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A Dios rogando y...

La Firma de Doroteo González

A Dios rogando y...

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Palencia

Tengo la impresión de que una parte de nuestra clase política está disgustada por la decisión de la Diócesis palentina de restringir la presencia institucional a un representante por cada administración en la celebración del Corpus.

El motivo se debe a las numerosas quejas que se reciben de los fieles por el excesivo número de bancos que se reservan frente al altar para las autoridades. Desconozco si la fe es más intensa desde las primeras filas de los templos pero desde luego acceder a esta especie de Palcos VIP para Políticos ha comenzado a cumplir también el precepto de “muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

La asistencia de representantes políticos, como tales en actos religiosos, es opinable desde la simple índole ciudadana como desde la condición añadida de creyente de alguna confesión religiosa. He de reconocer que mis convicciones sobre el culto transitan más por el agnosticismo que por cualquier otro lugar, pero respeto a quienes profesan profundos sentimientos desde sus creencias.

Por ello pienso que en las celebraciones religiosas no debe haber alcaldes ni presidentes de diputación ni parlamentarios por la condición de su cargo, sino por ser creyentes o visitantes. Y nadie debe tener reservada la primera fila, ni espacio alternativo alguno, por circunstancias ajenas a su participación personal en esos ritos.

Digo esto en cuanto a los templos como espacio privado eclesiástico, porque además, desde mi punto de vista, en procesiones, ofrendas y otros actos en el espacio público deben tenerse en consideración los intereses de quien ostenta la titularidad de las calles y plazas que no es otra que la colectividad.

La presencia de autoridades civiles y militares en los actos religiosos no deja de ser un adorno que nos hace recordar tiempos en los que la libertad, el laicismo y el respeto y reconocimiento del sentimiento y expresión religiosa se nos presentaban como enconados enemigos cuando en realidad se complementan.

Por lo tanto, si cualquiera de nuestros políticos quiere sumarse a un ceremonial religioso, ya sea en un templo o en la calle, creo que deben comprender que los dones divinos se reciben de igual forma en la última fila de una iglesia que en la primera, y que sus pecados también les serán absueltos, si es que mereciesen tal perdón, tanto desde las aceras de la vía pública como procesionando con gesto compungido tras el crucificado.

Quizás así esa abnegación les acerque mejor a los dones de la divinidad y, por supuesto, a la realidad de las expresiones y sentimientos de la ciudadanía a pie de calle.

 

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