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Carta abierta: Adiós a Juan Carlos Hernández, un hombre bueno

Figura clave de la natación, Juan Carlos Hernández ha muerto este martes en l’Alfàs del Pi

Benidorm

Hay veces en los que la vida, la puta vida, te golpea con un mazo tan invisible y mudo como doloroso. Hoy es uno de esos días. Miro por la ventana y hace un día espléndido de noviembre. Un día de esos en los que el cielo azul infinito se refleja en el mar invitando a hacer lo que más te gustaba, lo que nos enseñaste a amar a tantos. El sol brilla en lo alto, pero detrás de las lágrimas que me inundan los ojos sólo veo nubes grises de tristeza y de esa pena tan profunda como el mar que estoy contemplando mientras recuerdo tantas y tantas cosas.

Han pasado 30 años, más o menos, desde que entraste en mi vida. Yo tenía apenas diez entonces y la espalda, la puta espalda, ya empezaba a dar señales de que iba a ser mi doloroso recordatorio vital del paso del tiempo. Y allí, en la piscina del hotel Helios de Benidorm, largo a largo, siempre contigo en el borde mismo del agua, empezó una historia de amistad sincera que hoy entra en una nueva fase, porque ni la muerte ni el tiempo puede borrar la amistad.

Hace ya un rato que he dejado de contar las lágrimas, Juan Carlos, porque son muchas, pero, a la vez, son menos, muchas menos, que los recuerdos que guardaré siempre conmigo. Los exigentes entrenamientos antes de una competición, las duras clases en aquellos cursos de socorrismo. Las frases lapidarias del jefe de mis primeros trabajos de verano. La sonrisa, siempre la sonrisa, incluso cuando venían mal dadas, con las que eras capaz de quitarle hierro a todo… hasta hace pocas semanas, cuando quise ir a verte sin querer pensar que, en realidad, me estaba despidiendo de ti. Incluso en ese momento sonreías. ¡Joder Juan Carlos, hasta en ese momento!

Estoy llorando y sonrío, Juan Carlos. Sonrío porque me vienen a la mente aquellas clases de natación para bebés en las que yo llevaba a mi hijo, un renacuajo de pocos meses (para escándalo de madre y abuelas) y entre los dos le enseñamos, primero, a flotar y, poco a poco, a nadar y, sobre todo, divertirse en el agua.

Y tus planes. Siempre planes. ‘Nico, tenemos que hacer un libro’. ‘Nico, quiero poner en marcha un proyecto’. ‘Nico, mira la escultura que he hecho’. Y me cuesta, me cuesta tanto pensar que nunca más recibiré un mensaje así.

Como todos los días, esta mañana estuve nadando y, mientras lo hacía, como todas las mañanas desde que la enfermedad entró a tu vida, pensé en ti durante unos cuantos largos. En cómo nos exprimías en los entrenamientos en la piscina o en el mar. En cómo nos llevabas al límite para hacernos un poco mejores. En cómo, y eso lo entendí mucho más tarde, nos inculcabas la cultura del esfuerzo y del trabajo como único medio para conseguir nuestras metas y objetivos.

Y ahora, mientras escribo esto sin saber muy bien por o para qué (porque de eso se trata la amistad, ¿no?, en hacer cosas por o para el otro sin tener ni idea de porqué), me doy cuenta de que, en realidad, lo que cabe en estos folios es sólo una fracción, una milésima parte, de lo que nos diste a tantos y hasta el último momento.

Y pienso en Paula, y en Alan, y en Marita, y en Paco, y en Richard… y tantos más que hoy, cuando nos ha sonado el móvil y hemos oído o leído que te nos has ido para siempre, nos hemos hecho viejos de golpe. Y la vida, la puta vida, no te ha dejado darle todo eso a tu nieto, al que ya no conocerás; pero al que le hablaremos de ti. Y le contaremos, exagerando siempre tus broncas, que hasta de eso te reías, cómo nos influiste y cómo nunca jamás te podremos olvidar.

Juan Carlos, hoy tú ya no estás. Hoy el mundo es un poco peor que ayer. Hoy somos muchos los que te lloramos; pero mañana, pasado, dentro de una semana, de un mes o de un año, cuando el dolor remita y nos juntemos a recordarte, lo haremos con sonrisas (y alguna lágrima, claro) y anécdotas que darán para horas y horas de conversación.

Hoy te has ido, Juan Carlos. Yo pierdo a un amigo. Paula, Alan, Marita, Richard… pierden a un padre, un marido, un hermano. Todos los demás, incluso los que no te conocieron, pierden a lo más importante que dejas en esta roca que flota en el espacio: a un hombre bueno.

Adiós amigo. Que la tierra te sea leve.

 
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