'La pobreza que vuelve'
Comentario inicial de David Perdomo, en el 'Hoy por Hoy Las Palmas' del 20 de septiembre.
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Cadena SER
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Las Palmas de Gran Canaria
Hoy las noticias me han hecho recordar a mi abuelo. No sé si alguna vez les he contado que los orígenes de mi familia están cerca del mar, en la Isleta. Un barrio popular, en el que muchos se pelean ahora por vivir en él, pero en el que hace unas décadas era un zona muy pobre. Principalmente, a la falda de estos famosos volcanes, vivían pescadores o portuarios que, como me contaba de pequeño mi abuelo, sobrevivían a duras penas. Él, por ejemplo, comenzó a trabajar en el mar con 14 años y todo lo que ganaba se lo daba a su madre. Cuando creció se casó con mi abuela, tuvo 4 hijos y todos juntos vivían en una pequeña habitación en la casa de mi bisabuela, que compartían también con sus otros tropecientos hijos y nietos. Mi abuelo me contaba que muchos niños de su época morían por enfermedades relacionadas con la pobreza, por falta de alimentos o sanidad. Afortunadamente, él fue uno de los niños de la Isleta que consiguió crecer, mejorar y salir de la pobreza extrema. Nunca llegó a ser rico pero me enseñó a que me sintiera afortunado y agradecido por todo lo que yo tenía y que él jamás soñó tener. Lo que no se imaginaría mi abuelo es que, al igual que las olas en la orilla, la historia que él vivió se iba a repetir.
Afortunadamente hoy en Canarias no hay niños que mueran de hambre, ni por falta de medicamentos, ni tampoco que tengan trabajar con 14 años, como pasaba hace casi un siglo. Pero lo que sí hay son menores que son pobres o muy pobres. Que juntos a sus padres y madres viven una realidad con tan pocos recursos que están excluídos. Y no son pocos. Son unos 617.000 canarios que viven en exclusión social. Una pobreza, distinta a la que vivía mi abuelo, pero no por ello menos dolorosa. Según el último estudio FOESSA, más de la mitad de los excluídos, más de 300.000 personas, se encuentran en situación de exclusión severa y les resulta dificil, por ejemplo, acceder a una vivienda digna, a encontrar un empleo o incluso tienen mayores problemas de salud. La pobreza del siglo XXI enferma, entristece, te aparta del resto. Y lo peor es que, a diferencia de la que sufrió mi abuelo, la pobreza de ahora se hereda, se te pega. Es como una enfermedad crónica que se pasa de generación en generación y resulta casi imposible deshacerse de ella.
Según el informe de Cáritas, Canarias es pobre. La única región donde ha seguido creciendo la exclusión social durante los últimos 5 años en los que en teoría hemos vivido una recuperación económica. Un problema que no es nuevo, es estructural según los expertos. Nos hemos acostumbrado a la miseria. Esa pobreza que nos costó tantas décadas quitarnos ha vuelto para quedarse. Ahora vemos cómo los mileuristas son unos privilegiados y aceptamos que las migajas son lo que nos merecemos. Nos hemos resignado a ello durante todo este tiempo, preocupándonos de estupideces, tapando agüjeros con caridad, bonificando billetes de avión, o hablando de pactos y mandándonos a otras elecciones sin responder a las necesidades reales de los que menos tienen.
La pobreza que vivió mi abuelo de niño no es igual a la de ahora. Ha cambiado pero no se ha ido y si no nos centramos en ella como el grave problema que es, esa marea de desigualdad nunca llegará a bajar.