Luis Roibal, el pintor de Cuenca que vendía sus cuadros en Estados Unidos
Arranca la quinta temporada de la sección 'Páginas de mi desván' de José Vicente Ávila con un recuerdo al pintor conquense fallecido este verano
Cuenca
En el inicio de la quinta temporada de ‘Páginas de mi desván’, que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, José Vicente Ávila nos trae la figura de un personaje conquense recientemente desaparecido, como lo fue Luis Roibal, al que denomina como “una potencia del arte en todas sus dimensiones”.
Luis Roibal, el pintor de Cuenca que vendía sus cuadros en Estados Unidos
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La idea que tuvimos en su día era haber tenido su voz, su palabra llana y sabia, en una entrevista que ya estaba convenida con el propio pintor conquense, en su residencia-estudio de Uña, donde llevaba a cabo su creación artística, lejos del mundanal ruido, pero la enfermedad del cáncer contra la que luchaba en los últimos meses, entre la quimioterapia y los pinceles, se lo llevó para siempre el pasado 20 de julio, un mes antes de que cumpliese los 88 años. Cuenca y el mundo del arte perdían a una de sus grandes referencias artísticas, que hoy vamos a recordar.
Un Grande del Arte, sin duda, más conocido en el ámbito internacional que en la propia ciudad que le vio nacer, sobre todo por las nuevas generaciones, y porque además Roibal, amén de su genio artístico, fue un “rara avis”, que formaba parte de esa galería de ciudadanos extraños, peculiares o singulares, como bien escribía José Luis Muñoz Ramírez, que sí pudo entrevistarle unas semanas antes en Uña, acompañado de Rafael de la Rosa, fallecido repentinamente diez días antes que Roibal.
Presumía Roibal de su buen estado y su fino cutis cumplidos los 87 años, debido a que todas las mañanas se tomaba un chupito de cazalla serrana. “No te amilanes, Luis”, recuerda que le dijo José Vicente Ávila. En un arranque de valor comentó esperanzado: “Voy a poder con el cáncer porque tengo que terminar unos cuadros de gran tamaño para los Estados Unidos. Dentro de unos días me harán un reportaje para Tele-Madrid y en cuanto me encuentre mejor te llamo para que vengáis a verme para hablar en la SER, porque os escucho a veces, y lo hacéis muy bien, pues me gusta estar al día de las cosas de Cuenca. Me llevan en ambulancia para la quimio, donde me espera mi amigo Luis Cañas, pero cuando regreso a Uña, y me recupero, me pongo a pintar, porque quiero terminar esta obra para Norteamérica”.
Luis Ramón Roibal Tejedor nació en Cuenca el 31 de agosto de 1930, hijo de José Roibal, que tenía un taller mecánico en la calle Diego Jiménez, que convirtió en Cine Royal. Con siete años quedó huérfano por la indigna muerte de su padre durante la guerra civil, por lo que vivió junto a su madre Bonifacia y su hermana Carmen en la casa de las Escuelas Aguirre. El joven Roibal realizó sus estudios en el Instituto “Alfonso VIII” y acudía a la Escuela de Artes y Oficios en el Carmen, junto a compañeros luego conocidos como Tete Manzanet, Cruz Novillo y Óscar Pinar, por citar algunos, recibiendo enseñanzas de escultura por parte de Fausto Culebras. Pasó con todos los honores a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando donde recibió enseñanzas de Esteve Botey, en grabado, y Pancho Cossio en la técnica de la pintura, comenzando con ello sus primeras exposiciones.
Roibal empezó a colaborar con sus dibujos en “Ofensiva” y fue su director, Adolfo Luján, quien le animó a presentar su primera exposición en 1951, en el Salón Rojo de la Diputación, repitiendo otra muestra en 1953, en la que ya entonces el crítico Florencio Martínez hacía referencia a la “amplificación de dimensiones y un cierto dramatismo interno en las figuras”, como una evolución del pintor, que venía a romper moldes de lo que era la pintura tradicional. Roibal daba clases de dibujo y pintura en la Beneficencia y volvió a exponer en Cuenca en 1955, en la que sería su última exposición local de aquella década, que no pasó ni mucho menos desapercibida, pues esta vez exponía en la nueva Sala de Exposiciones de Artesanía, en la calle Doctor Chirino, que tutelaban dos grandes maestros artesanos de la madera como Apolonio Pérez y Cecilio Hidalgo, apadrinado por César González-Ruano, con su prólogo en el catálogo.
En una entrevista en “Ofensiva”, comentaba el periodista César que tras inaugurarse la exposición hubo tanta gente en la “cola” durante una hora y cuarto que el propio pintor no pudo pasar, diciéndole que era un éxito, a lo que Roibal contestó: “Sí, pero de vender poco”. Un conocido, que estaba escuchando, le comentó: “Es que has puesto unos precios excesivos”. Roibal le dijo entonces al periodista que le entrevistaba:
“Con toda sinceridad, yo creo que no hay nada exagerado en ellos. Además, entiendo que, si hubiera mantenido un tono bajo, eso hubiera constituido como una ofensa artística del público conquense. Muchos me insisten en que Cuenca no es Barcelona ni París. Pero yo digo que si empezamos despreciándonos nosotros mismos no llegaremos nunca a ser –en cuanto a exposiciones, se entiende— ni como Valdepeñas”. Se refería Roibal a la Exposición Internacional de Artes Plásticas de Valdepeñas, creada en 1940, que tiene casi 80 años de historia, y que incluso ganó una vez.
Durante aquella charla, Roibal, que entonces tenía 24 años, decía con rotundidad: “Creo en la pintura de mi siglo, porque tiene una fuerza expresiva y humana como nunca la tuvo otra pintura. Porque se ha rebelado contra toda la escoria producida en el siglo XIX y porque yo soy hombre de mi tiempo”. Luis Roibal, que ya tenía su casa-taller en Uña, declaraba que la Serranía de Cuenca era su obsesión temática: “esos tipos de Vega del Codorno, esa sinfonía de los verdes y los buitres, de las truchas multipintas y los riscos cortados por la bronca armonía de un paisaje duro y riguroso”.
Un día, pintando en la sierra, tuvo un serio problema con un ave, según dio noticia la prensa. Fue en agosto de 1956. Luis Roibal se encontraba terminando uno de sus cuadros en la cumbre de la roca del paraje denominado “Peña Rubia”, de Uña, enfrascado con sus pinceles en las vistas que le ofrecía la Serranía. Estaba tan ensimismado el artista conquense “con la sublimidad del paisaje al que daba vida en el lienzo, que no percibió la proximidad de un enorme buitre, cuyas intenciones eran hacerle presa, hasta que con el ruido de las alas que cortaban el aire se apercibió del grave peligro que se cernía sobre él. Con gran serenidad y sangre fría, y con cierta rapidez, Roibal, que era coleccionista de armas, desenfundó un “Colt” del 48 que pendía de su cintura y pudo acabar con el buitre, que según contaba el corresponsal de Uña, “cayó dando volteretas en el aire y fue a caer al pie de la risca, que tiene unos cien metros de altura”.
Examinado el animal, finalizaba la noticia, “se comprobó que medía cerca de dos metros de altura con un peso aproximado de cuatro arrobas”. Lo que quedaba claro es que Roibal ya llevaba enfundado su revólver al cinto como buen conocedor de la zona, amén de tener buen puntería”.
-Pintor y dibujante, profesor, publicista, arquitecto interiorista, emprendedor, ilustrador en prensa, libros y revistas, coleccionista de armas, director general de Artesanía… Una dilatada trayectoria, sin duda, la de Luis Roibal.
Lo definía muy bien José Luis Muñoz Ramírez, que es una de las mejores fuentes culturales de la provincia cuando escribía hace poco tiempo que Roibal, “probablemente, es el pintor conquense (y uno de los españoles) que más vende, si atendemos a lo que dicen los mercados del arte y lo hace no entre los límites del territorio español sino al otro lado de la mar océana que nos separa y une con América”. En su etapa como director artístico de Artesanía realizó una gran labor para proyectarla a nivel nacional e internacional, y en muchos diseños se utilizó madera de la Serranía conquense. En sus estancias en Tokio y América diseñó “casas colgadas” en algunos espacios y llevó nada menos que a Moscú, en 1972, la I Exposición de Artesanía Española. Incluso propuso para Cuenca un Mercado estable de Artesanía en la Plaza Mayor, como publicó “La Vanguardia” en noviembre de ese año, pero como suele pasar con tantos proyectos en nuestra ciudad, quedó en la idea, muy bien recibida, pero sin que llegase a cuajar.
Relataba Roibal que estando en el gabinete del ministro de Trabajo, Romeo Gorría, éste le dijo, “me apetece ir a comer a Cuenca y dar una vuelta por allí de incógnito”. Al llegar el coche negro oficial al puente de San Antón, que era la única entrada desde Madrid, observaron que apenas había tráfico y que la gente caminaba por las aceras sin prisa, pero sin pausa. Recordaba Roibal que en el cruce del puente y las calles de Colón y Virgen de la Luz se encontraba el guardia municipal conocido como “Meamostos”, con su casco blanco, liando un cigarro, y que al ver el coche que circulaba en velocidad muy reducida, en lugar de señalar con la mano el giro, viendo el intermitente del coche, levantó la pierna derecha señalizando el boulevard de Caquito, mientras pegaba el cigarro con la lengua. Al ver el agente la bandera de España, tiró el cigarro al suelo y se puso firmes. La carcajada fue general entre los ocupantes del vehículo allí parado. Roibal le dijo al famoso guardia: “Toma un cigarro rubio, “Meamostos”, y tranquilo, pero no avises al gobernador de que hemos venido”. Esa anécdota la contaron luego en multitud de ocasiones y el propio Roibal levantaba la pierna para escenificarla, partiéndose de la risa. Vamos, que no se le hubiese ocurrido ni a Berlanga.
La obra de este artista conquense está repartida por todo el mundo, como se aprecia en diferentes Catálogos.
Pese a que eligió Uña como reposo y trabajo del guerrero artista, Roibal fue un viajero impenitente exportando arte y aportando su arte por el mundo; como arquitecto interiorista realizó proyectos en más de una treintena de empresas españolas y rehabilitaciones en una veintena de Paradores de España y otra treintena de edificios y hoteles, además de una veintena de edificios y oficinas en los cinco continentes. Participó en ferias y exposiciones en todo el mundo, en el cine y el No-Do, filmando en Cuenca. A nivel local se volcó con sus dibujos de todas las imágenes de la Coronación de la Virgen de las Angustias en “Ofensiva”, del santuario, del paisaje conquense en las portadas del Boletín Municipal de Cuenca, dejando una gran colección; numerosos dibujos de la Semana Santa y el impactante cartel de 1957, e incluso los dibujos del “Ovni” de Villares del Saz, y más recientemente, y de una manera especial, ilustraciones y portada para el libro de su amigo Luis Cañas “El coleccionista de recuerdos” y de manera especial “El Fuero de Cuenca”. Diseñador de armas, fundador de Artespaña y otras empresas que sería prolijo enumerar.
No podemos pasar por alto la Exposición Luis Roibal de 2001 en la Galería Pilares, con lo que volvía a Cuenca casi medio siglo después.
Fue todo un logro de Santiago Catalá conseguir que ese Roibal internacional, que vendía más en Norteamérica que en España, volviese a su casa, deslumbrando con sus cuadros y dibujos. Florencio Martínez, que ya había celebrado un reencuentro en Uña con el pintor, lo recibía “urbi et orbi” en el Cultura de El Día: “Luis Roibal ha bajado como un lobo de las nieves de la sierra, del balcón de Uña, con cierto sigilo, para no alarmar a nadie, para asomarse desde la esquina de la sala Pilares al arte. No lo ha hecho en el rataplán de las pinacotecas o de los museos renombrados como una graja del Júcar o del Huécar -él, que tiene siempre nariz aquilina y mirada de alcotán- y aún como una cigüeña que, en vez de traer niños de París, trajera las últimas novedades de la Plaza de Vendome o del Louvre, ha dejado un envoltorio que Santiago Catalá ha distribuido por las paredes.
Luis Roibal ha dado más de cuatro pasos por las nubes, ha hecho más de setenta veces siete viajes transoceánicos. Y vuelve ahora no con la pata rota del despistado o el plumón manchado, sino con veinte óleos como veinte soles y otros tantos dibujos en donde no sabemos si Rembrandt o Leonardo han puesto la mano…
En el catálogo, Santiago Catalá le hacía una entrevista muy personal. “Cuéntanos algo de esta Exposición”, le decía y así respondía Roibal:
Vuelvo a exponer en Cuenca después de 50 años. No me mueve el deseo de “quebrar” este silencio “colgando” una retrospectiva abrumadora, ni tampoco viene al caso. Pretendo, sencillamente, ofrecer una pequeña muestra antológica; señalando, con algunas obras del pasado, el proceso plástico que ha seguido mi discurso conceptual, durante tan dilatado tiempo apartado de esta ciudad, hasta llegar hoy al hoy, premonitorio de una nueva visión cósmica de la abstracción de la realidad.
La última pregunta de Santiago a Luis Roibal era como sigue: “Nos moriremos trabajando, Luis”. “Sí, Santiago, sí, nos moriremos trabajando. No puede –ni debe- ser de otra manera”.
En aquella Exposición Roibal exponía los primeros cuadros destinados al Retablo de San Felipe Neri, que fueron colocados en 2014, para alegría del rector Manuel Martínez Moset. Escribía José Luis Muñoz sobre esta obra en el interior de una iglesia en la que el artista ya había pintado la linterna años atrás, que “no es, desde luego, una iconografía religiosa al uso sino la plasmación del universo personal del artista, con su estilo entre expresionista e impresionista, con líneas insinuadas y colores suaves, en las que reproduce escenas aparentemente religiosas a las que ha incorporado personajes de nuestro tiempo para formar así un curioso fresco de la vida moderna incardinada en escenas de la antigüedad”.
Podemos ver más obras de Roibal en la ciudad, como el diseño de la iglesia de Villa Román.
Iglesia que en principio concibió Luis como una Basílica en su proyecto, aunque por cuestiones económicas tuvo que reducirlo. Precisamente ahora que se ha celebrado en Huélamo el 500 aniversario del nacimiento de Julián Romero, no podemos olvidar que Roibal pintó un cuadro del maestre de campo, por encargo del Ayuntamiento. Se quejaba amargamente Luis Cañas de que se había solicitado que el cuadro fuese restaurado por su propio autor de manera gratuita, como así lo deseaba, pero nunca fue trasladado a Uña. En una de mis últimas conversaciones telefónicas con Roibal le preguntaba sobre el significado de su obra en el monumento proyectado en un mirador del camino de San Isidro, en recuerdo de José Luis Coll, proyecto que se acaba de publicar en el Boletín de la Provincia. Luis me comentaba que se trataba de un libro abierto que se asemejaba al vuelo de los buitres de las Hoces de Cuenca y de la Serranía, no sé si en recuerdo que aquella ave carroñera que tuvo que matar de un tiro subido en la “Peña Rubia” de Uña, la serrana localidad que elevó su inspiración.