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Tras la pista de los Templarios en Cuenca y en los pueblos de la provincia

Iglesias, ermitas, restos de fortalezas y enterramientos. La orden del Temple también dejó su huella en los pueblos de Cuenca

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Cuenca

¿Fue Cuenca una ciudad elegida por los templarios para, quizá, custodiar el único y verdadero Santo Grial? Los templarios formaron un ejército muy especial, unos guerreros cristianos que fueron banqueros. Odiados y venerados a partes iguales que, en Cuenca dieron con la horma de su zapato, Alfonso VIII, quién se lo puso realmente difícil. Los caballeros de la Orden del Temple nos dejaron como legado símbolos y construcciones donde poder verificar su presencia. Iglesias, ermitas, pequeños detalles, alusiones que nos encontramos incluso al pisar las alcantarillas. En el número diez de la calle San Pedro, en pleno casco antiguo de la ciudad, nos encontramos con la iglesia más antigua de Cuenca, declarada Monumento Histórico-Artístico en 1992, las ruinas de San Pantaleón donde unas figuras extrañas nos reciben. De todo esto hemos hablado en el espacio Misterios Conquenses que coordinan Sheila Gutiérrez y Miguel Linares y que emitimos cada martes en Hoy por Hoy Cuenca.

Tras la pista de los Templarios en Cuenca y en los pueblos de la provincia

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En algunos de las historias y leyendas que os hemos contado nos encontramos con señales, evidencias o teorías en las que se nos indica que los templarios pudieron haber pasado por Cuenca, una estancia en la que su misión era la de custodiar el Santo Grial, rastro que ha quedado plasmado en una simbología que podemos observar tanto en la catedral, en alguna ermita, o incluso como muchos apuntan en el escudo de Cuenca.

Pero no sólo podemos reducir su estancia en la cuidad, si no que existe constancia de que también estuvieron en diferentes puntos de la provincia. Un ejemplo claro la encontramos en Carrascosa del Campo, que apuntan que pudo ser una antigua fortaleza templaria de gran extensión. Pero tenemos que desplazarnos a Huete, pueblo al que se le atribuye a la Orden del Temple la construcción de la ermita de San Gil en 1206.

Otra señal de su paso nos lo encontramos en Mazarulleque donde podemos destacar el castillo en el centro de la villa, del que hoy sólo queda en pie la iglesia, lugar de estancia y de planificación de futuras estrategias de la Orden. Parece que en la sierra de Altomira, situada en la Alcarria, hubo otra casa fortificada de los templarios que, con el tiempo, en el S. XVI, se convirtió en convento carmelita y hoy es la ermita de Nuestra Señora de Altomira, utilizada por los caballeros durante algún tiempo.

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Pero sobre todo destacar la ermita de Villar del Saz de Arcas a la que se le atribuye haber sido encomienda militar. El nombre de Arcas parece referirse al Arca de la Alianza, el cofre que contenía las Tablas de la Ley, tablas de piedra en las cuales figuraban inscritos los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí.

La llegada de los templarios a Cuenca no fue como ellos la habían imaginado y como tan acostumbrados les tenían. Alfonso VIII no le tenía demasiado aprecio, les tenía casi como enemigos, tal era su convencimiento que los asemejaba y comparaba con sus más acérrimos rivales. Motivo por el cual, les hizo mantenerse alejados de sus planes de reconquista. Al principio sólo llegaron unos pocos caballeros, venían del reino aragonés, lugar donde contaban con un fuerte vínculo y aceptación, y su objetivo era unirse a la expedición reconquistadora de Alfonso VIII hacia la Cuenca de 1177, idea que no agradó mucho.

Alfonso VIII siempre pensó que unos caballeros que provenían de expandirse por el reino aragonés, y parte de la península, no eran de fiar, una intrusión donde nunca apreciarían las conquistas castellanas, donde las batallas se ganaban con sudor y no con favores. Un sistema económico que no le convencía ni deseaba para su pueblo, argumentos que hicieron que nunca confiara en ellos en su totalidad, y sobre todo algo que enfadó la Orden.

Tras las conquistas de Alfonso VIII en Alarcón, Alconchel, Cañete, Cuenca, Moya, Paracuellos, Valera, entre otras, los Templarios no habían recibido ninguna aportación económica, era el único que no lo había hecho porque incluso el cabildo catedralicio de la Catedral de Cuenca que estaba recién constituido y los Concejos nuevos de las Tierras conquenses les habían hecho su donación pertinente, los que les hizo entrar en cólera.

Pero es que no debemos olvidarnos que Alfonso VII les había encargado a la Orden del Temple la defensa de Calatrava, y que no fueron capaces de defenderlo, motivo por el que territorio quedó al frente del ataque almohade, ya que abandonaron su posición en 1157, por no hablar del impedimento que le ponían al intentar expandir el lenguaje castellano ante otros dialectos impuestos por el Temple de manera indirecta.

En la Alcarria conquense según cuentan pastores y aldeanos, nos podemos encontrar unas tumbas, ubicadas en lugar que muchos catalogan como telúrico, con mucha energía, al lado de unas cuevas utilizadas en la antigüedad.

Unas tumbas que podrían pertenecer a los fraters templarios, que forman parte de una leyenda de un grupo de hermanos de la Orden se refugió en esa zona huyendo del acoso inquisitorial del Papa Clemente V y del sátrapa francés, que hicieron llegar a sus secuaces hasta el lugar donde se encontraban los cristianos, convirtiendo el lugar en un mar de sangre.

La evidencia del paso de los templarios por Cuenca nos sigue dando pistas como en la iglesia de San Pedro de planta octogonal e interior circular similar a la estrella templaria de ocho puntas. Pero la más significativa nos la encontramos en iglesia de San Pantaleón, siempre vinculada a la Orden, de la que hoy sólo quedan las ruinas.

Lugar donde aún podemos contemplar un grabado, a la entrada en uno de sus capiteles, nos referimos a la imagen de San Miguel arcángel empuñando la espada justiciera, una figura propia de todos los templos y la simbología de esta orden, el caballero templario se considera defensor elegido de la Ciudad de Dios, en la que el arcángel es el primer guardián del conocimiento que emana del "árbol del bien y del mal", una descripción del guerrero templario.

Entre San Pantaleón y la catedral hubo un recinto llamado la Claustra, lugar donde los templarios habrían estado asentados junto a la catedral y que pensamos que pudieron intervenir de algún modo en su construcción, reflejando en sus estructuras dejando plasmada su simbología sobre todo la relacionada con el esoterismo.

Como ejemplo nos encontramos con el capitel de la portada representando a un jinete alanceando a un dragón, como alegoría de la lucha entre el bien y el mal, alusión al neófito, persona que se ha convertido recientemente a una religión que acaba de ser bautizada, en el momento de su iniciación por medio de la cabal, un pensamiento esotérico, sobre una cabeza invertida de cuya boca brotan unas cuerdas o enredaderas.

Incluso en su restauración se encontraron algunos sillares con representaciones figuradas, tales como una clave de bóveda con el cordero místico, y en una voladizo donde se representa una tosca calavera tocada de un yelmo de amplias alas.

 
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