Un político, un cargo
El periodista y escritor José María Pagador analiza desde esta premisa el desempeño y la responsabilidad en el ejercicicio del cargo público en partidos e instituciones, sacando a colación el caso del socialista extremeño Ramón Ropero
Mérida
Un político, un cargo. Éste es otro de los clamores de la ciudadanía en su múltiple exigencia de regeneración de la vida pública. Acaparar cargos públicos, con sus correspondientes privilegios y gabelas, es algo escandaloso y muy perjudicial para la política, porque es signo de codicia de dinero y de poder, y porque esa concentración de cargos expulsa de la experiencia pública a jóvenes aspirantes que podrían curtirse antes y en mayor número en el desempeño público.
En Extremadura, la renuncia de Ramón Ropero a un puesto de senador en las próximas generales ha devuelto las cosas a su sitio. El señor Ropero, que lo ha sido todo en la política extremeña y sigue ganando elecciones en su pueblo, ha optado por lo razonable: honrar el compromiso que tiene contraído con Villafranca de los Barros, que volvió a elegirlo alcalde en las últimas elecciones municipales. Y, aunque ha declarado que nunca tuvo interés económico, porque, en todo caso, siempre hubiese cobrado un solo sueldo, se ha hecho un favor a sí mismo, salvaguardando, con su renuncia, una limpia trayectoria de tres décadas.
Sería conveniente que este código ético que aplica el PSOE de Extremadura se extendiese a todo el partido. El mismo señor Ropero ha recordado que en España hay una veintena de alcaldes socialistas que son también senadores o diputados y eso ya no es de recibo en estos tiempos. La derecha podrá seguir con esas prácticas de cooptación, pero la izquierda ha de regirse por la ética más rigurosa.