Pan comido
La columna de Rafa Gallego: Pan comido
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León
Es tan fácil olvidar que uno se asusta de lo pequeño que es el hueco de la memoria. Me dirás que no es tu caso, que tú tienes buena memoria, que retienes sin problemas nombres, números, circunstancias; que tienes presente lo que hace a tu vida y a los que viven contigo y que no sueles olvidarte de las citas, ni de las promesas, ni de las ofensas. De las ofensas quizá te acuerdes especialmente. El caso es que no es de eso de lo que te hablo cuando digo que me asusta lo pequeña que es la memoria porque, aún concediéndote que tuvieras esa capacidad para recordar, incluso si fueses un prodigio de la talla de Ireneo Funes, el protagonista de aquel desasosegante cuento de Borges, te seguiría hablando de la pequeñez de la memoria y la facilidad del olvido. Incluso para quien no puede o no quiere olvidar, lo más fácil es hacerlo. Lo duro es recordar.
Es pan comido olvidar un detalle. De hecho, el pan comido es el favor que no se devuelve, que ahí parece que tiene su origen la expresión: lo fácil que es olvidar los favores recibidos, lo fácil que es no acordarse de quién nos ha dado el pan una vez que nos lo hemos comido. No lo digo a modo de queja. Parece como si me estuviera acordando de personas a las que he ayudado y que ahora no saben bien si existo. No. No es eso tampoco. Es que me paro a pensar en la fragilidad del gesto, en lo escandaloso del ruido que rodea cada instante, en la lluvia del miércoles anegándolo todo,como queriendo borrar la intensidad de los días del verano y del veranillo, la promesa de que todo va a ir bien, que los huracanes se transforman en tormentas y que damos por bueno todo lo hecho si es que sirve para evitar daños. Cayeron ramas, se desarraigaron chopos, volaron tejas y el sol del jueves lo tapó todo con su luminosidad. Alerta. Siempre alerta y luego olvido o vago recuerdo, que es lo mismo.
Sí. Olvidar es pan comido. Basta un nuevo incienso para adorar a un nuevo dios. El pan de cada día —ese que es el nuestro— nos obliga a olvidar pronto el de cada día que ha pasado, hasta que se nos hace bola en la garganta y ya no pasa y vemos que estamos perdiendo demasiado tiempo en todo lo que nos impide masticar. Por eso, un esfuerzo: morder atento a cada bocado, masticar con totalconciencia, tragar solo lo que se puede digerir. El pan de cada día no puede ser pan comido, sino pan dispuesto para comer.
El acto de recordar genera otro recuerdo: recuerdo que recuerdo que recuerdo que recuerdo... Una memoria perfecta no saldría del bucle de su propia perfección. El olvido no genera ese problema. Lo que nos pasa con el olvido es que la realidad nos empuja a recordar. Ahí lo tienes con la cuestión de FEVE: las administraciones pretenden mantener la cuestión en el olvido, pero las vías están ahí todos los días y hay quien las mira y dice: ¿esto va a quedar así para la eternidad?