Polvo somos y en polvo nos convertiremos... si nos dejan
La Firma de Doroteo González
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Doroteo González: "Polvo somos y en polvo nos convertiremos... si nos dejan"
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Palencia
A lo largo de la historia hemos adoptado diferentes formas sobre cómo tratar a nuestros muertos. Ahora la opción es enterrarlos o incinerarlos. La crisis no le ha pasado factura al sector funerario, pero cada vez hay más falta de espacio en los cementerios y siendo tan elevado el coste de las inhumaciones o el alquiler de los nichos, puede que estas sean algunas de las razones por la que cada vez más personas se plantean la cremación como una elección limpia, rápida y más económica.
Los datos comienzan a ser concluyentes: los pueblos prefieren el enterramiento y las ciudades la incineración. Curiosamente, desde que hace 35 años se abrieran los primeros crematorios en Madrid, España lidera hoy el ranking europeo de países con mayor número de hornos para incineraciones al calor de un cambio sociocultural en los ritos fúnebres que conlleva el aumento continuado de las cremaciones, y que ya suponen el 35% del total de los servicios funerarios.
Sin embargo, la Iglesia ha vuelto a hacerse un hueco al reafirmarse sobre razones doctrinales y pastorales que obligan a la sepultura de los cuerpos así como las normas relativas a la conservación de las cenizas en caso de la cremación.
Hay que dejar claro que, al margen de lo que establece la Iglesia, en España la legislación no obliga a custodiar las cenizas de los difuntos en el cementerio. Son las normativas municipales las que indican lo que se puede o no hacer. Habrá que preguntarse entonces por qué la Iglesia tiene que determinar qué hacer con las cenizas de un familiar, y si hay una intención más allá de la puramente religiosa. ¿Será para mantener la espectacularidad de gentíos en los cementerios como los del pasado 1 de noviembre?
Vaya por delante que el anuncio de esta ordenanza eclesiástica ha provocado que muchos de los cristianos se hayan sentido hostigados en su espacio personal y, más si cabe, en el que atañe a su propia conciencia. Yo creo que muchos de ellos piensan que cada cuál es quien debe decidir qué opción tomar. Además, en la mayoría de los casos es voluntad del propio finado delegar en otras personas de su máxima confianza el designio de ser incinerados y la posterior custodia o esparcimiento de las cenizas en espacios naturales o de otra índole.
La verdad, qué manera de complicar las cosas y hurtar así la tranquilidad de un merecidísimo descanso eterno de nuestro cuerpo… esa envoltura terrenal y caduca.