Ana Botella, la alcaldesa que trajo la austeridad a Madrid

Ana Botella llegaba a la Alcaldía de Madrid en plena Navidad de 2011, bajo el estigma de "entrar por la puerta de atrás", acusación que la oposición le ha recordado estos tres últimos años, aunque el PP haya argumentado en vano que fue la segunda de la lista por Madrid en las elecciones municipales. Sea como sea, la esposa del expresidente Aznar desembarcó en la política activa con una promesa fundamental: alcanzar el equilibrio entre ingresos y gastos en una legislatura.

"Me ha tocado bailar con la más fea", confesó Ana Botella a la SER. Y, en efecto, la gigantesca deuda de Madrid, contraída por el anterior alcalde, ha sido su objetivo estos tres escasos años en la Casa de la Villa. Bajo el ojo vigilante de Montoro, Botella ha seguido fielmente la orden: austeridad. Pero poniendo a Madrid en la pira del sacrificio. Los recortes de presupuesto han afectado desde el SAMUR a la limpieza viaria; de los equipamientos y parques a los pisos protegidos, vendidos a fondos buitre; de los servicios sociales o la cultura al funcionamiento diario del consistorio, rodando al ralentí. Las reformas siempre han estado condicionadas a las manos privadas.

La gestión de Ana Botella se recordará, sin embargo, por momentos luctuosos, como el caso Madrid-Arena, o por anécdotas simples, como el famoso "relaxing cup of café con leche", argumento supremo de su discurso ante el Comité Olímpico Internacional en Buenos Aires, cuando Tokio nos arrebató los Juegos de 2020.

Sobre la huelga de recogida de basura en 2013, la alcaldesa dijo: "Esto no es una huelga de basuras, sino de limpieza". Sobre la contaminación del cielo madrileño, se quejó: "De Barcelona no dicen nada y también está contaminada". Y algunas veces hizo reír a la oposición entera diciendo en un pleno del Ayuntamiento: "Madrid funciona y lo hace a la altura de las grandes capitales europeas".

Hoy Madrid está menos endeudada, pero más sucia, más empobrecida, menos atractiva para el turismo. Ana Botella ha cumplido con los bancos, ha recortado la gigantesca deuda, que aún está en más de 6.000 millones de euros. Pero como diría un castizo, ha dejado a la ciudad en el chasis.

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