¡Vacaciones!
La reflexión de Ana Díez, médico de familia
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Ana Díez, médico de familia y experta en nutrición / Cadena SER
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Grandes y pequeños nos pasamos la vida corriendo de un lado para otro, sin ningún control, igual que el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. Corriendo y mirando el reloj: “Llego tarde, llego tarde”. Nunca tenemos tiempo para nada.
Llegan las vacaciones, mucho tiempo libre. Ahora podemos hacer todo eso que hemos postergado. Ahora ya no tenemos disculpa. Pero, tristemente, para muchas familias es un momento complicado porque no saben qué hacer con los niños. Y no solo para los mayores; muchos pequeños tampoco saben qué hacer. No sabemos ocupar nuestro ansiado tiempo libre. Ese tiempo libre se puede emplear para infinidad de actividades, en compañía, con la familia, con amigos, conociendo gente nueva, en solitario para conocerme mejor a mí mismo, que también es necesario. Cualquier actividad es válida si nos permite disfrutar y ampliar nuestro mundo interior y exterior.
Todos necesitamos descansar física y emocionalmente. El descanso físico es relativamente fácil de conseguir. El mero hecho de estar de vacaciones, en principio, ya lo facilita, aunque en ocasiones, queremos movernos tanto, hacer tantas cosas, que acabamos agotados y decimos incluso que necesitamos descansar de las vacaciones.
El descanso emocional es más complicado de conseguir. Habitualmente, las personas que se sienten estresadas emocionalmente están así no solo por cuestiones profesionales, sino también familiares o personales. En este caso, cuando para relajarnos intentamos dedicarnos a nuestras cosas particulares y dejamos de preocuparnos por algún miembro de nuestra familia o amigos o por sus problemas, tendemos a sentirnos culpables. Es como si los abandonáramos, como si nos hubiéramos convertido en unos irresponsables egoístas. Y esa sensación tampoco nos permite descansar.
El dedicarnos unos días a nosotros mismos, sin pensar mucho más allá en otras cosas u otras personas, nos resultará difícil la primera vez que lo hagamos, pero, cuando lo hayamos conseguido, comprobaremos lo reparador que resulta estar un día tranquilamente sin hacer nada ni pensar en nada en concreto, o leyendo o contemplando el amanecer y el atardecer sin más.
Hemos oído miles de veces que el tiempo es oro, que hay que aprovecharlo. Hay tantas cosas que aprender, que hacer, que podemos llegar a pensar que este descanso es una pérdida de tiempo, aunque en realidad no lo sea.
Este descanso liberará tensiones, estrés, agobios. Aumentará la creatividad, la capacidad de decisión, nos dará serenidad y, en definitiva, nos hará estar más felices con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Este descanso deberíamos probarlo todos los días. O, al menos, con más frecuencia que una vez al año, que acumularlo en verano. Si lo dejamos para los días de vacaciones oficiales, puede que se nos hagan cortas, escasas para todo lo que necesitábamos descansar.
Las vacaciones físicas son oficiales. Las mentales podemos tenerlas en más momentos a lo largo del año y del día. Y una buena manera de conseguirlo es intentar llevar la atención hacia nuestro propio cuerpo en vez de hacerlo hacia los problemas que nos atormentan. Escuchemos el latido de nuestro corazón, la frecuencia de nuestra respiración y hasta el movimiento de nuestros músculos y articulaciones para alejarnos de esas preocupaciones.
Eso sí, por favor, no lo hagamos buscando anomalías en nuestro cuerpo. A ver si vamos a pasar de estar estresados por la marcha de la empresa a estresarnos por tener un pie un poco más ancho que el otro.