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Antonio Coronil

‘54 minutos’

Ya decía el viejo axioma periodístico, que “la realidad no te estropee un buen titular”. Y si cuando decimos “realidad”, entendemos “verdad”, entonces el mal consejo para periodistas noveles, se convierte en delito… de estafa por lo menos.

Firma Antonio Coronil, "54 minutos"

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Algeciras

Ya decía el viejo axioma periodístico, que “la realidad no te estropee un buen titular”. Y si cuando decimos “realidad”, entendemos “verdad”, entonces el mal consejo para periodistas noveles, se convierte en delito… de estafa por lo menos.

Viene esto a cuento de cómo nos cuentan las cosas. Es verdad que la información hoy es de alta velocidad. Que a golpe de tecla de móviles y portátiles o de botón televisivo, tenemos las ocurrencias de cualquier rincón del mundo en nuestras retinas. Tal rapidez produce un descarrilamiento en la noble tarea de confirmar las fuentes, valorar el impacto, investigar qué se esconde tras el hecho, en definitiva, comprobar que lo que se trasmite tiene marchamo de veracidad.

De aquí, dos nuevos conceptos: el primero es “posverdad”, entendida ésta como la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública. Aspecto éste que algunos catalanes, con actuales paraderos incómodos, manejan con más sabiduría, que Tarradellas elaborando el espetec. Y el segundo, con un toque más british es “fake news”, que ya es un producto psudoperiodístico difundido a través de portales de noticias cuyo objetivo es la desinformación deliberada o el engaño.

Así las cosas, asistimos a ver como los profesionales de la información, convertidos en verdaderos guardagujas al orden del jefe de estación de la empresa editora, se ven constantemente en la encrucijada de virar el sentido de la noticia, según los intereses de la entidad que los acoge y mal paga.

En este mundo de “aves” que cruzan las arenas del desierto, de datos que flotan en redes supersónicas, aquí, en este rinconcito del sur de Europa, dónde todavía tenemos vivo el recuerdo del traqueteo de la cochinita jugando con el Guadiaro, buscando la Ronda del estraperlo, seguimos con esto de los trenes y de sus velocidades.

A nadie se le escapa que las dificultades orográficas que nos separan por tren del resto de España, nos hace perder el tren de la modernidad. Todo el mundo sabe que desde aquí cuesta mucho más llegar a la Santa Ana de la alta velocidad, que desde las capitales vecinas.

Por eso, ahora, se llenan las radios, las pantallas y los diarios de posibles fechas en las que nos llegará el progreso. ¡Ay!, si de algo somos expertos en esta comarca es de saber esperar.

Y ahora anda a la gresca, oposición y gobierno. Antes gobierno y oposición, en que la línea de ferrocarril que nos lleva al resto del mundo se terminará en esta o en la próxima decena de años. Esto está bien como entretenimiento político, lo que justificaría sus salarios. También, alimenta la opinión publicada, que no la opinión pública.

Total, que esas estamos, viendo traviesas y no viendo operarios, hablando de electrificaciones y subestaciones, de presupuestos y de proyectos. Recordando, en definitiva, cuando éramos dueños de nuestro Ibertren. Pero la realidad, la verdad, es que las mejoras si es que algún día se rematan, sólo nos ahorrarán cincuenta y cuatro minutos del penoso trayecto.

Si nos preguntaran, a lo mejor preferiríamos el trote cochinero de los trenes de antaño, con unas inmejorables vistas, una agradable conversación y disfrutando de los sabrosos productos serranos.

 
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