Opinión

Olor a incienso (En verano más)

La Firma de Borja Barba

Olor a incienso (En verano más)

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03:10

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Palencia

Aún queda algún mazapán reseco en la bandeja de los dulces de Navidad pero, sin solución de continuidad, ya está aquí la Semana Santa. Procesiones, cornetas, torrijas y visitas concentradas como una pastilla de Starlux. Pretendiendo exprimir el sabor de los reencuentros en apenas cinco días de vacaciones. Para alguien acostumbrado a llevar su vida en un ambiente urbano, con todos los servicios, comodidades, alternativas de ocio o gastronomía, Glovos y Just Eats al alcance de un click, un pequeño pueblo resulta habitable como las criadillas resultan comestibles: o por gusto o por hambre extrema. Y no quiero con esto decir que el visitante medio vuelva al pueblo por obligación, pero que quizá lo haga más por suponer la alternativa vacacional sencilla y asequible que por íntima comunión con las esencias vernáculas.

Un pequeño verano anticipado en el que el frío y la lluvia, propios de estas fechas, y el olor del incienso actúan como una magdalena proustiana, desencadenando un torrente de recuerdos infantiles asociados al sobrecogedor sonido del tararú o a conversaciones adultas sobre el dineral indecente ganado por algún envidiado vecino en el juego de las charpas. Y no hay nada más bonito para un adulto que volver de vez en cuando a su infancia. Retornar al tiempo en que uno era irresponsablemente feliz sin saberlo.

Es en los pueblos, y en esas pequeñas ciudades como Palencia a las que los hijos que no pudieron ser alimentados regresan en fechas señaladas, donde se esconde el verdadero lujo vacacional. Es el lugar en el que no es necesario colocarse una pulserita de plástico para ser agasajados, a cualquier hora del día, con varios platos del mejor embutido casero, con un par de huevos fritos (de las gallinas de casa, que esos que coméis por ahí sabe Dios de dónde los traen), con un muslito de pollo, con un cuarto de lechazo y con un perol de natillas en el que uno podría ser bautizado por inmersión. Porque no hay mayor pesar para una abuela que dejar a un nieto con hambre.

Volver al pueblo de manera regular es una práctica casi tan importante para el desarrollo de la sociedad moderna como la supervivencia de la tilde diacrítica. Es paz para el espíritu y regocijo para el bolsillo. Y es el lazo que mantiene con vida el sentimiento de la nostalgia, verdadero motor y estímulo en las travesías difíciles que la vida va planteando. Lo cantan los burgaleses de El Nido en una de sus canciones. ‘Al marcharte otra vez, cuida bien el deseo de volver’. Así que disfruten de estos días en el pueblo y no dejen de volver este verano. Y si ustedes me interpelan intentando sonsacarme alguna mala opinión sobre los visitantes vacacionales que en estos días darán impulso a nuestras calles y comercios, me guardaré la opción de responderles como Bartleby el escribiente. Disculpen, pero “preferiría no hacerlo”.

 
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