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Juan Barreno

‘Hoy me toca el viejo’

Firma Juan Barreno 'Hoy me toca el viejo'

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03:27

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Ser padres es una de las mayores satisfacciones que se puede tener en la vida. Por regla general el cariño hacia los hijos es infinito y se pagaría cualquier precio para verlos siempre felices, ya que esta felicidad de los hijos complementa la propia felicidad de sus padres. Sin embargo, es difícil poder calibrar el cariño de los hijos hacia los padres, al margen del regalito de rigor en el recientemente pasado día del padre. Al principio, cuando son pequeños, se sienten protegidos y les da tanta seguridad, marcando al mismo tiempo su personalidad, que se le tiene admiración a los padres, defendiéndolos a capa y espada ante cualquier incidencia. Pero a medida que va pasando el tiempo, los hijos van creciendo y se van haciendo independientes. Los padres ven esta circunstancia con gran satisfacción. Es un logro saber que consiguen valerse por sí solos, incluso en ocasiones superando a los propios padres en muchos terrenos de la vida, lo que hace enorgullecerse a éstos en gran medida, provocándoles una satisfacción plena.

Pero el tiempo sigue pasando, porque los días pasan lentos, pero los años pasan volando, y se llega a una situación en que los hijos forman su propia familia, mujer, hijos que hacen abuelos a sus padres, que se muestran con los nietos como si volvieran a una época anterior que les recuerda la infancia de sus propios hijos, por lo que llegan a tener un cariño con los nietos, que hay quien dice que es equiparable al que tenían con sus hijos. Hablando en un contexto generalizado, nos encontramos muy a menudo con abuelos que viven en su casa de toda la vida, en una auténtica soledad, allí donde criaron a sus hijos, mientras sus hijos, aquellos que con tanto esfuerzo pudieron criar, tienen su propia casa donde viven con su nueva familia, lejos de la vivienda de sus padres, la que un día fue su hogar, cayendo paulatina y lentamente en el olvido de los seres que tanto le quisieron y le siguen queriendo, a pesar de que llega un momento en que viven solos, con dificultades para valerse por sí solos, y sus hijos los visitan una vez a la semana en el mejor de los casos.

Resulta traumatizante y de mal gusto escuchar muchas veces a determinadas personas, excusarse ante un grupo de amigos, de no poder asistir a algún sitio, argumentando la desagradable frase de “no puedo ir porque me toca mi madre” o porque “me toca mi padre”, como si se tratara de una lotería que nadie quiere, sin contar las peleas y disputas entre hermanos ante la situación de tener que cuidar a sus padres, ya mayores y casi imposibilitados, y no quererlo hacer ninguno de ellos, no vaya a ser que les estropee un buen fin de semana, llegando incluso al abandono que hemos podido conocer en algunos casos. Habría que desterrar del vocabulario de la conversación, este tipo de frases porque el cuidado de los padres no le tiene que tocar a ninguno de los hijos, sino que debería ser una labor de los hermanos conjunta y ordenada, con el único fin de mantener la felicidad y el mejor de los cuidados a sus padres hasta su fase final. Lejos quedan aquellos tiempos en que los abuelos compartían la casa con el resto de la familia, hasta sus últimos días, aportando su sabiduría y dentro de su discreción, sentenciar ante cualquier discusión familiar que le otorgaba la autoridad, una autoridad totalmente perdida y robada por los hijos en estos tiempos actuales, para perjuicio del sentimiento humano

 
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