Ser mujer y calva: "Después de 12 años, decidí quitarme el pañuelo y recibí miradas de asco y rechazo"

Barcelona

La primera vez que Núria mostró su calva fue un día en la playa con una amiga. Llevaba 12 años viviendo con un pañuelo en la cabeza, las 24 horas del día, los 365 días del año: "Hubo un momento de éxtasis dentro del agua, pero al salir recibí miradas de asco y rechazo". Se puso a llorar, su amiga la abrazó y le aconsejó raparse. "Yo me aferraba a los cuatro pelos que me quedaban", pero después de unos días llamó a su amiga para que la afeitara: "Aquella tarde me liberé de una gran carga". Fue un punto de inflexión, ya no veía ni contaba los cabellos que se le caían, pero ahora llegaba la segunda parte: "ver aquella imagen y acostumbrarme a ella".

Núria es una de las siete mujeres calvas, "pelonas", como se llaman entre ellas, que salen del armario en el documental Mujeres calvas, de Sandra Román, que se estrena el jueves 6 de marzo en los cines Girona de Barcelona. En la película, mujeres como Núria cuentan sus historias personales: cómo han vivido la pérdida del cabello, la vergüenza, las miradas o el miedo, pero también cómo han logrado salir adelante juntas y romper el tabú. A Júlia la despidieron del trabajo el día que se quitó la peluca; a Clàudia nunca le advirtieron de los efectos secundarios del tratamiento para evitar la caída del cabello. Idoia, que es calva desde que tenía un año, quiere salir del armario, su entorno no sabe nada, pero le cuesta horrores. Y Núria, que hoy visita El Balcó, ha explicado cómo tocó fondo y terminó viviendo en la calle solo porque necesitaba ocultar lo que estaba pasando.

La angustia de perder el cabello

A los 19 años, Núria empezó a perder el pelo. Tenía alopecia androgénica y estaba perdiendo toda la parte central del cabello. Tras ir a peluquerías, probar diversos tratamientos y gastar mucho dinero, acudió al dermatólogo, donde le hablaron de nervios y estrés: "No todas las alopecias vienen del estrés y la ansiedad". También le hablaron de un tratamiento hormonal, pero la endocrina fue muy sincera con ella y le dijo que "si fuera su hija, no querría que lo tomara". Así que el pelo siguió cayendo, y a los 24 años Núria empezó a usar un pañuelo que no se quitó hasta los 34: "10 años con un pañuelo las 24 horas del día".

De hecho, en cuanto a los medicamentos, hay una "queja general de mujeres que sienten que no se las informa bien", explica Sandra Román, directora del documental: "Hay mujeres a quienes no se les ha explicado que los tratamientos tienen efectos secundarios y que, cuando se detienen, el cabello vuelve a caer". En este sentido, Núria ha lamentado que entre todos los tratamientos que se ofrecen, "no existe la opción de aceptar que serás una mujer calva".

En su caso, no pudo aceptarlo, entró en el mundo de las drogas y terminó durmiendo en la calle, aunque eso sí, siempre "con un pañuelo de repuesto en el bolso". Dormía en la calle y cada mañana se preocupaba por mojarse la cabeza y colocarse bien el pañuelo antes de que se despertara el resto de la gente. Así como para Núria el pañuelo fue un apoyo, para muchas otras mujeres lo es la peluca: "No pueden ni salir a la calle ni estar en casa sin ella", explica Román. "La peluca está bien si la llevas como un complemento, pero cuando la usas por miedo, se convierte en una prisión", han coincidido ambas. Muchas mujeres dejan de hacer cosas, de salir a la calle, de practicar deporte o incluso de abrazar a los demás.

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Ser mujer y ser calva

Núria recuerda cómo fue la primera vez que se miró al espejo después de raparse: "Cuando no tenemos en el imaginario la imagen de una mujer calva, es muy difícil verte reflejada en el espejo sin cabello". Por eso es tan importante, ha destacado Román, "saber que no están solas en el mundo", uno de los objetivos de Mujeres calvas. De hecho, la propia Núria no ha olvidado cómo fue la primera vez que conoció a tres mujeres calvas: "Las miraba y decía ‘soy así’, un efecto espejo brutal". Pasó toda la tarde hablando y llorando con ellas.

Ellas eran las mujeres que, poco a poco, estaban creando A pelo, una asociación de mujeres calvas, para mujeres calvas y sus familias: "Queremos visibilizar la alopecia femenina y organizar encuentros". Estos encuentros van desde un día en un spa, una excursión por Barcelona o un taller para aprender a colocarse pañuelos. Para Núria y muchas de las mujeres que aparecen en el documental, encontrar este espacio fue clave para aprender a quererse a sí mismas.

Mujeres calvas

"No se nos permite ser calvas, las mujeres debemos tener pelo en ciertos lugares, pero si no lo tienes en la cabeza, ya no eres femenina", ha lamentado Román. La semilla de su documental fue su madre y el tabú que vivía como mujer con alopecia: "Hemos hablado mucho del tema a raíz del documental, pero antes era un tabú". Aunque su madre no ha querido aparecer, se ha emocionado al ver el resultado.

Conocer esta realidad fue indispensable para que Román pudiera conectar con las mujeres que entrevistó: "Ellas hablaban, nos mirábamos y sabíamos de qué hablábamos". Muchas mujeres han preferido no salir en el documental por el miedo y la vergüenza que todavía arrastran, un tabú que Mujeres calvas quiere romper.