¿Dónde van esos locos?
La opinión de José María Bellido
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Hoy por Hoy Andújar (07/05/2018)
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Andújar
La Policía Montada del Canadá, de Cecil B. DeMille, es una película de derechas por los cuatro costados. Entre sus perspectivas de la condición femenina (rubia y morena becquerianas, esta última con la salvaje devoción de esa Wolf Gal que es Louvette, aunque Wolf Gal es rubia), sus “viva el orden y la ley”, su sentido universal de la nobleza, extendible tanto a los borrachos como a los indios, y sus loas a la Gran Madre Blanca (nunca hay que olvidar que un imperio machista, clasista y racista puede tener en su cúspide a una mujer –Victoria– y a un judío –Disraeli–), me gustaría destacar la presentación de la ametralladora, aquella arma que el káiser Guillermo II consideró definitiva. Uno podría pensar que, de haber tenido ametralladoras sus enemigos, no habrían expandido su imperio los mongoles. Hay armas que conceden victorias seguras, y por lo tanto quizá hubiera sido ético, por ejemplo, repartir ametralladoras a los sumerios para que se defendieran de los invasores semitas, aunque estos llegaron a profundidades filosóficas en las que los sumerios no ahondaron. Pero, llegado cierto punto de perfección, las armas definitivas dejan de ser éticas, y de ahí viene la prohibición de la ballesta contra cristianos por el II Concilio Lateranense y el Tratado de No Proliferación Nuclear. Y además, y esto es también algo muy de derechas, las condiciones absolutamente favorables no son ni suficientes ni necesarias para ganar una guerra, como demuestra la película de DeMille, las ridículas Wunderwaffen germanas y la pregunta de Indalecio Prieto que recoge Arrarás en Franco, cuarto caudillo de la época: “¿Dónde van esos locos?”: locos como Leónidas en las Termópilas; Gil de Albornoz, que se presentó para reconquistar Italia con cincuenta caballeros; Hernán Cortés, el asombro de Otumba; Juan Sobieski, que, con los ya entonces míticos húsares alados, liberó Viena y derrotó en tierras ternópilas (en Ucrania) a los tártaros, que los excedían en proporción de uno a cien; Blas de Lezo, cuyas parvas tropas en el sitio de Cartagena de Indias contra decenas de miles de ingleses incluían seiscientos indios flecheros; el disciplinado y cumplidor John Chard en Rorke’s Drift; y Moshé Dayán, el nuevo David. Otras veces, en cambio, como en el santuario de Andújar, esos locos no van a ningún lado.
- JOSÉ MARÍA BELLIDO