pública y no se les caiga la cara de vergüenza con el dispendio electoral que han provocado.

Y por último, me duele en el alma que el tacticismo político prime sobre los intereses de los ciudadanos y, además, sigan intentando darnos lecciones de moralidad.

 
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