Llámenlo El Pouet
A la histórica partida del Pouet de Campanar, desconfigurada por el modelo urbanístico depredador de los años 2000, también se le arrebató su nombre tradicional en favor del anodino Nou Campanar. Ha llegado el momento de recuperarlo

'Callejeando': Llámenle El Pouet
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
València
El anodino y repetitivo nombre de Nou Campanar, tristemente protagonista estos días tras el trágico incendio, fue impuesto por los promotores como marca sugestiva de su mercadillo inmobiliario particular -igual que Nou Benicalap, Nou Orriols, Nou Safranar, o ahora Turia Nova en Malilla-, sustituyendo hace 25 años al tradicional topónimo de la zona: El Pouet. Tal vez este es el mejor momento para recuperar a todos los niveles la toponimia histórica de la partida del Pouet y desterrar aquel nombre impostado que solo nos recuerda al urbanismo depredador que desconfiguró un enclave rural de primera magnitud y al modelo de fiesta fallera -por la grandilocuente y efímera falla de Nou Campanar- artificial e insostenible, levantada a golpe de ladrillo, que el tiempo demostró que era totalmente fallido.
El Pouet se encuentra en el barrio de Sant Pau, dentro del distrito de Campanar. Históricamente esta zona era casi una pequeña península formada por el último meandro que forma el Turia antes de entrar en la ciudad estricta. Por eso era una de las huertas más antiguas y fértiles, flanqueada por las caudalosas acequias de Mestalla y Rascanya, y siempre abierta a cualquier avenida del río. Para acceder a esta vertiente occidental de Campanar desde València se podía tomar el camino de San Pablo -Sant Pau en valencià-, que partía de la orilla izquierda del río a la altura del Patronato de la Juventud Obrera, donde actualmente se encuentra Nuevo Centro. Desde allí y casi en paralelo al río se dirigía en dirección oeste a buscar el desaparecido molino de San Pablo -situado en lo que ahora es el hospital Nou d’Octubre-, una gran instalación harinera movida por las aguas de la acequia de Rascanya, del cual apenas queda una chimenea del siglo XIX. Este molino de Sant Pau da nombre a toda la zona y era, junto a Tendetes y el Río, uno de los barrios que formaban el municipio de Campanar cuando este fue independiente de València a mediados del siglo XIX.
A mitad trayecto del camino de Sant Pau nacía el otro eje fundamental de la partida: el camino del Pouet, que cruzaba la mencionada acequia de Rascanya y llegaba hasta el pequeño caserío conocido como Racó del Pouet, que da nombre a todo el entorno por encontrarse allí un pequeño pozo de uso público que en la lengua materna de la tierra llamaban 'el pouet', junto al cual se levantó la ermita del Santísimo Cristo del Pouet, conocida popularmente como la capelleta -milagrosamente todavía en pie- junto a la alquería de Nelo “El Churro”. A partir de este punto, el camino del Pouet se bifurcaba, un ramal seguía el camino hacia el oeste, en dirección al río Turia, bajo el nombre de camino de la Alquería del Rey, ya que comunicaba el Pouet con dicha alquería, que a duras penas resiste junto al Bioparc, pasando por la puerta de otras construcciones típicas de la huerta como las alquerías de Bandera, Barberá o de Colom, destruidas en 1998 por la constructora de Onofre Miguel en connivencia con el gobierno de Rita Barberá y desoyendo los informes de la Universitat Politécnica y especialistas en arquitectura rural como Miguel del Rey, que afirmaban entonces que “el camí del pouet es un recorrido por la historia de la arquitectura rural valenciana que debe ser protegido”.
El otro ramal que partía desde el Racó del Pouet seguía hacia el norte, en dirección al cementerio de Campanar, hasta entroncar con este y con un camino de más porte que unía Campanar con Paterna. Aquí se encontraban alquerías como la del Foraster o la barraca de Llenya, perfectamente conservada y que a última hora fue el casal de la falla del barrio, pero que no tuvieron ningún pudor de derribar, ¡hace 25 años! Este fue el último tramo en desaparecer bajo el asfalto del infausto PAI de Nou Campanar, paradigma del urbanismo voraz de los años 90 y 2000 que acabaron con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Un modelo depredador siempre al gusto de promotores y constructores que, en una concesión macabra, aun dejó descontextualizadas un par de alquerías que sobreviven entre grandes avenidas.
En el Pouet nos amputaron el penúltimo reducto de nuestro patrimonio rural, un paisaje de la huerta tradicional con estructuras hidráulicas, parcelaciones y construcciones propias datadas desde el siglo XIV con gran valor cultural y antropológico. Y como se suele hacer en un territorio conquistado, el expolio no respetó ni los nombres impuestos por el pueblo. En el año 2000 al Ayuntamiento aprobó rotular las calles de la nueva urbanización con nombres como los del director de cine Luis Buñuel, el escritor Rafael Alberti o el pediatra Jorge Comín, personalidades muy respetables, que también podemos encontrar en cualquier barrio de Zaragoza, Málaga o Madrid. Pero nadie en la concejalía de Cultura, dirigida entonces por la popular María José Alcón, se acordó de la toponimia tradicional ni de los personajes populares que habitaban la partida antes del desalojo, como Manolo Balaguer 'El Foraster' por ejemplo, un de los damnificados por los derribos. Una condena al olvido de manual que debe ser reparada.