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Christine Keeler, un escándalo amoroso digno de novela

En La València Olvidada Paco Pérez Puche rescata la historia de esta mujer que huyó de los tribunales para refugiarse en Benidorm pasando por València

En La València Olvidada Paco Pérez Puche rescata la historia de Christine Keeler y su paso por València

En La València Olvidada Paco Pérez Puche rescata la historia de Christine Keeler y su paso por València

12:02

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València

Vamos a recordar la historia de unos ingleses que, hace 60 años, fueron mucho muy famosos: el ministro John Profumo y la modelo Christine Keeler, que pusieron en pie un escándalo amoroso, con repercusiones políticas y diplomáticas muy graves. Hablaremos de un romance oscuro del que se ocupó toda la prensa mundial. Y hablaremos, sobre todo, de ella, de la joven y alocada modelo Cristina, que se vino a Valencia a pasar una semana de correrías playeras que se podría contar con los colorines de los hippies, con aquellas carreritas aceleradas y los golpes de tebeo de una película inolvidable: el “Yellow Submarine”, de los Beatles.

¿Quién era Christine Keeler?

Christine Keeler era una modelo, entonces les llamaban “maniquís”, que trabajaba para estudios fotográficos del Soho pero que hacía muchas cosas más, como sostener relaciones amorosas, a la vez, con distintos personajes: un sargento de la aviación americana, un influyente caballero llamado Stephan Ward, un pendenciero Johnny Edgecombe, un ruso de apellido Ivanov que trabajaba en la embajada soviética como espía y el ministro John Profumo, que ejercía la cartera de Defensa en el gobierno conservador de Harold Macmillan.

El cóctel, como puede suponerse, era Molotov. En plena Guerra Fría, el escándalo en los tabloides de Londres era mayúsculo. Para la prensa británica más amarilla, descubrir que por la misma habitación de la señorita Keeler habían pasado todos estos personajes, era la bomba. El ministro decía que no había visto a missis Keeler desde 1961, pero al jefe del gobierno, Harold Macmillan, le temblaban las piernas cuando iba al Parlamento.

Pero las cosas aún se complicaron mucho, mucho más. Un día, el pendenciero Johnny disparó unos tiros contra la casa de Christine, celoso porque dentro había otro amante, y fue llevado a juicio. Y fue entonces cuando Christine, llamada por el tribunal como testigo, tomó la “sabia” decisión de largarse y venirse a Valencia.

A València y a lo loco

El 22 de marzo de 1963 no compareció en el tribunal, pero aterrizó en Manises, el único aeropuerto que había entonces en nuestra región. Empezaron a correr bulos sobre su destino y pronto se supo que quería pasar unas vacaciones en un paraíso turístico emergente llamado Benidorm, donde tenía unos amigos. Y para eso, tomó un coche de alquiler se supone que aquí, en la plaza del Ayuntamiento, donde los más mayores recordamos que se estacionaban los “haigas” de lujo que alquilaban los turistas. Era la única solución, entonces, para ir a Benidorm.

Y tras ella fue lo que ya era una nube de fotógrafos y enviados especiales de toda la prensa sensacionalista inglesa: el Daily Telegraph, el Mirror, el Herald y el Express, más el serio y ponderado The Times. Los reporteros de la prensa local y nacional empezaron a interesarse y se movieron también. Y muy pronto encontraron a la señorita Keeler, con la intención de fotografiarla.

De Benidorm a Madrid

Según las noticias que hemos rastreado, Christine Keeler, después de pasar dos días en la costa alicantina, apareció en la comisaría de Retiro de Madrid, en la tarde del día 25 de marzo. Se identificó, pidió ayuda a su embajada, le enviaron al cónsul, y muy pronto quedó claro que las autoridades españolas no tenían instrucciones contra ella y que podía hacer en España lo que le viniera en gana con toda libertad. Tanto es así, que, según leemos en noticias de la Agencia Efe, el comisario de policía y el cónsul la invitaron a tomar un té con pastas y luego pudo pasar la noche en un despacho de la propia comisaría. Las noticias de ese día dan cuenta, además, que el ministro Profumo emitió un comunicado en el Parlamento diciendo que nada tenía que ver ya con la modelo, que era agua pasada, y que un periódico español escribió que Christine había pactado contar su historia en exclusiva a uno de los periódicos de Londres que la perseguían, el Daily Express. A cambio recibiría una cantidad equivalente a casi un millón de pesetas.

Entonces lo que hizo, al quedar claro que estaba libre, es volver a Benidorm. Protegida por los redactores del Express, pero perseguida por todos. Regresa en avión a Manises, en la tarde del día 26, y ahí ya se sabe que va acompañada de una fotógrafa, Diana Proctor, y de un conductor, piloto de carreras, llamado Paul Michael Mann. Y que, para pasar desapercibidos, alquilan un coche deportivo, un deportivo de color rojo…

El objetivo era regresar a Benidorm a recoger material fotográfico. Y de paso, claro, crear alguna historia para la exclusiva, en la que ella, eso sí, protegió al ministro Profumo y dijo que no lo veía desde hacía dos años. En la prensa se cita que durmió en una casita en la urbanización La Aldea, de Altea. Incluso hay publicada una foto de lo que es una humilde casa en el campo. Yo creo que estuvo en los dos sitios, en Altea y Benidorm, seguida siempre por la nube de periodistas, cada vez más tensos entre sí, y que ella jugaba a esconderse porque ahí estaba la gracia de la historieta.

El día 27, sin embargo, hay una noticia que la sitúa comiendo en un bar de Gandia, con sus amigos. Y luego hay otro teletipo que asegura que durmió en el Hotel Bayrén, entonces casi único en la playa de Gandia, en la noche del 27 al 28 de marzo. De allí, el grupo salió de viaje, pero el coche se les estropeó entre Gandia y València. Eso les obligó a un desesperado viaje hasta Manises, donde, cuando llegaron, el avión de Londres ya había partido. Así las cosas, a la carrera, el trío, con todas las moscas fotográficas que iban detrás, emprendió el camino de Madrid, a bordo de otro discreto coche de alquiler, en este caso un Dodge de color amarillo.

Expectación de los paparazzi

Ese viaje de Gandia a Londres, ese 28 de marzo, es el que ha pasado a la historia del periodismo, a partir del momento en que se supo que Christine Keeler había comprado billete para volar a Londres vía París. Porque tanto en Barajas, en la salida, como en Le Bourguet, al llegar a París, la masa de fotógrafos fue ya a por todas y los del Daily Express decidieron defender la exclusiva que el editor había comprometido. El fotógrafo del Daily Mail, míster Brown, acabó con la cámara rota y rodando por los suelos, víctima de sus colegas. Empujones, bofetadas, llaves de catch... Barajas fue un escándalo mientras Christine se tapaba la cara con periódicos, gafas oscuras y pañuelos. La policía terminó metiéndola en un coche de Iberia que la llevó hasta el avión.

Pero dos horas después, en París, eran sesenta los cámaras y fotógrafos que aguardaban y la cosa todavía fue peor. Un locutor de radio americano fue la víctima peor parada en este caso. En París, parece que el “pool” de los guantazos fue de europeos contra americanos. A las nueve de la noche, cuando el avión de Christine aterrizó en Londres, la policía tomó la terminal y protegió a la muchacha del asedio de la masa informadora británica.

¿Cómo acabó la historia?

Christina Keeler acudió a los juzgados y declaró como testigo. La multaron con 40 libras por no comparecer. A su amante, el de los disparos, lo mandaron a la cárcel. Institución pública que la propia señorita también utilizó durante seis meses, a partir de diciembre de 1963, condenada por perjurio. Después de una vida azarosa, de posar desnuda para periódicos y revistas, de escribir un par de libros y ganar dinero en documentales sobre su propia aventura, Christine Keeler murió en el año 2017, a los 75 años.

Por lo demás, el espía Eugeni Ivanof fue trasladado a Moscú y parece que su historial como agregado naval se perdió en Siberia. En cuanto al ministro Profumo tuvo una trayectoria de manual: negó y negó todo lo que la prensa decía de él y dimitió en el mes de junio de ese mismo año 1963. Ya no ejerció más en política y vivió los siguientes 30 años vinculado a oenegés y asuntos de beneficencia, donde se dice que trabajó lavando platos y limpiando lavabos. Hasta que Margareth Thatcher lo rehabilitó cuando tenía 80 años, lo invitó a una fiesta oficial e incluso fue sentado al lado de la reina Isabel. Falleció en 2003, a los 88 años, digamos que rehabilitado. Porque en efecto, las cositas que le contaba a la señorita Keeler en los encuentros de alcoba las acababa sabiendo el soviético Ivanof. Bueno…

También es conveniente decir que entre 1964 y 1967 se construyó el aeropuerto de El Altet, con lo que yo no fue preciso aterrizar en Valencia para ir a Benidorm.

TEXTO: FRANCISCO PÉREZ PUCHE

 
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