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La Era Vikinga: plata y acero

Reseñamos dos libros sobre estos siglos: ‘La edad de los vikingos’ de Anders Winroth y ‘El juego de Odín’ de Kim Hjardar

Reseñamos dos libros sobre estos siglos: ‘La edad de los vikingos’ de Anders Winroth y ‘El juego de Odín’ de Kim Hjardar

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Fuenlabrada

El mundo vikingosigue siendo interesante para el público español (al menos si atendemos a la cantidad de libros editados o traducidos al español); ha pasado con el último libro de Laia San José Beltrán, otro par sobre el periodo de dominio danés en Gran Bretaña, sobre el llamado ‘vikingo negro’ o sobre las facetas más desconocidas de los hombres del norte… Y todo eso solo en 2024, pero habría que unirles otros dos libros, uno meramente bélico y el otro más amplio sobre llamados a veces normandos.

Empezamos con el sueco Anders Winroth, que ha publicado La edad de los vikingos (Villa de indianos, 2024).

El libro, editado originalmente por Princeton University Press diez años atrás, ha sido corregido y actualizado aprovechando la traducción al español.

Winroth intenta desmantelar muchos mitos relacionados con los vikingos: no eran más violentos que otros pueblos contemporáneos, ni más sucios ni tenían tecnología de guerra más avanzada. Y a pesar de eso, quitando algunos fracasos, salieron exitosos de la mayoría de sus campañas.

“Creo que en los primeros siglos de la Era Vikinga, tiene que ver con la manera en la que luchaban. Aparecían en un ataque por sorpresa, de tal manera que los ejércitos defensores eran incapaces de llegar a tiempo, eran demasiado lentos. Luego, los vikingos mejoraron a la hora de convocar grandes contingentes que podían plantar cara y derrotar a los ejércitos locales en Inglaterra o el resto de Europa. Mostraron ser muy flexibles combinando sus fuerzas y eso les funcionó muy bien”, nos ha contado a Hoy por Hoy Madrid Sur.

Eso les hizo convertirse en un activo en la política internacional. Muchos reyes solicitaban sus servicios.

“Los reyes europeos siempre estaban demandando nuevos soldados, nuevos ejércitos, nuevos mercenarios… y los vikingos no eran otra cosa que oportunistas. Si tenían la oportunidad de conseguir riquezas o encontrar un lugar donde asentarse, la tomaban.

Eso hizo que pudieran trabajar como mercenarios para muchos reyes y proteger sus tierras de otros reyes y sus ejércitos, que a veces incluían también otros vikingos”, ha apuntado.

A través de fuentes epigráficas, textuales, arqueológicas o lingüísticas, el historiador sueco nos muestra la vida cotidiana de los habitantes de estas regiones del norte y su relación con la magia y la religión.

Winroth defiende su labor de impulso al comercio, en una gran vía que va de Groenlandia a Inglaterra, y luego a Escandinavia, al norte de Alemania, el Báltico, Rusia, el Mar Negro y la Ruta de la Seda o, por ejemplo, su prominencia en el aumento de la monetización en la economía europea medieval temprana al poner más metales preciosos

“Los vikingos fueron importantes por muchos motivos, uno de ellos, especialmente en la Alta Edad Media, es la influencia que tuvieron en la cantidad de plata que había en circulación por Europa occidental. La plata era fundamental para la emisión de monedas y los vikingos hicieron que hubiera mucha más disponible. Primero con los saqueos de los tesoros que se guardaban en monasterios o iglesias. Toda esa planta no la llevaban de vuelta a Escandinavia, mucha se ponía en circulación. Pero segundo, y aún más importante, es el papel que jugaban transportando mucha planta desde Oriente. Venía de minas de plata, por ejemplo, de lo que hoy es Afganistán. Los árabes acuñaban mucha moneda de plata, que los vikingos adquirían y llevaban a Europa occidental. A veces se fundían y se reacuñaban. Así ayudaron a solucionar un gran problema en la Europa altomedieval como la carencia de plata”, concluye.

El libro nos cuenta cómo los primeros reyes medievales pasaron años considerando cómo derrotar a los vikingos y, al final, la mejor solución fue exportar cristianismo y los gobiernos de fuertes monarquías a Escandinavia.

“La Era vikinga termina a mediados del siglo XI y hay dos razones. Una es que los reyes europeos mejoraron la manera de defenderse de los ataques vikingos pero probablemente es más importante es que en la segunda mitad de la Era Vikinga, Escandinavia se organiza en tres reinos: Dinamarca, Noruega y Suecia. Esos reinos controlan un territorio, lo que quiere decir que a los reyes no les interesa que los aventureros vikingos fueran muy violentos. También el cristianismo jugó su papel siendo fundamental para la creación de esos reinos”, explica.

24 batallas para entender a los vikingos

El noruego Kim Hjardar (del que ya reseñamos su ‘Vikingos en guerra’, Desperta Ferro, 2019) vuelve a la carga con su repaso de la histórica bélica de los hombres del norte para lo que ha elegido 24 batallas (entre 750 y 1098) en ‘El juego de Odín. Batallas de la Era vikinga’ (Desperta Ferro, 2024).

El libro nos lleva de los mares del norte, al interior de Gran Bretaña, los ríos franceses, el Mediterráneo… pero si hay algo que mantiene es la audacia de los vikingos (tal vez en una parte debido al desconocimiento y falta de información sobre el panorama político del momento): se defienden del Imperio Carolingio, intentan conquistar Roma (confundiéndola con la ciudad de Luni), saquean París, tratan de asaltar Constantinopla desde el mar… o en 844 llegan hasta las murallas de Sevilla, la Isibiliya andalusí, tras saquear la zona de Cadiz y la propia Sevilla durante mes y medio hasta que fueron derrotados en la batalla de Tablada.

“Este es el primer encuentro militar entre vikingos y árabes, aunque los vikingos salieron derrotados, los musulmanes se dieron cuenta de que había que tenerles en cuenta. Después de la batalla, las armas y algunos prisioneros se llevaron a Sevilla. Además empezó la construcción de una flota para patrullar el río y evitar futuros saqueos. Los musulmanes fueron muy efectivos al contrarrestar los ataques vikingos, tal vez porque eran una sociedad más organizada que en Inglaterra o Francia y podían enfrentarse y responder estos ataques”, explica el autor.

La Península Ibérica no fue por eso un lugar tan asaltado por los vikingos como otros. “Los emires y califas nunca jamás pagaron plata a los vikingos para evitar ser saquedados. A la larga, los vikingos no sacaban nada en llegar a Al Andalus: era peligroso, no pagaban el ‘danegeld’ (impuesto que aplicaban a los sometido), eran muy efectivos al responder… Es la mejor explicación de porque España no fue un lugar ni lucrativo ni atractivo para los vikingos”, asegura.

Con sus “grandes formaciones en línea y abiertas”, sus “muros de escudos”, a los hombres del norte les costaba entender algunos conceptos bélicos del sur europeo.

“Tenían una táctica que consistía en cargar contra el líder enemigo, con la idea de que matar al líder acaba con el deseo de luchar de los guerreros. Es algo que solía pasar entre los vikingos, por el lazo personal entre guerreros y jefes. Los vikingos no luchaban por su país, luchaban por el honor y este estaba ligado a su relación personal con los jefes. SI el jefe moría, ya no tenían por lo que luchar, y así se podían acabar muchas batallas. A los vikingos les costó entender que los ejércitos francos o musulmanes no funcionaban así. La lealtad se basaba en otra cuestiones, la familia real, la institución… por eso perdieron tantas batallas y a largo plazo fracasaron contra los reyes europeos y los emires”, explica.

De las 24 batallas recogidas, un número considerable (Hjorungavag, 986, Svolder, 1000, Helga, 1026, …) tienen lugar en el mar, elemento que relacionamos siempre con los vikingos.

“Los vikingos preferían pelear en tierra, pero muchas de las batallas que recoge en el libro ocurren en el mar, pero siempre en fiordos, islas, bahías… Nunca luchaban a mar abierto”, señala para empezar, por eso “la intención es llevar a cabo batallas navales con las mismas estrategias que en tierra firme. Cuando se disponían los barcos, se hacía como se organizaban las tropas en tierra”.

Aquí entra en consideración si se atacaba o se defendía. “El ejercito atacante prefería formaciones más abiertas y móviles y los defensores podían llegar a atar los barcos unos a otros, como una gran plataforma sobre la que luchar. Pero esperaban a que el enemigo estuviera a, como dicen las fuentes, la distancia del lanzamiento de una lanza”, asegura.

 
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