Lunes de gimnasio y abstención
A Coruña
Hoy es un lunes especial para mi porque hoy he ido al gimnasio. Menuda novedad, dirán ustedes. Siempre se empieza a ir al gimnasio un lunes. Cierto, pero fíjense que no he dicho: "hoy he empezado a ir al gimnasio" sino que he dicho que he ido al gimnasio. Me apunté hace ya semanas y he ido regularmente desde entonces. ¡Esa es la novedad!
Es decir, hoy lunes he ido al gimnasio con normalidad, como si tal cosa. Para ustedes puede ser una nimiedad, pero para mi es un hito histórico. Cuatro veces me apunté en mi vida al gimnasio y cuatro veces dejé de ir al segundo o tercer día.
Porque lo fácil es apuntarse al gimnasio y pagar. Lo difícil es ir, morir de dolores, agujetas, calambres, fatiga y seguir queriendo ir. Es el masoquismo extremo: pagar por sufrir.
He de confesarles que me he cambiado de bando y como buen cambiachaquetas, les cuento que antes renegaba de los gimnasios poniendo excusas como que eso es el culto al cuerpo, el físico por encima de la mente, bla bla bla y ahora tengo argumentos contrarios como que el deporte es salud, despeja la mente, desestresa bla bla bla.
Eso sí, mi objetivo con el gimnasio es muy mundano: que no me siga creciendo la barriga. Y ahora me dirijo a los oyentes que se encuentren en la mediana edad, de los treinta y cinco en adelante, y concretamente a los hombres: Miren hacia abajo, hacia esa especie de balón de baloncesto que un día apareció para quedarse encima de sus partes más sensibles. Esa barriga donde reside la buena vida, ese planetoide con pelusilla en el cráter central, ese balón medicinal que nos recuerda que la vida es así y que nos agarremos que vienen curvas, nunca mejor dicho.
La pregunta es: ¿En qué momento pasamos de ser unos tirillas que podíamos comer de todo y no engordábamos a convertirnos en un almacén de grasa y triglicéridos? ¡Que a poco que nos despistemos dejamos de vernos los pies!
Y no digo que uno no pueda ser feliz con una panza lustrosa, al contrario, pero la evolución de Darwin está a medio acabar, porque la grasa se concentra toda en la linea de flotación y debería distribuirse por todo el cuerpo, para disimular. Algo como cuando ordenamos la habitación metiendo como podemos todo en cualquier cajón. O cuando barremos por debajo de la alfombra. Hay grasa, vale, no tiene remedio, pero escóndela bien, que ahí se ve. Es como dejar un millón de euros en el trastero de casa de tus padres y decir que fueron los de Ikea, o abstenerse para hacer presidente a tu supuesto rival político. No cuela, señores.
En fin, que voy al gimnasio con regularidad y eso para mi es como el Nobel de Bob Dylan, un misterio. Qué duda cabe.