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El caso del Niño de San Cristóbal y otros ejemplos de la picaresca en la provincia de Cuenca

Sanadores que dicen hacer milagros pero que engañan, pícaros que urden artimañas para embaucar y otras tropelías se suman a la picaresca conquense en tiempos pasados

'El Lazarillo de Tormes', cuadro de Goya. / Wikipedia

Cuenca

Sabemos que la picaresca es un género literario que se desarrolló en España durante los siglos XVI y XVII con novelas que narran la vida y desventuras de un pícaro. Un claro ejemplo lo encontramos en La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades de 1554, donde aquel niño nos hizo ver técnicas y argucias para su propia supervivencia y beneficio propio. Nos enseñó el modo de vida de los pícaros. Algunos estudios avalan la teoría de que esta práctica nace de la desconfianza y de las adversidades, que la superstición, la magia y la adivinación juegan un papel muy importante en esta forma de ganarse la vida. Esto fue lo que ocurrió con el caso del Niño de San Cristóbal que cobraba a buen precio sus curaciones. Otro ejemplo lo encontramos en el personaje de Jerónimo Liébana apresado en muchas ocasiones por sus hazañas y timos, y que fue capaz de engañar a un rey escapando en alguna ocasión de la Inquisición. De todo esto hablamos esta vez en el espacio Misterios Conquenses con Sheila Gutiérrez y Miguel Linares en Hoy por Hoy Cuenca.

El caso del Niño de San Cristóbal y otros ejemplos de la picaresca en la provincia de Cuenca

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El caso del Niño de San Cristóbal lo recogía Heliodoro Cordente en su libro Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca. En el año 1645 llegó a Cuenca un niño llamado Cristobal, del cual se decía que tenía el poder de curar cualquier enfermedad con tan sólo santiguar al enfermo. Un niño que desde su nacimiento había sido muy especial como así declaró el padre ante el Santo Oficio quien lo había reclamado tras el revuelo que se había montado. El niño había llorado tres veces dentro del vientre materno, nació con dientes y comenzó a leer a tres años, declaró.

Las primeras curaciones las realizó en un convento jesuita de Ocaña (Toledo) donde una niña acudió con una ceguera en el ojo derecho y otra niña con fuertes dolores en un oído, la cuales tras santiguarlas se curaron. Tanto era su poder de curación que incluso llegaron a llevarle a Madrid para ver al rey, donde santiguó a la reina en el estómago, y también al príncipe.

En su periplo estuvieron por Cañamares, Barajas, Albalate de las Nogueras y Villar de Domingo García donde cuentan que un día el niño se encontraba jugando cuando se hizo daño en un testículo, la inflamación era tremenda y comenzó a tener altas fiebres. Momento en que el Santo Oficio aprovechó para ir a comprobar los poderes curativos de aquel niño tan visitado por aquellos necesitados. Deberían hacerlo cuando sus padres no estuvieran presentes para que no pudieran influir en las respuestas y explicaciones del pequeño.

Escena del jarro de vino por Medina Vera.

Escena del jarro de vino por Medina Vera. / Wikipedia

El Santo Oficio había sido advertido de fraude y le sometieron a un duro interrogatorio donde el niño quedó agotado. Después de una larga lista de preguntas, muchas de ellas incomprensibles para Cristóbal, la fiebre le hacía estar confundido, y ahí es cuando le arrancaron una confesión muy reveladora.

Declaró que su padre le instruyó el arte del engaño ya que era la única solución a la hambruna que sufrían, si él no curaba su familia no comería y aquí es donde se destapó el engaño. Su padre le enseñó todo el espectáculo que debía realizar cuando alguien acudiera a él para curarse, como santiguar, como debía hablarles e incluso tocarlos, dependiendo cual fuera su dolencia.

Todo este ritual no se hacía hasta que aquel paciente realizaba un previo pago al padre y se sabe que esto era cierto ya que existe el relato de que a una mujer no la quisieron curar porque se negó a entregar la cantidad de dinero que le pedían. Tras esta declaración les prohibieron que el niño volviera a santiguar a nadie y que si lo hacía serían castigados cruel y severamente.

El pícaro Jerónimo Liébana

Jerónimo Liébana, nacido en Cuenca en 1592, fue procesado y apresado varias veces y todas por el mismo motivo: por mentiroso, astuto, ingenioso y con una gran habilidad para embaucar.

En su andadura por Cuenca y pueblos de alrededores se presentaba como escribano real cobrando altas comisiones a taberneros, comerciantes y algún ganadero o agricultor. En uno de sus trabajitos fue descubierto y le metieron en la cárcel durante un tiempo. A su salida se fue a Zaragoza donde conoció al doctor Torrijos y Juan Navarro quienes le iniciaron en las artes mágicas, motivo por el que fue apresado por la Inquisición en más de una ocasión.

En una de sus idas y venidas, tras una visita a la cárcel de Belmonte, terminó en Cuenca y se hospedó en la casa de su hermano que era sacerdote. Su plan era descansar, sentirse seguro y tener tiempo para maquinar y planear nuevos embustes y estafas. Incluso llegó a engañar a la ama de su hermano, a quien prometió la mitad de un tesoro a cambio de unas sortijas y de algo de dinero, ya que lo necesitaba para hacer el conjuro para obtener aquel botín.

Esta mujer tuvo la gran idea de ir aireando las cualidades adivinatorias de Liébana, por lo que un hombre al enterarse acudió al gran estafador pidiéndole que gracias a sus conocimientos de astrología y magia encontrara diez carneros que pertenecían a su primo los cuales habían desaparecido.

Jerónimo de Liébana aceptó, claro está a cambio de la mitad del valor de los animales perdidos. Y en ese momento comenzó el show. Operaciones matemáticas imposibles, signos y una verborrea desconocida inventada para dicho espectáculo. Al término de aquel trabajo como astrólogo le explicó que cuatro carneros habían sido comidos en una boda en Villar de Domingo García y los otros seis estaban en Torralba.

Cobró su dinero y cuando aquellos primos fueron juntos a buscar al ganado no lo encontraron. Entonces, en cuanto se dieron cuenta de que habían sido estafados por aquel falso adivino. Fueron en su busca y les convenció de que la astrología nunca fallaba, comenzó el mismo ritual que había realizado antes y les dijo que los animales se encontraban cerca de Castillo de Alvaráñez, lo cual no creyeron y le reclamaron el dinero pagado por unos servicios fallidos.

Cómo era de truhán que, como evidentemente el dinero ya se lo había gastado, les convenció para que le acompañaran esa noche ya que iba a sacar un tesoro escondido en los lavaderos del Júcar, en un lugar llamado la Isla. Les prometió la mitad de lo que encontrara. Aceptaron y allí se reunieron con Liébana, María y su sobrina de seis años, ya que le había dicho que necesitarían a una virgen para poder realizar la búsqueda del tesoro. Llegado el momento donde estaban reunidos, les dijo que debía ausentarse con la niña y ya no regresó. ¡Otra vez les había vuelto a engañar!

Y así podríamos contaros mil una argucias, como cuando en un paño muy bien envuelto aseguraba tener parte de un tesoro pero que no podían abrirlo hasta su regreso. Les pedía dinero para viajar a entregar el resto a miembros de la Inquisición. Cogía el dinero, desparecía y como somos muy curiosos aquellas víctimas abrían aquel paño, donde solo encontraban piedras.

Un sin fin de delitos que lo llevaron a ser apresado de nuevo y condenado a 200 azotes y seis años de galeras. Pero se libró del castigo ya que inventó que en su estancia en Málaga escuchó como querían hechizar al Conde Duque de Olivares, sabiendo que sus creencias en la superstición le harían salir impune y así fue, incluso le llevaron hasta él. Le comunicó que unos nigromantes querían privarle de su voluntad y que él se infiltró entre ellos para informarle de aquel plan. Esculpieron unas figuras que se correspondían a los conspiradores y al rey, y tras varios conjuros mandaron a Liébana enterrarlas dentro de un cofre. Le acompañó un hombre el cual apareció muerto al día siguiente y en ese momento temiendo por su vida decidió huir, lo que le llevó a delinquir.

El Conde mandó desenterrar aquellas figurillas, fueron al lugar exacto que aquel buen samaritano les había facilitado y por supuesto no las encontraron. Fue de nuevo apresado, acusado de embustero y embaucador, enclaustrado en un convento de por vida hasta el 1635, año en el que falleció.

 
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