El tesoro de Santa Elena

València

Esta historia es poco conocida, aunque pasó hace apenas dos décadas. En los años 60 del pasado siglo, en la esquina de esta calle, vivía una mujer conocida en el barrio como “Pepica la Curra”, así llamada porque le faltaba un brazo, quizá consecuencia de la pasada guerra civil. Su casa era muy humilde, como ella. Se ganaba la vida vendiendo números para una rifa.

En un principio, ella misma verificaba el sorteo en su propia vivienda acompañada de unas amigas. Los vecinos le compraban los boletos a sabiendas que hacían una auténtica obra de caridad. Después lo hizo de forma más legalizada y los números de esta sorprendente rifa iban en combinación con el sorteo de los Ciegos, que así se llamaba por entonces el actual sorteo de la ONCE. Vendía sus boletos por las inmediaciones de su casa, por el próximo mercado de Mossén Sorell y también por el mercadillo semanal que se organizaba cerca. Así permaneció durante mucho tiempo.

La calle de Santa Elena

Tenía antiguamente el título de Abadia de la Santa Creu por la proximidad de la antigua y desaparecida iglesia de Santa Creu. El título actual de Santa Elena se concedió a finales del s. XIX en honor a esta reina madre del emperador Constantino, quien concedió la libertad a los cristianos tras siglos de persecución.

Según la tradición, Santa Elena halló en Jerusalén la Cruz de Cristo. No era la primera vez que en el barrio se recordaba a Santa Elena. En 1396 se esculpió y pintó una imagen de la Cruz junto a la santa en la puerta dels Serrans, que ya venía venerándose allí en los primeros tiempos de la ocupación cristiana.

A pesar de la corta longitud de esta calle, a través de los años hubo algunas tiendas y comercios. De finales del s. XIX se tienen noticias del ebanista José Valls. A principios del s. XX, entre los comercios más populares, se encontraban la también ebanistería de Emilio Martí, el pintor decorador Miguel Campos y el fabricante de lápidas Luis Quiles. Antes de la guerra de 1936 constaba la actividad de un fabricante de pequeños objetos de madera: les palometes o perchas de armarios.

Únete al canal de WhatsApp de la SER

En los años 60 se hallaba el humilde comercio de venta de hielo, gaseosas, vino y comestibles, de Julio Mañes, que se anunciaba en 1969 como Comestibles Lolita, después convertido en Comestibles Amparo. Y, por último, formando esquina a Pintor Fillol, se encontraba una academia de bailes regionales y de salón del maestro Porta.

"Pepica la Curra"

"Pepica La Curra" falleció por los años 90. El edificio donde vivía, de planta baja y tres alturas, fue derribado para construir una nueva finca. Aún quedaba en pie el antiguo árbol de la plaza de su título que se hallaba a unos pocos metros de distancia.

Pero, ¡sorpresa! Cuando en 2001 se hicieron las excavaciones para la nueva construcción, aparecieron dos vasijas llenas de monedas islámicas de oro y plata. El informe arqueológico que se hizo en este momento señalaba la importancia del hallazgo. Decía así:

“El tesoro almorávide hallado en la calle Santa Elena de Valencia está formado por 1940 piezas de oro (dinares y fracciones de dinares). Es uno de los más importantes de la Europa y el Mediterráneo de la época. Su dueño lo ocultaría y alguna causa fortuita le impidió recuperarlo. Su estudio es determinante para conocer la circulación monetaria en época islámica.”

Tal vez las dos vasijas se ocultaran en tiempo de la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII. Es una incógnita. Tras su hallazgo, el tesoro se depositó en el Museu de Prehistòria de València.

Así que la conclusión de esta historia, y es una reflexión mía, es que “Pepica la Curra”, pobre de solemnidad, dormía encima de un tesoro, el que, a sabiendas, tal vez hubiera mitigado su penosa situación económica. Sin duda, vendiendo los numeritos de una rifa estaba sorteando su propio destino.

Texto: RAFA SOLAZ