Lantadilla conmemora el 950 aniversario de la Batalla de Llantada
Lantadilla fue escenario del Concilio de Llantada donde todos los obispos de la comarca querían suprimir el rito mozárabe e imponer el rito romano
Lantadilla
Llantada, una batalla donde todos perdieron y especialmente los lugareños, que tuvieron que buscarse la vida por otros territorios y dieron nombre a otros pueblos al sur del Duero. No olvidemos que también por estas fechas se celebró un hecho histórico sin parangón en este pueblo de Llantada, "el Concilio de Llantada", donde todos los obispos de la comarca querían suprimir el rito mozárabe e imponer el rito romano. Trataron, también, asuntos sobre la vida de los obispos y sacerdotes: se les prohibió tener sirvientes doncellas y damas de compañía y se determinó que las únicas que podían cuidar de los obispos y sacerdotes eran su madre, hermanas o tías, y, además, se les obligaba a vestir hábitos religiosos y ropa cristiana.
Pero centrémonos en la batalla. Se cumplen novecientos cincuenta años de este hecho histórico acaecido en estas inveteradas tierras, entre los días 16 y 19 de julio de 1068. Llantada leonesa, Llantada castellana. La batalla de "Llantada" se entabló en el desaparecido pueblo del mismo nombre, a un kilómetro y medio de Lantadilla, pueblo que acogió a los habitantes de todos los barrios y aldeas que fueron saqueados y quemados como consecuencia de dicha batalla: "Llantada"," San Pedro" y "Fuente Piñel".
Los contendientes, que eran hermanos, fueron el rey del recientemente creado reino castellano, Sancho II, y Alfonso VI, rey del dominante reino de León. Todo sucedió por una pésima decisión de su padre el rey leonés Fernando I, de origen navarro, que había conseguido el reino de León por matrimonio con Sancha, hermana del asesinado rey leonés Vermudo III, muerto en la batalla de Tamarón por el propio Fernando I; y había adquirido el condado de Castilla por patrimonio de su padre Sancho III de Navarra.
El Rey Fernando I, en vez de aplicar el derecho sucesorio leonés, de tradición románico-goda, cuyo fundamento era la primogenitura varonil, se decidió por emplear el derecho sucesorio navarro, de tradición franca, que primaba los varones sin desatender a las mujeres. Y así, a su muerte, dividió el reino en cinco partes entre sus hijos: a Sancho II le dio el reinado de Castilla; a Alfonso VI el de León; a García le otorgó Galicia, y a Urraca y Elvira las ciudades de Zamora y Toro, mientras permaneciesen solteras.
Por lo que se deduce de los manuscritos de aquella época, Alfonso VI debía ser más cortesano, cariñoso y el preferido de su padre. A Sancho II, en cambio, se le describe más hombre de armas y de guerra, recio, rudo, valiente y hombre de campaña y preparado para reinar sobre toda Castilla y León.