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La València Olvidada: Las extrañas marcas de la puerta románica de la Catedral de València (por César Guardeño)

Nos aceramos a la Catedral de València para buscar explicación a unas extrañas marcas en la porta de l'Almoina

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València

En esta ocasión nos centramos en las leyendas, misterios y marcas extrañas que no tienen explicación, o quizás sí que podrían tenerla.

Nos acercamos hasta la Catedral de Valencia, pero esta vez no entramos a su interior, sino que nos quedamos en la puerta románica. Esta puerta es conocida también como la porta del Palau, de l'Almoina o de la Fruita. Una puerta cuya primera piedra fue colocada el 22 de junio de 1262, siendo Obispo de València Fray Andrés de Albalat, por canteros provenientes de Huesca o de Lleida, ya que es muy similar a la Ermita de San Miguel de Foces en Ibieca (Huesca), la Ermita de Santa María de Salas, también en Huesca, o la porta «dels fillols» de la Catedral de Lleida, entre otros ejemplos del románico de la zona.

Y es una puerta que esconde una leyenda, o más bien deberíamos decir ya varias leyendas, porque el catálogo de explicaciones se ha ido haciendo cada vez mayor. Son de estas historias de las que se cuentan a todos los que pasan por aquí y se paran a mirar unas extrañas marcas existentes en la 'jamba' del lado derecho, a una altura de algo menos de un metro. Una jamba es la superficie o paramento lateral interno de los vanos de las puertas y de las ventanas que sostienen tanto un dintel como un arco.

Curiosamente, siempre que pasamos por ahí y hay algún guía explicándolas, hemos escuchado alguna historia sorprendente.

Una de las más populares y repetidas por algunos guías que pasan por delante, apunta a que estas extrañas marcas fueron realizadas por los verdugos, que eran conocidos en València como «morro de vaques» o «botxí», palabra que proviene del provenzal botchí, que es carnicero. Y las hacían tras afilar cuidadosamente la espada o el hacha antes de ejecutar, en la misma plaza, a los nobles. Y es que la pena capital por decapitación estaba reservada precisamente a la nobleza. Pero esta leyenda tiene dos puntos débiles: El primero es que no tenemos constancia que estas ejecuciones por decapitación se realizaran justamente en esa plaza del Palau, sino que se llevaban a cabo en la de la Seo, actual plaza de la Virgen. Y el segundo es que dudamos mucho que un maestro armero esté conforme con afilar un hacha o una espada de esta forma y en un sillar de arenisca.

Una segunda leyenda cuenta que estas marcas fueron realizadas por las mujeres embarazadas de cada vez que entraban a la Catedral a visitar a la Virgen del Buen Parto, que está justamente en la girola, delante de la capilla de la Resurrección, que es donde se encuentra la reliquia del brazo de San Vicent Màrtir. Como sabréis, existe una tradición en el que las embarazadas deben dar 8 vueltas en el interior de la Seo, antes del noveno. Y como hay un total de ocho marcas en la piedra, pues ya tenemos base para contar esta leyenda.

Hay dos historias más que tienen que ver con los tallapedrers (los mineros de las canteras) y los canteros.

La primera de ellas afirma que, por la forma vertical de las marcas, estás serían de los barrenos que se hacían en las canteras para romper las piedras. Y esto se debe a que estos agujeros se llenaban de dinamita para a continuación, hacerlos se explotar.

Pero esta historia tiene un fallo, en el momento de que usas la lógica, además del conocimiento propio de la forma de romper y extraer las piedras en el siglo XIII, XIV o XV. En estos siglos no se utilizaba la dinamita para romper las piedras en la cantera.

Y la segunda historia, totalmente improbable, señala que estas marcas son la firma de la cantera de donde salieron los sillares de piedra para construir esta puerta. Y también, que podría tratarse de las marcas que los canteros realizaban en las piedras para, posteriormente, poder cobrar por su trabajo. Sobre este punto, hay que recordar que las marcas de los canteros incluían símbolos, letras, figuras geométricas o dibujos mucho más pequeños. No hacían estas marcas tan grandes y tan profundos como las que tenemos aquí.

Entonces, ¿quién pudo realizar estas marcas?

Podemos plantear un par de hipótesis, basándonos en otras marcas que hay a lo largo y ancho del país.

Una de ellas apunta a la presencia de mendigos, tal y como se puede ver en algunas fotografías antiguas, como las que realizó el fotógrafo francés Jean Laurent en el siglo XIX. Probablemente, estas personas podían afilar allí sus navajas. Otra atribución apunta que las marcas son fruto de los niños que afilaban las puntas de sus peonzas o trompas, para jugar posteriormente en esta plaza.

Hay una segunda teoría muy interesante, que planteó el párroco de la Colegiata de San Martín de Elines, en Cantabria, y que dice que estas marcas son de raspar y afilar lesnas, que son los punzones empleados por los zapateros para hacer agujeros.

Y me gustaría añadir otra hipótesis más, en base a la información que aporta el historiador Santiago Soler y a la observación de estas marcas y a su presencia en algunos lugares en los que o bien hay una plaza, o bien tenemos constancia de que se celebraba mercado allí. Probablemente, algunos de los mercaderes pudieran afilar allí algunos objetos punzantes, cuchillos para cortar, etc. y de ahí que sea frecuente verlas en tantos sitios, porque tal y como hemos comentado, las hay en muchos puntos de nuestra geografía y no sólo en la puerta románica de nuestra catedral.

Hay otros lugares donde también podemos encontrar marcas.

Las más cercanas las podemos ver en la «Porta del Mercat», de la Colegiata de Santa María de Gandia (donde además las hay a decenas); en la plaza de San Isidro de Salamanca, en la pared exterior de la Universidad Pontificia; en el claustro de la Catedral de Santander; en la Lonja de Palma de Mallorca; en la muralla romana de Barcelona; o las que podemos encontrar en la puerta del Instituto Catalán de la Salud, construido en el siglo XX, en lo que fue el antiguo hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona, entre otros muchos ejemplos.

Así que parece que esta leyendas o leyendas que se han propagado como la pólvora, podrían tener una explicación mucho más sencilla y lógica. Una piedra arenisca, y por lo tanto un material blando que era utilizado habitualmente para afilar herramientas cotidianas como cuchillos, punzones o navajas. Ni hachas, ni espadas, ni verdugos.

Texto: César Guardeño

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Quique Lencina

Quique Lencina

Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...

 
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