Sociedad | Actualidad

Una infancia entre lobos

Entre los 7 y los 19 años, Marcos Rodríguez Pantoja vivió aislado en Sierra Morena

Wanda Visión

Santiago de Compostela

"Estoy vivo gracias a los animales, porque aprendí de ellos". Es una de las frases que más repite Marcos Rodríguez Pantoja y que resumen el sentido de su complicada vida: la supervivencia en el mundo animal. Este cordobés vivió aislado, durante 12 años, en Sierra Morena, sin más compañía que la de los lobos, serpientes, conejos y aves.

Está a punto de cumplir los 70 años, aunque el tiempo para él tiene una dimensión distinta. "Hace poco me enteré de la edad que tenía", afirma. Hasta los seis años, sus días transcurrieron entre palizas, las que le propinaba su madrastra, quien, finalmente, convenció a su padre para que lo vendiera a un cabrero. El hombre le enseñó lo que sabía, pero, un año después, cuando Marcos tenía 7, falleció. Pero, al contrario de lo que pueda uno pensar, ahí comenzó la que quizá haya sido la época más feliz de su vida.

Reportaje el niño lobo

03:51

Compartir

El código iframe se ha copiado en el portapapeles

Aprendió a comunicarse con todo tipo de animales y a sobrevivir en el mundo salvaje. Con los lobos entabló una relación de ayuda y amistad recíproca. Fue en la guarida de una manada donde se ganó su confianza. Había estado jugando con unos lobeznos y se quedó dormido. Se despertó cuando los progenitores llegaron para alimentar a sus cachorros. "Ellos ya me conocían, por el olor", declara, pero se mantuvo atento, acurrucado contra una piedra. En un momento dado, robó comida a uno de los lobeznos. "La loba me arreó un guantazo y le devolvió el trozo de carne a su cría, luego salió a arrancar otro pedazo de la res y me lo trajo. Cuando me acabé la comida, sacó la lengua y me lavó toda la cara, la sangre del hocico; se arrimó contra mí y yo ya vi que me estaba dando cariño". Así se convirtió en uno más de la manada. Aunque no se crió, literalmente, con ella.

Su mejor amiga era una serpiente, que llegó a salvarle la vida tras haber ingerido carne de ciervo en mal estado, empujado por el hambre. "Me habían apagado el fuego", dice, refiriéndose a un capataz. "Ella (la serpiente) me sacó a latigazos de la cueva y me indicó que me comiera una hierba".

El infierno regresó cuando, en 1965, a sus 19 años, la Guardia Civil lo atrapó. El proceso de adaptación a los humanos fue duro. No se había olvidado completamente de hablar, pero sí había perdido la correcta pronunciación. Tampoco sabía leer ni escribir. Por eso, cuando da charlas en institutos y colegios, recomienda a los alumnos que aprendan todo lo que puedan. Lo que más le costó fue comprender a la gente, su forma de comunicarse y sus hábitos más básicos. Cuestiones como comer de un plato o dormir en una cama le eran completamente ajenas. Cuando lo llevaron a la barbería, creyó que lo iban a decapitar. Se sentía encerrado y agobiado. "Eso es como si coges a un animal y lo encierras, pues eso me pasaba a mí. Yo no podía respirar aquí...¡tanto ruido!", recuerda.

El pretendido rescate no fue tal. El mundo de los humanos no era su hábitat, no lo entendía ni le entendían. En un primer momento, un cura se hizo cargo de él. Y de ahí, de mano en mano, como un paquete que pesa demasiado. Lo enviaron a Madrid con las monjas, estas al servicio militar, donde lo maltrataron de nuevo, en Palma de Mallorca lo timaron una y otra vez, en Málaga y Fuengirola volvió a malvivir. El periplo terminó aquí, en Galicia, donde reside en una aldea ourensana. Ha vuelto a vivir y, según asegura, está "contento" de compartir sus experiencias con los chavales.

La película Entrelobos relata su vida, aunque Marcos reconoce que al principio el resultado no le convenció. La relación con los actores que lo interpretaron, Manuel Camacho, de niño, y Juan José Ballesta, de adulto, fue excelente. Su presencia resultó clave para el rodaje con lobos.

En cada una de esas charlas insiste en que deben respetar y cuidar a los animales y a la naturaleza, construyendo, sin darse cuenta, todo un discurso ecologista. Lo hace sin artificios y escucharlo es, por momentos, como oír hablar a un animal. De hecho, continúa refiriéndose a ellos en primera persona. Su forma de comunicarse no concibe la tecnología, de la que hace una dura crítica. "Me parece que estoy en otro satélite. No hay relaciones con el mundo. Nosotros, los animales, tenemos relaciones. Aquí no hay relaciones ningunas por culpa de los aparatos estos".

A sus 70 años, el cuerpo ya no responde como él quisiera, pero se siente todavía parte del mundo salvaje: "Para mí los animales han sido mis padres". Pervive en él el lobo solitario.

 

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00