El amante de las mecedoras

Málaga

Alberto Montero llega vestido de color camel. Pantalones y zapatos 24 horas del mismo color. La camisa clara de manga larga desafiando el terral malagueño. Lo de las pulseras tiene que estar de moda: tres en la muñeca izquierda, una de ellas de Podemos. Las gafas discretas con un toque de color.

Mochila al hombro donde parece que lleva el peso de la campaña electoral. De ella saca dos teléfonos móviles, carpeta con apuntes y cuartillas pero, sobre todo, saca a su alter ego: un bolígrafo y una libreta pequeña negra donde no para de tomar apuntes, subrayar, revisar y releer. Pienso luego escribo.

En su cara y barba encuentra muchas veces resguardo para unas manos inquietas. Apoya el mentón en la mano derecha, pellizca la barba con dos dedos, alivia tensiones y, entonces, cruza los brazos ante el cuerpo.

Cuando abandona el refugio de la libreta utiliza, sobre todo, la mano derecha para escribir en el aire sus palabras. Las subraya, indica, señala y numera como medio para hacerse explicar ante un aula imaginaria, como buen profesor que no abandona sus hábitos.

Montero no pierde de vista su objetivo. A su interlocutora mira a los ojos y cuando los desvía es para buscar una idea que, enseguida, vuelve para exponer.

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Eso sí, a Alberto Montero le deben gustar las mecedoras a tenor de lo que ha bailado la silla de ruedas de este estudio donde se le ha visto cómodo.