‘Frutos secos’
Acababan de decirle que ya le llamarían y tras despedirse con una media sonrisa a la chica del mostrador, se miró en el espejo del ascensor y pensó, que ya habían sido muchas las puertas cerradas.
Firma Antonio Coronil, 'Frutos secos'
03:22
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Algeciras
Acababan de decirle que ya le llamarían y tras despedirse con una media sonrisa a la chica del mostrador, se miró en el espejo del ascensor y pensó, que ya habían sido muchas las puertas cerradas, muchas las oportunidades perdidas. Demasiadas las veces que se ponía una corbata para parecer lo que no era, en lo que no se reconocía.
Cuando salió a la calle, todos iban y venían de sus ocupaciones. Todos caminaban decididos y veloces para llegar a cualquier sito. Los móviles y las carteras los delataban. Había que parecer que los negocios exigen rapidez y decisión. Dureza y elegancia, a partes iguales.
Los organismos, detrás de las banderas enrolladas por el viento, escondían, seguro, cientos de despachos, dónde el aroma de las infusiones de las secretarias se fundía con la colonia cara y las chaquetas en los respaldos de los asientos de cuero.
Ya sentado en un banco de la plaza, decidió que aquel mundo esquivo se le escapaba otra vez. Que su currículum, con su máster y con su estancia en el extranjero parecían ser insuficientes para acceder a lo que deseaba con todas sus fuerzas. Se juró, mirando al cielo, que nunca más pediría una oportunidad, que nunca volvería a mostrar una sonrisa complaciente buscando la aprobación del de recursos humanos. Desde ahora y hasta siempre, haría lo que tuviera que hacer, pero desde la libertad absoluta de no tener que pedir favores, se prometió firmemente montar su propia empresa de prospección demoscópica.
Después de aquella reunión, en la agrupación local del partido, todo parecía que empezaba a ir bien. Contaban con él. La propuesta del secretario general para que se ocupara de la coordinación era el signo inequívoco de que su carrera política empezaba ese día.
Él sabía que su currículum cabía en una servilleta de bar. Pero estaba seguro que su persuasión y su capacidad de seducir más con palabras que con ideas, que con su cara, más que con su intelecto, era todo lo que necesitaba. Y sólo había que esperar. Hoy este pequeño encargo, mañana, algo a nivel provincial. Y las palabras huecas de los mítines, el énfasis vacío antes del aplauso. Aguantar. Sólo había que aguantar las ganas de todos los demás a subir por el mismo estrecho pasillo hacia los puestos de relevancia. Y sólo había que medrar, medrar mucho. Era el tú o yo y ante tal dilema, la opción estaba clara.
Cuando la jefa de gabinete descorrió la cortina, la luz inundó la mesa dónde ya estaba humeante el primer café de la mañana, que el subsecretario siempre tomaba con poca azúcar. Despacharon la agenda, como cada mañana y a él le llamó la atención que el gerente de una empresa de prospecciones demoscópica estuviese en la relación de las reuniones del día. Pidió información a su secretaria sobre aquella visita, que además no tenía relación con su negociado. Lo manda el partido, se limitó a responder la discreta ayudante. Déjenos solos, respondió decidido él.
De la reunión, nada se supo. Sólo que hubo que anular el resto de apuntes de la agenda y que desde el despacho se trasladaron al reservado de un restaurante, que no distaba mucho del edificio.
Tras la comida, las copas y los puros, quitaron el aire técnico de la reunión y dieron paso a la parte más humana de la misma. “¿Y cómo garantiza Ud. que esto no sea conocido?”, fue la única pregunta que el subsecretario realizó al gerente de la empresa, tras escuchar atentamente sus propuestas. “Sabemos cómo hacerlo”, respondió seguro el gerente. Así fue. Todo funcionó perfectamente durante años. Las entregas de lo acordado eran recogidas por el chófer, en aquel bar de camioneros. Una vez al mes, seis veces por año.
Ellos nunca se volvieron a ver, hasta que la voz del agente judicial solicitó que entrasen los acusados a la sala. La guardia civil y la agencia tributaria tenían toda la información necesaria tras analizar los ordenadores de la empresa y del organismo. La fiscalía pedía muchos años, demasiados y la defensa daba argumentos alentadores sin demasiado fundamento. Del partido sólo se oyó que ya no pertenecía al mismo.
Para el proceso se decretó secreto del sumario. Pero la prensa diaria daba a diario el relato del juicio. Por eso pudimos leer que cuando el juez les preguntó si se declaraban culpables, ellos respondieron al unísono:
“No, Señoría, nos declaramos TOSANTOS”.