Opinión

Vivir en soledad

La Firma de Borja Barba

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Palencia

Uno de los asuntos sobre los que no se informa nunca alrededor de la vida cotidiana en el medio rural es que, sin desearlo, uno se convierte en asiduo de entierros y funerales. A una media de varios al mes, diría. Media que se ve notablemente incrementada en estos meses de caída de la hoja y de días cortos, que por alguna razón que desconozco, y que no acierto a determinar si tiene que ver con la medicina o con la superchería, son especialmente propensos al deceso. Y ocurre así porque, de repente, todo el mundo es cercano y a todo el mundo te une algo. Siempre existe relación. Familiar, profesional, de amistad o de cercanía por cualquier otra razón, tan básica como un simple saludo cada mañana en el mismo sitio y, aproximadamente, a la misma hora. Porque la vida de uno no solo la ocupa uno mismo.

Tengo amigos, muy urbanos ellos, que piensan que echar raíces en un pueblo significa renunciar a toda clase de vida social. Y nada más alejado de la realidad. Los vínculos humanos que se entrelazan en una población pequeña parecen tejer una invisible tela de araña que interconecta a todos los vecinos. Incluso a aquellos que no se conocen de nada. Un compromiso social invisible y no formalizado, pero de fuertes hechuras. Como la teoría de los seis grados de separación, pero en versión reducida e infinitamente más intensa y sólida.

Vivir en un pueblo puede conllevar situaciones incómodas con mayor frecuencia de la deseable. Encuentros no pretendidos con gente que no quieres ver, saludos incómodos y una permanente sensación de querer estar solo y no poder. O de tener que estar siempre disponible para cualquier movida que pueda surgir a tu alrededor. Así que, si pretendes vivir como un anacoreta, olvídalo, no te busques la vida en un pueblo.

Como Blanche DuBois en ‘Un tranvía llamado deseo’, siempre he creído en la bondad de los desconocidos. Y precisamente por ese motivo, porque yo también soy el desconocido de alguien, sigo saludando aunque me incomode, simulando alegría cuando me encuentro con gente que no me apetece encontrarme o acudiendo apenado a decenas de entierros en mi entorno. Aunque nunca hubiese cruzado una palabra con el despedido. Hay que mantenerse firmes en el compromiso social.

 
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