Ocio y cultura

La València olvidada: La Belle Époque valenciana (parte primera)

Hoy nos encontramos en La Nau, Centre Cultural de la Universitat de València. Aquí estamos en la exposición de Rafa Solaz sobre la València Sicalíptica rodeados de fotografías, libros y objetos de erotismo

La València Olvidada: La Belle Époque valenciana

La València Olvidada: La Belle Époque valenciana

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València

Estamos a principios del siglo XX. Vamos a contextualizar esa época y lo que pasó antes de la creación de los cabarets. La I Guerra Mundial favoreció la especulación y el teatro aprovechó el flujo de dinero, siendo las variedades las que experimentaron un caudaloso río para empresarios, modistos, joyeros y, naturalmente, las coristas, que entraron en los círculos sociales más exclusivos alcanzando fama y gloria fabulosas.

En València la bonanza económica no pasó inadvertida y fueron los agricultores, particularmente los naranjeros, constructores y rentistas en general, los que se vieron agraciados con una fácil entrada de dinero que se gastaba con la misma facilidad. Ello benefició a los espectáculos frívolos y a todos sus componentes. Es aquí cuando verdaderamente tuvo su aparición la Belle Époque valenciana, la edad de oro de los cabarets que daría comienzo en 1915 y acabaría sobre 1926, a pesar de que hasta los años de la contienda civil continuaron funcionando estos y sus espectáculos frívolos.

En los años 20 surgieron muchos salones de fiesta y cabarets. Vamos a detallar alguno de ellos con las artistas que actuaban. El Café de Madrid estaba situado en la calle de las Barcas. Por él pasaron atracciones de todas clases, como gimnastas, bailarines y canzonetistas de origen francés, que habían introducido el cuplé y el can-can, moda de escándalo para aquellos tiempos, acompañadas de estrambóticos títulos, grandes cartelones anunciando desenfadados espectáculos, con pintorescos trajes, cortas faldas cuajadas de puntillas, lentejuelas y enormes sombreros con profusión de flores y plumas. Estas actuaciones de carácter marcadamente francés, de estilo pícaro y desenfadado, destinadas para un público adulto, competían con artistas e intérpretes de canción ligera española.

La afición creció en València y surgió un pequeño teatro, el Salón Novedades, inaugurado en 1898 y dedicado especialmente a esta clase de espectáculos. Estaba instalado también en la calle de las Barcas, número 9 (el edificio aún existe), en cuya acera existían destacados comercios y populares cafés. En cambio, en la acera de enfrente, como contraste, estaba situada la mala reputación del Barrio de Pescadores. En el Salón Novedades, adornaban su fachada llamativos carteles de colores, reproduciendo retratos de cupletistas y bailarinas de fama. En su interior, ofrecía un patio con unas doscientas butacas y entre ellas, al fondo de la estrecha sala, se alzaba el telón de un escenario con el tablado de unos tres metros cuadrados.

En el año 1904, en la jornada inaugural de aquel popular teatro, actuó la notable cupletista Fornarina, quien tuvo un continuado éxito repitiendo en noches sucesivas sus picarescos cuplés. Sus comienzos tuvieron su origen en una revista titulada El Pachá Bum-Bum, que sirvió de pretexto para que se exhibiese su delicioso desnudo, siendo el asombro de todos. Ella era la más afrancesada de las cupletistas cuando se implantó este género en nuestra península. Sus movimientos eran lentos y acompasados y en escena, al volverse de espaldas, hacía un ademán muy suyo para atusarse el rubio y ondulado cabello. Retrataba en una de sus canciones al público adulto y picarón que solía verla. Decía así: Cuando salgo yo a escena, advierto sin tardar, que los viejos abundan y los casados aún más. La Fornarina falleció en Madrid, a los treinta años de edad. Una de sus más famosas interpretaciones fue el cuplé El Polichinela, canción que se hizo muy popular y que le dio mucho éxito, manejando graciosamente un polichinela de trapo.

Otra de las artistas más impactantes que por entonces triunfaba era Consuelo Portella, más conocida como Chelito, intérprete de cuplés escandalosos, que contrastaban con su carita de colegiala e ingenua. El cuplé francés fue considerado frívolo y decían que servía de pretexto para la exhibición de mujeres atractivas, por no decir semidesnudas.

En 1911 aquellos cafés de reducidas dimensiones, con sus pequeños escenarios de modalidad farandulera y peligrosidad para las almas, huyendo del carácter clandestino, dieron paso a salones con más capacidad, destinados a un público numeroso y ya se veían señores acompañados de sus esposas. Una de las canciones de la época, que interpretaba María Palou en la obra Las Bribonas, resumía la apertura que se experimentaba, respecto a una nueva época desenfadada, la vida alegre que llegó procedente del vecino país francés y que poco a poco fue calando entre nosotros. Se respiraban otros aires de libertad, desenfado y jolgorio continuo, que hacía temblar a la sociedad más puritana.

A continuación, como ejemplo, las estrofas de una de aquellas canciones:

Y ven y ven y ven,

chiquillo vente conmigo,

no quiero para pegarte,

¡mi vida!,

¡Ya sabes pa lo que digo!

En una próxima intervención, ofreceré la segunda parte con más información de esta interesante València un tanto olvidada.

Texto: Rafa Solaz

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Quique Lencina

Quique Lencina

Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...

 
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