La insoportable levedad de Aznar
Ayer se dejó caer por Tenerife José María Aznar. El expresidente del Gobierno, venido arriba desde la elección de Casado como líder del Partido Popular -fue asistente personal de Aznar-, se está construyendo un aura de analista sesudo que pontifica de todo; no tiene límite para sentar cátedra. Al escucharlo parece que habla con la soltura del que cree que no fue presidente del Gobierno o máximo dirigente de los conservadores. Habla con la ligereza del que olvida su pasado.
Reunido ante un centenar de empresarios en el sur de la isla, tuvo tiempo para hablar de desaceleración económica como experto y como si no hubiera liderado el país que construía más viviendas que Alemania, Francia e Italia juntas (no sé si recuerdan con que orgullo decía esto), sentando las bases del derrumbe inmobiliario y de los miles de desahucios que vinieron después -también gracias a la ceguera de un Zapatero que negó la crisis económica-.
Habló el estadista además de presupuestos, del sistema de pensiones, afirmó que habría que mejorar la última reforma laboral -intuimos en que sentido-, y de muchas cosas más; solo le faltó desvelar la fórmula de la Coca-Cola (hasta ese punto llega la clarividencia que destila en reuniones y entrevistas). Lo nota uno hasta liberado.
No sabemos si, ya en privado, explicó el secreto para seguir saliendo airoso de una presidencia marcada por las malas artes de amigos, ministros y tesoreros, o el secreto también para vender un milagro económico que nos colocó en el disparadero.
Aznar es el ejemplo de que olvidamos el pasado con mucha facilidad; tanta facilidad que blanqueamos hasta la vida y obras de mesías con pasados oscuros.
