La lección póstuma de Machado, por Pepe Belmonte
"Para poder bajar al comedor tenían que turnarse su hermano y él para vestir la única camisa de la que disponían", recuerda el catedrático de Literatura en su 'micromentario' para Hoy por hoy
Murcia
La lección póstuma de Machado
Micromentario / Pepe Belmonte (25-02-19)
02:13
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El pasado viernes se cumplieron 80 años de la muerte de Antonio Machado, para mí, junto con Juan Ramón Jiménez y García Lorca, el poeta más grande de la literatura española del siglo XX.
Fue, en efecto, un 22 de febrero de 1939, cuando don Antonio dijo adiós al mundo y a sus vanidades en tierra extraña, en el pequeño pueblo francés de Colliure, muy cerca de la frontera con España.
Allí vivió sus últimos días, triste, cansado y enfermo, junto a su madre, Ana Ruiz, y a su hermano José, en un pequeño hotel que aún existe, muy cercano al mar.
Cuenta uno de sus biógrafos que el equipaje que pudo llevarse consigo al precipitado exilio, era tan escaso, tan precario, tan poca cosa, que para poder bajar al comedor tenían que turnarse su hermano y él para vestir la única camisa de la que disponían.
El poeta, nacido en una casa de Sevilla, en cuyo patio, como él mismo cantaba en su poema, crecía un limonero, ha sido un verdadero símbolo de la España actual, de la España de siempre. Las dos Españas enfrentadas, la que nace y la que bosteza, repleta de botarates, de indocumentados, de haraganes, de señoritos de pueblo como don Guido, al que dedica su famosa copla, de cabezas que embisten y que no piensan.
Hace unas décadas, cuando los socialistas accedieron por vez primera al poder, se quiso repatriar el cuerpo de don Antonio. Traer los restos a España para que descansaran aquí para siempre. A lo que se opusieron, con contundencia, los franceses.
Machado está bien donde está. En Francia fue acogido con cariño y respeto, y reposa en un cementerio pequeño, bonito y coqueto en donde nunca le falta un ramo de rosas frescas. Aquí, en España, más de un salvaje hubiera marraneado con spray su lápida con alguna estúpida pintada.
Muchos de nuestros políticos, muchos de los que ahora quieren dirigir nuestros destinos, el destino de un pueblo o de una nación como España, deberían leer a Machado.
Deberían leerlo en voz alta y aprender de memoria algunos de sus más sublimes proverbios. Aquí les regalo uno:
Tal dijo un hombre de bien,
que al ver al ladrón robando,
sintióse ladrón también
Pepe Belmonte