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Palencia

El pasado viernes la ciudad de Palencia celebró una importante efeméride. La emblemática Plaza de Abastos palentina cumplía nada más y nada menos que ciento veinticinco años de vida y actividad desde su inauguración, allá por el año 1898 y sobre proyecto de quien fuese arquitecto municipal, Don Juan Agapito y Revilla.

A lo largo de su más que centenaria historia, el viejo y singular mercado palentino ha vivido todo tipo de vicisitudes e incluso ha coqueteado con su demolición, bien por su deterioro debido al escaso mantenimiento del edificio, o bien por haberse quedado pequeño en épocas de mayor prosperidad comercial. Sea como fuere, y después de diversas y necesarias reformas en la década de los años ochenta, la carismática Plaza de Abastos ha llegado hasta nuestros días, que no es poco, encarando una problemática que mantiene al pequeño comercio local pendiente de un hilo cada vez más débil. El auge masivo del comercio electrónico, el peso de los grandes centros comerciales y, por qué no decirlo, la caída del poder adquisitivo del ciudadano medio parecen haber desplazado al pequeño comercio de proximidad, a ese mismo que ayuda a mantener nuestras calles con vida.

Podríamos tomar como ejemplo el caso de la Plaza de Abastos, con muchas de sus paradas hoy desgraciadamente condenadas bajo una persiana metálica, para extendernos y plantear la situación agónica del pequeño comercio, especialmente en el escenario rural. Porque resulta descorazonador callejear por un pueblo a oscuras y en silencio y pensar en todos aquellos comercios que se vieron abocados al cierre y de los que hoy ya solo queda constancia por ese implacable cartel fosforito de SE ALQUILA. Esas dos palabras que se clavan como un puñal en el corazón y que desencadenan todo el demoledor mecanismo de la nostalgia.

Yo entiendo la comodidad de comprar en Internet y, desde luego, tampoco soy tan idiota como para negar que soy el primero que lleva años comprando online. Coges el móvil en el sofá, buscas, pides y mañana lo tienes en casa. Pero suelo insistir a mis allegados en la importancia de apoyar al pequeño comercio local y de proximidad. En que ese apoyo, además, debe llegar de inmediato porque muy probablemente ya no exista un después. Todos necesitamos salir a la calle y ver una puerta abierta o un escaparate encendido. Y esas luces, mucho me temo, no las va a encender Jeff Bezos. Como mucho, encenderá las de Villafrechós si algún día le da la ventolera. Esas luces las va a encender, y no sin esfuerzo, el pequeño comercio de ultramarinos que abastece al vecindario desde tiempo inmemorial, la pequeña librería que sabe qué periódico lee tu padre o qué libro le puede gustar a tu hijo, o esa zapatería que te va a avisar atentamente de qué zapatos estuvo el otro día probándose tu madre, ahora que llegan fechas de regalos.

 
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