¡Felicidades, mamá!

Andújar

Hoy te quiero leer, mamá, unas palabras de amor, que lleguen hasta lo más profundo de tu corazón, que se conviertan en semillas de flor, que atraviesen en la noche océanos y tormentas, para convertirse al alba en el lucero que haga realidad todo lo que has soñado y aún sueñas.

Te quiero agradecer todo lo que has hecho por mí, aunque no llegaría a ser lo suficiente mi alabanza ni aunque te escribiera la Biblia, El Quijote, el Cossío y enumerara todas las faltas de ortografías que cometí y todavía cometo al escribir.

Te quiero pedir perdón por todo lo que te he hecho sufrir desde que nací, aunque también sé que alguna que otra sonrisa y alegría te doy y te di.

Quiero convertir este artículo de opinión en una humilde rosa que luzca aún más tu belleza sin fin, porque tanto te quiero y tanto te amo que cuando el mar sea mío te lo regalo.

Te quiero recitar la más tierna de las oraciones que cada día le rezas a tu Morenita y cantar el más dulce de los boleros que tanto te gustan, porque eres mi madrecita linda, con unos cabellos de oro, que me has regalado cada día muchísimas palabras dulces y el calor de tu cariño desde que vine al mundo gracias al bendito de mi padre y a ti. Aunque también más de un merecido regañón me habéis dado.

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Quiero cantar a los cuatro vientos que soy el hombre más feliz del mundo porque aún puedo tenerte junto a mí, mientras agradezco mi suerte a tu dios y a mi destino de un ‘rojo’ sin remedio. Nunca perderé la fe en ti, cuando ya no seas una realidad aquí, sino un habitante más de tu paraíso cristiano y de mi más bello recuerdo de ateo convencido. Siempre vivirás junto a mí, porque eres la única santa a la que yo venero y veneraré.

Tu mirada es eternamente buena, tierna y bella. Y ni los 76 años que cumples hoy han podido cambiar tu forma de ser sencilla, humilde, discreta y agradecida, aunque sí que te provocan ya más de una ‘cojetá’ en tu elegante andar, que criar seis hijos, y tan latosos como nosotros, tiene más mérito que callar a papá durante un rato. Esa es otra, has tenido más paciencia con nosotros que tu santo Job, porque vaya familia de charlatanes, pesaos, cabezones y futboleros que te ha tocado.

Quisiera convertirme en el más suave pañuelo de consuelo que recogiera tantas y tantas lágrimas que has derramado por los injustos y malos ratos que te ha hecho pasar la vida, sobre todo cuando te han quitado algunos de los que más querías.

Lo que más deseo ahora mismo es ser la voz de todos ellos, para decirte bajito, al oído, sin voces ni aspavientos, como a ti te gusta. Felicidades. ¡Te queremos mucho, Isabel!