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O tempora, o mores

Rafa Gallego

León

Ocurrió en el bulevar de Lancia el último día de la primavera anterior al invierno que nos puso el viento que soplaba desde Villalar. Hubiera pasado desapercibido para cualquiera, porque las cosas mínimas no son importantes o parece que no son importantes, como si no fuera una verdad aplastante que es en lo mínimo en lo que construimos lo máximo y que lo mínimo es parte de lo máximo, pero lo máximo no puede serlo de lo mínimo. Mínimo el deseo: ¡quiero irme a casa a leer! Máximo la disputa: pero, qué va, no, con el día que hace es mejor ir al parque a jugar. No, papá, yo quiero irme a casa a leer.

Parece ser que el niño quería leer un libro de Asterix que acababa de encontrar en la Biblioteca Municipal. A cuatro pasos, en Santa Nonia, en una mañana sin clase en el puente de la fiesta de la Comunidad, el día antes de la fiesta esa que no termina de ser fiesta, el niño cambia una mañana de juegos en el parque por devorar una historieta de Asterix. No le gusta a todo el mundo Asterix. Los hay más de Tintín o de Mortadelo o del Jabato o los hay también de cero cómics, negadores del TBO. Hay devotos de Tulio, de Corto Maltés, de Spirit. ¡Cómo me gustaban —y me siguen gustando— los dibujos de Will Eisner!

El caso es que el niño pelea por leer y esa es la noticia mínima que recojo y la pongo junto a otra estampa, una que me llega de hace casi veinte años; la imagen de una muchacha que se deja caer en el pupitre y se esconde debajo de la melena y que protege con su cuerpo unos folios que tiene entre los apuntes de la asignatura y me deja leer y me pregunta y yo veo que no es solo que escriba bien, es que es literatura lo que escribe.

La fuerza de oír a un leonés en su discurso de aceptación del Premio Cervantes el día de los Comuneros —el niño que lee, la muchacha que escribe— me hace pensar que este es un tiempo todavía de posibilidades. Ayer, dentro del programa de actos para celebrar el quincuagésimo aniversario del IES Antonio García Bellido, el profesor Óscar García Fernández, con su análisis de construcción perfecta y, en mi opinión, ajustadamente desequilibrado en favor de mis gustos, me trajo a los ojos de la memoria la presencia de la muchacha que escribe. En una conferencia que tituló “Algunas reflexiones en torno a cuatro poetas leonesas del siglo XXI” me dibujó los arañazos que el tiempo ha ido dejando en mi coraza, porque una de esas poetas es aquella muchacha que sacaba dieces y escribía. Esa muchacha es Sara R. Gallardo cuya voz firme y madura desde siempre me toca espesas pesadillas y me saca de ellas como un verso de Colinas con el que arrancaba Óscar: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.

De las aventuras del irreductible galo una de mis preferidas es Asterix en Córcega. No sé si te acuerdas de que en ella hasta el pirata Baba desde su altura se salta las normas y le quita a Patapalo el latinajo para exclamar con su media lengua: O tempora, o mores.

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